La incertidumbre flotaba en el ambiente antes del concierto. La incertidumbre... y una generosa curiosidad en torno a cómo se saldaría el invento en cuestión, a sabiendas de que aquello podía derivar (casi con idénticas probabilidades) en experiencia intensa o considerable desastre. Una dualidad que, en cualquier caso, potenciaba (¡y cómo!) el interés inherente a la velada, en una Sala El Sol que, si bien no pudo colgar el cartel de entradas agotadas, presentó a cambio un magnífico aspecto.
La idea era que la artista multifacética Lydia Lunch (fundadora de Teenage Jesus & The Jerks) y el francés Marc Hurtado reavivasen sobre el escenario la llama de los seminales Suicide y el mismo Alan Vega en solitario, pasando las elegidas por su tamiz personal. Tal y como cabría esperar, dados los elementos de la ecuación, el ensayo quedó saldado sobre las tablas en base a extirpaciones propias de mundos viciosos y confusos, al servicio de una actuación fustigadora a lo largo de apenas una hora intensa, claustrofóbica y sudorosa, además de magnética, inquietante y, por supuesto, experimental. La histriónica dupla formada por Lunch y Hurtado firmó, en definitiva, una actuación primigenia, enfangada y de trazo grueso, en representación tácita y creíble del punk.
Como banda sonora, revisiones (muy) libres del homenajeado al amparo de una secuencia austera y sin adornos, materializada entre sampleados, sintes y bases lanzadas por un enchufadísimo (literalmente) Hurtado, a la que sumar los juegos con dos micros ejercidos por una Lunch de actitud imprevisible, que dio por finalizado el concierto cuando bajó del escenario abruptamente. Acudimos en busca de una ceremonia infernal y vaya si la tuvimos. Sobredosis de caos, ruido, vino, oscuridad y satanismo concentrada hasta el sangrado en un corto espacio de tiempo. Todo en orden.
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