Seguimos frotándonos los ojos y volvemos al patio abierto del Museo de la Aduana de Málaga que, bajo el anochecer de un cielo plagado de nubes anaranjadas de fuego, presagia un bombardeo de buena música. Lagartija Nick, con su monumental Los Cielos cabizbajos (19) aún humeante bajo el brazo, retoman las tablas para sembrar resplandores ante tanta incertidumbre, a base de balaceras de versos inmortales (Jesús Arias omnipresente) y sudorosa actitud punk en vena.
Sin coro y orquesta (tirando de grabaciones para la intro), sale a escena el quinteto de Granada que, tras la instrumental Nagasaki, comienza un viaje de luz entre las tinieblas de las guerras con Buenos días Hiroshima, adelanto segador y brusco amanecer que marcó el despegue de Los Cielos cabizbajos el pasado año. Poema sinfónico inconcluso que soñó Jesús Arias, sangrando a corazón abierto en su cuaderno y homenajeando a las poblaciones civiles que sufrieron el horror de los conflictos bélicos y que, con su hermano Antonio Arias a la cabeza, Lagartija Nick ha hecho realidad en un disco totalmente imprescindible.
Los gritos y susurros de los olvidados se alzan en el aire una y otra vez, un rastro de lágrimas, rabia y esperanza que nos lleva a Mapa de Canadá, clamando justicia en otra poderosa embestida del también sobresaliente y comprometido Crimen, sabotaje y creación (17), para volver y proseguir los surcos de esos últimos cielos hechos pedazos, bajo el galope eléctrico de Acción reacción, en la atmosférica Europa ío, con una atronadora Intrusos que pone a prueba los cimientos del museo o en esa historia de amor eterno de los amantes de Sarajevo, erizando hasta a la luna y rematándonos con Somalia, anudándonos las gargantas en el llanto infinito de sus madres vaciadas.
Las emociones rompen toda presa en un repertorio de “alaridos de fuego y lenguas en la tierra” que encaja a la perfección. Lástima que el sonido habilitado en el recinto deje mucho que desear y por momentos sea una lotería: depende de la silla que te haya tocado, escucharas mejor unos instrumentos que otros y la voz de Antonio Arias será, más o menos inteligible. Eso sí, la banda se vacía en cada tema por completo, con Codorníu y Pareja tejiendo afilados paisajes, Machuca sacándole chispas a las teclas y Eric (un espectáculo asegurado siempre en sí), golpeando el centro de la tierra a las baquetas, sin tregua posible, con el bajo de Arias tambaleando cada una de las columnas del patio del museo. Así, como una tromba, nos cae encima un poker de Crimen, sabotaje y creación: “el cielo de alambres oscilantes” de El teatro bajo la arena, la Europa, Europa que solo cree en los mercados, la muerte que viene y va en una apocalíptica Agonía, agonía de la que salimos vivos de milagro, y la muy sentida La leyenda de los Hermanos Quero, maquis granadinos que lucharon contra la dictadura, en favor de la libertad del pueblo.
Seguimos sentados, con mascarillas y a la acordada distancia de seguridad, pero la cultura nos une, protege y libera, haciéndonos volar a lo largo de un set list al alcance de muy pocas bandas. No faltan himnos atemporales como la muy coreada Strummer / Lorca, la bailonga y huracanada Estratosfera y el esperado Nuevo Harlem del mítico Inercia (92), sin olvidar una Ciudad sin sueño tras la que ya nadie dormirá del todo solo, del inmortal Omega (96), con Federico y Enrique siempre bajo las alas.
El telón cae del cielo con la cadencia de esa suerte de cara B de madrugada, que llora, calla y se apaga en Exilio/Adagio Súbito. Un gemido esperanzador en noches enrarecidas que, a contracorriente, aunque no nos dejan alcanzarnos en este nuevo destino, siempre nos conectaran en la complicidad de una mirada o en manos furtivas que se rozan y funden entre asientos, borrando pesadillas y metros de separación, poco a poco, con música de fondo.
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