Este que escribe no había visto a Anabel Lee en directo nunca, a pesar de tener canciones como “Me das asco” o “Drama en el Sonorama” en un bucle absoluto dentro de mi playlist personal. Sí que me había empapado durante el pasado verano de mil vídeos de sus directos, y quizás por eso las expectativas acerca de lo que iba a ser el concierto eran muy altas. Tantas, que prioricé a los catalanes por encima de la final del Benidorm Fest que se celebraba esa misma noche. Y eso, para un fan acérrimo de Eurovisión como yo, significa mucho. Por la suma de todo esto, creo que sentí que el comienzo del concierto era algo flojo, como si faltase algo de esa caña que poco tardaría en llegar.
Pero, al mismo tiempo, tenía muy claro que iba a terminar siendo un buen concierto y que yo iba a acabar mimetizado con el resto del público. Un público que, desde los primeros acordes, ya estaba saltando y coreando de una forma tan brutal que uno no puede si no admirar la existencia de una conexión tan grande entre quienes están encima del escenario y los que han ido a verlos. Y es que, sí eso pasa, es por algo. El escenario fue la sala Mardi Gras, local en el cual los catalanes ya habían estado hace casi un año, en una cita con menos público que en esta ocasión. Es verdad que no colgaron el cartel de no hay billetes (aunque debieron quedarse muy cerca), pero no es menos cierto que el ambiente fue tan bueno que lucía como si hubiesen llenado una sala cuatro veces mayor.
El setlist, una vez analizado el concierto al completo, resultó bien elegido, siguiendo un `in crescendo` muy adecuado. No faltaron temas como “Roma caerá”, “El espacio”, “La mejor canción del año” o “Deberías estar conmigo” con los que Víctor, Albert, Jordi y Aitor desplegaron todo su poderío. Canciones que funcionan en directo de forma imponente, y en las que prácticamente no hubo una en la que los asistentes no se desgañitasen como si no fuese a existir un mañana. El final, al ritmo de “Natural para Vogue” fue una auténtica locura. Los pogos, para mi desgracia prácticamente inexistentes durante el resto de la noche, surgieron de una forma tan loca que nada más acabar las canciones dos chicos acabaron tirados en el suelo. No sufrieron daños, al contrario, rápidamente se levantaron, abrazaron y se unieron al resto de una sala que se deshizo en aplausos ante lo vivido.
Con todo terminado, los cuatro miembros de la banda se dirigieron hacia la zona en la que vendían su merchandising. Allí se quedaron para firmar y hablar con todos los que quisieron acercarse, un gesto que es cierto que no les cuesta nada pero que engrandece un poco más la figura de alguien que está siendo admirado por tanta gente. Y por esta cercanía, por el ambiente que se vive y por la forma en la que uno acaba contagiado del resto, es por lo que los conciertos en sala superan con creces a los celebrados en cualquier otro recinto.
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