El prólogo de la VIII Edición del ciclo ‘Elas Son Artistas’, que acerca a la ciudad herculina y alrededores artistas femeninas de diferentes disciplinas y partes del mundo, acertó en la diana al presentar en la nave nodriza, la sala Mardi Gras, a Claire Vandiver, de quién mentiríamos si dijéramos que la conocíamos de antes. Escuchados en primera instancia cuando se anunció el show, y siempre ávidos de nuevas sensaciones, su único EP y el puñado de singles que ha publicado hasta la fecha, quedaba admitir que su Americana tan revestida de indie y con tanta textura moder-cuqui (eso que se da en llamar dream-pop), no parecían para este comensal. Empero, la experiencia dice que, a veces, este tipo de artistas, cuando salen a las tablas ofrecen unas sonoridades diferentes, y viendo sus acompañantes –entre los que se encontraba un viejo conocido como es el bajista J.D. Mackinder (Whitey Morgan, Deadstring Brothers, Matt Woods & The Natural Disasters...)–, había que confiar en el buen gusto de este veterano. Y qué bien hice...
De aperitivo, Nate Mackinder, hermano de J.D., venía en la tour party, y de paso que se pega unas vacaciones, nos presenta cada noche las canciones de su reciente álbum, “Beef” (Bush Road, 24), acompañado del mismo terceto que ejerce con Claire. Esto es, su hermano J.D., el batería y productor Jonah Brockman y el guitarrista Chips Vandiver, padre de la criatura. Todo queda en familia. Rock americano del de siempre, con canciones un tanto derivativas, pero sin mayores pretensiones. Fue divertido reconocer acordes y melodías, a modo de influencias, vamos a pensar, de “Sweet Jane”, “Starman”, “Jumpin’ Jack Flash”... Eso sí, su versión de ese clásico de Supersuckers llamado “Pretty Fucked Up” vale por todo el show, por los 45 entretenidos minutos que nos hizo pasar.
Con Nate, ya vimos que el terceto de músicos era más que solvente, pero es que ¡con Claire Vandiver se crecieron! Chip se mostró como un finísimo estilista procedente de la escuela Clapton/J.J. Cale/Knopfler y la sección rítmica –que no en vano procede de Hell, Michigan; el nombre del lugar ya lo sugiere todo– creaba el colchón perfecto para que la cantautora de Nashville afincada en Florida convirtiese lo etéreo en espacial, y las tonadas de carácter pop creadas y regadas por la talentosa jovenzuela pasen la prueba del algodón, sin la ampulosidad de las producciones de estudio y hasta adquirir una personalidad definida que no desentona entre los más recientes descubrimientos que podemos meter en ese cajón de sastre llamado Americana. Todavía no juega en la misma liga que una Margo Price y ni mucho menos una Lucinda Williams, pero el comienzo del camino es prometedor. Por momentos, me recordó a una Emmylou del Siglo XXI cuando la vestía el Dire Straits mayor. Y es que así es su voz: tímida, romántica, sincera... Es sencillo quererla. En breve publicará su primer álbum, del que ya nos presentó alguna canción y que estará a la altura de lo que esperamos. Estoy convencido.
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