Junta a 500 personas en un chalet a las afueras de Madrid, dales de beber un licor con una concentración de alcohol y cafeína como para poner en pie a un hogar de héroes de guerra mutilados al completo, y programa conciertos de bandas que no den ningún lugar a pensarse demasiado si bailas o no. A las tres de la mañana nadie puede negarte que tienes un fiestón en curso de manual. Ése era el panorama una hora antes de que terminara el salvaje evento organizado por Jägermeister. De locura. Mucha, muchísima niña mona, y ninguna sola. La testosterona goteando desde los altísimos techos de la sala central y los Crystal Fighters machacando la Txalaparta y repartiendo beats y buen rollo a diestro y siniestro. De haberlas habido, hubieran bailado hasta las sillas. Los autobuses fletados por la organización partían regularmente desde el centro de Madrid. Una buenísima idea viendo cómo terminó la noche, y más aun con lo complicado que fue llegar al local. No se fíen ustedes del GPS, no tiene la verdad absoluta. Tras unas cervezas de precalentamiento, la cosa empezó a desmadrarse en cuanto abrieron el catering. A pesar de su aspecto de sílfide y las caras lánguidas, los modernos tienen buen saque, y en menos de una hora acabaron con todas las existencias. De postre, los gallegos Novedades Carminha, una de las grandísimas sorpresas de la noche. En el jardín, y con una temperatura rozando lo polar, con dos narices. Punk guarro, de riffs incendiarios y no más de tres acordes, ácido y con la suficiente mala leche para tomarse la broma muy en serio, sellaron su amor por el punk y el pop acelerado con un morreo en toda regla entre el cantante y el bajista a mitad de su actuación. Los comentarios eran de órdago, y es que igual no somos todos tan modernos como las revistas de tendencia nos hacen creer. La cosa se iba calentando. En “la habitación de la chica”, una cama con dosel daba cobijo a un muñeco hinchable que hacía las delicias de las féminas y provocaba la envidia del personal. Poco tiempo le duró en su sitio el descomunal instrumento que portaba el asunto, y hasta hubo aplausos para la afortunada que se lo llevó a su casa. Pared con pared, los barceloneses Fuckin´Bollocks dieron un concierto del que estarán hablando hasta el día que se jubilen. Fue sólo rock´n´roll, pero del bueno. Imperfecto, sucio y fogoso. Más allá del pogo, los cojines volaban por la habitación, hasta que a algún descerebrado se le ocurrió levantar el colchón de una cama y volarlo por los aires. Los fotógrafos hicieron su agosto, y las poco más de cincuenta personas que no dejaban de saltar delante del grupo vivieron una experiencia de rock salvaje, en donde sólo faltó poder haber tirado una televisión por la ventana, algo que todo aspirante a estrella del rock, aunque sea a tiempo parcial, debería hacer al menos una vez en su vida. Algo más tarde, los americanos Liars también aportaron lo suyo. Con el nivel de desfase bastante alto, Angus Andrew, Aaron Hemphill y Julián Gross alucinaban con el estado del personal. Con las canciones de su último trabajo, “Sisterworld” (Mute, 2010) aún calentitas, dieron un concierto loco y potente, de Dance-punk dramático, en ocasiones un poco denso pero bastante resultón. Tampoco es que fuera lo más importante, mientras que hubiera algo con lo que bailar. Cerrando la noche, una de las “nuevas sensaciones” de la escena británica, Crystal Fighters. Y son navarros, oiga, aunque vivan en Londres. Con todo a su favor, y con unas tablas que muchos quisieran, tienen un punto tribal que parece ser que vuelve loco a los gafapastas. También es cierto que funcionan mejor en directo que en disco, pero su propuesta es bastante interesante. No dieron muchas concesiones, sacaron los sintetizadores y las guitarras de paseo y cumplieron de la mejor manera posible: arrasando. El resto de la fiesta, y por respeto a los presentes, queda en su imaginación. Sin ninguna duda, Casa Jäger fue uno de los eventos del año.
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