Llegaba Carmen Boza a Barcelona con nuevo single bajo el brazo, pero sin álbum al que poder hincarle el diente. Y eso es algo que empieza a ser una necesidad acuciante para todos los que seguimos a la cantautora andaluza desde que en 2015 publicara “La mansión de los espejos”. Años en los que nos hemos tenido que conformar con tan solo dos largos y un puñado de singles. Poco bagaje discográfico para una artista que parece quedarse siempre a las puertas de que le suceda algo grande. Más grande. Porque madera tiene de sobras. Eso lo sabemos los que apreciamos su forma de tocar y desplegar unos temas que en su intimidad se vuelven universales.
Todo esto viene a cuento porque el concierto de Carmen Boza fue lo esperable. Un encuentro tranquilo y sosegado con esa amiga gaditana que llega con ganas de explicar y explicarse. Por eso no tuvo reparos en ir introduciendo los temas, y mostrar que la música para ella ha sido un bálsamo. ¡Más que un bálsamo! Una tabla de salvavidas que, en más de una ocasión, la ha sacado del profundo y oscuro pozo al que le cantaba Amy Winehouse en “Back To Black”. Por eso se mostró próxima, sincera y vulnerable. Aunque es una artista a la que se le adivina el carácter. De eso, no cabe duda, anda sobrada.
Carmen Boza se presentó en el Teatro Apolo de Barcelona en formato trío. Acompañada solo por bajo y batería. De esa guisa desplegó su cancionero de forma cruda, sin artificios, y ahondando por momentos en su vertiente más funk como en “Damelo” o incluso dejando aflorar acordes de inspiración jazzie en canciones como “Esparto”, demostrando su pericia y seguridad a las seis cuerdas. Una combinada de temas que la llevaban a saltar de un disco (“Amante Religiosa”, “Fin”) a otro (“Mantra”) reinterpretando en ocasiones por completo sus temas (“Culpa y Castigo”) y tocando también todos los que no tienen cobijo bajo el ala de ningún largo, como la fantástica “Un Golpe de Suerte”; el más nuevo “Suave” y esa maravilla fruto de la pandemia que recibe el nombre de “La Grieta”. Incluso sacó a relucir su faceta más dura en “Astillas” y “Gran Hermano”, haciéndonos fantasear con cómo podrían llegar a sonar esos mismos temas, con una segunda guitarra rítmica y bríos más roqueros. Por último el bis con “Octubre” dio por acabada una actuación de hora y media que, pese a dejarnos con un buen sabor de boca, pecó en exceso de sobria. Igual un simple telón de fondo, un poco más de juego con las luces y algún sámpler de apoyo, hubieran logrado un mayor efecto en la platea. Espacios ya de por sí fríos, a los que cabe dotar con algo más de calor.
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