Desde hace algún tiempo el Festival de Jazz de San Sebastián se ha convertido en un estupendo crisol musical. Los conciertos de jazz se alternan con otros estilos con pasmosa naturalidad y el público disfruta por igual de las filigranas de un saxofonista como de un grupo de rock o el gancho de una melodía indie. Pero para ser sinceros, el 50 aniversario del Jazzaldia ha estado varios peldaños por debajo de las ediciones anteriores. Para empezar han faltado esos grandes nombres a los que nos habíamos acostumbrado estos años (Elvis Costello, Galaxy 500, Ray Davies, The Wire, Echo and The Bunymmen, Belle and Sebastian, !!!...) y la organización redobló su apuesta por Jamie Cullum, que ofreció nada más y nada menos que tres actuaciones distintas y derrochó toneladas de talento y simpatía.
La playa de la Zurriola, buque insignia de las actuaciones gratuitas y populares, ha sufrido además las embestidas del inestable tiempo norteño dos de las cuatro noches: la lluvia, el viento y la arena convirtieron el idílico paraje alrededor de los cubos del Kursaal en un campo de batalla sólo apto para valientes. Como si Glastonbury se hubiera fundido con Donostia o algo así. Algunos como Kakkmaddafakka se lo tomaron con deportividad y trataron de inyectar su habitual buen rollismo indie entre un mar de paraguas. Tampoco perdieron el buen humor lo que queda de los discotequeros Earth, Wind and Fire, una prouesta tan efectiva contra la depresión como, admitámoslo, bastante desfasada.
El propio Cullum tuvo que pinchar cuando el tiempo se puso realmente feo y eso hizo que buena parte del público se fuera corriendo a buscar refugio a la pequeña carpa de la FNAC. Allí repartieron candela el robusto trío de rock vizcaíno Last Fair Deal. Otros que lo hicieron realmente bien en petit comité fueron Elkano Browning Cream. Cálido Jazz-soul-funk. Neuman fueron de menos a más y sonaron compactos y muy rodados antes de llegar su epílogo instrumental. Pero, sin duda, Bullet Proof Lovers es el grupo que debió salir a hombros. Menudo cañonazo. El combo donostiarra con Kurt Baker como cantante descargó sobre la playa una auténtica bomba de punk-rock y rock and roll repleta de energía, oficio y carisma. A los de la Zona VIP ubicada en un lateral del escenario debieron pitarle los oídos.
Y por último, los tres grandes de la playa cumplieron con holgura. A Jimmy Cliff se le ve cómodo en su papel de embajador del reggae, reverdeciendo los laureles de los años 70. El experimento falló con Gregory Porter: el elegante jazz vocal del norteamericano y su formidable banda no es carne de grandes escenarios. Hubiera encajado mejor en un escenario más recogido. El que puede con todo es un soulman de los pies a la cabeza. El sesentón Lee Fields ruge como James Brown. Cada actuación parece la última. Y suda como se suda el soul. Fields es puro sentimiento, pasión desatada. Un tipo fiel a sus orígenes. Faithful man.
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