Esa chica de pelo rizado reservó sus energías a conciencia. Bien situada junto a una amiga en una de las pocas sillas libres en Caracol, salía a darlo todo a la pista únicamente en la despedida, ya bien entrada la madrugada. Sonaba entonces el himno -homónimo- del Capitán Cobarde, y aquello era una fiesta... Había pasado un año desde el último concierto en la capital y no era de recibo dejar con las ganas a los seguidores, impacientes en los minutos previos y disfrutando entregados durante las más de 2 horas que duraría el show. El músico sevillano, antes Albertucho y siempre Alberto Romero, defendía el sábado en escena su reinvención de tintes folk y americana con la misma buena actitud de siempre. Renovarse o morir, y si puede ser con algo de estilo. Desde Kentucky (pedanía de Sevilla, según aseguraba) el Capitán Cobarde y su banda volvían a Madrid para presentar el disco en directo con el que actualmente tratan de dar un nuevo aire a su trayectoria, plagada de éxitos con nuevo traje, caso de “Descuida” o “El pisito”, asimilados y coreados con entusiasmo por los fans que llenaban la sala.
Formación de lujo con banjo y contrabajo permanentes y un polivalente Félix Romero, escudero de Kiko Veneno, a cargo de mandolina, guitarra eléctrica y violín, según la situación lo requiriese. Los primeros grandes momentos llegaban con canciones como “La gata” o “El marinero”, que en el disco interpreta acompañado con buen criterio por La Maravillosa Orquesta del Alcohol. La banda de Burgos es quizá el ejemplo a seguir sobre cómo aunar la estética y el sonido del rock americano sin perder por el camino la propia identidad, más vinculada a lo local y a referentes cercanos como Extremoduro, de los que siempre será muy difícil despegarse.
La nueva versión de Albertucho como Capitán Cobarde no es más que un artista dando rienda suelta a su música predilecta. Desacomplejado, libre y buscando aportar algo nuevo a partir de la mezcla en un panorama muchas veces estancado. Obviamente, sigue siendo el de siempre, reivindicando raíces con orgullo a través de canciones como “La persiana”, con la que lanzaba un guiño a Triana y al rock andaluz en su conjunto. Sin apenas descanso, el sevillano despedía hasta en dos ocasiones a la banda para quedarse solo frente al público, logrando agradecidos momentos íntimos como hombre orquesta, guitarra y batería en “La gravedad de la teoría” y teclado en la sentimental “Una niña”. Tras ellas arrancaba la última fase de la noche con versión de The Lumineers y espacio para presentar canciones inéditas y muy en la onda country como “El yunque”, ejemplo de lo que nos ofrecerá en un futuro. Llegaban entonces los bises y una nueva mirada al pasado con “Descuida” y “Capitán Cobarde”, fundamental para esta historia, metiéndose definitivamente en el bolsillo a una aficción ya exhausta, pero ante todo satisfecha.
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