Desde hace unos tres años el artista pamplonés de arte urbano LKN ha ido retratando con un estilo propio muy característico la realidad social de Navarra por medio de imágenes que aparecen sin previo aviso en distintas calles y soportes urbanos de la ciudad. Es la mejor forma de conocer de primera mano qué es lo que está marcando la actualidad informativa en nuestra tierra. El fallecimiento de Michael Robinson, los pactos de gobierno, Osasuna, la retirada de Mai Garde… y así hasta su última creación, ‘San Antón’, con un C. Tangana aureolado y sosteniendo una sagrada forma con la cara del artista foral Ben Yart.
Antón Álvarez, Puchito, El Madrileño o ampliamente conocido como C. Tangana ha sido la comidilla de estos meses en una ciudad todavía poco acostumbrada a formar parte del circuito nacional de pabellones. 12.000 personas, como toda una Universidad de Navarra, han sido las culpables de un fenómeno intergeneracional, de izquierda a derecha, de norte a sur y de este a oeste, que ha pulverizado todas las expectativas y ha llegado a todos los rincones de nuestra geografía con el mismo ímpetu y fulgor.
Queda poco de aquel “Crema” recubierto de Lacoste. De aquellos ‘beefs’ tan del género entre Los Chikos del Maíz y el recién estrenado C. Tangana. De Puchito pidiéndole a Carlota una pequeña oportunidad. Y de esos duetos que situaron en el radar a la hoy otra mitad del pastel de la música pop en español, la catalana Rosalía. Antón Álvarez, por fin, ha ganado esa competición autoimpuesta en la que él mismo fue siempre su mayor apoyo y principal valedor: ser el artista que cambió la industria de la música en España.
No sé si es demasiado pronto para afirmar si lo ha logrado o no, pero quien firma estas líneas tiene claro que este madrileño ha conseguido romper con la vergüenza legendaria en este país de reivindicar ‘lo nuestro’. Nuestras raíces, nuestra cultura, nuestras tradiciones, costumbres e incluso nuestros propios defectos. La España que recrea C. Tangana es la de nuestros pueblos, nuestros bares y nuestros encuentros familiares. No es un reclamo nuevo, pero sí un reclamo unánime. Con su mediocre brillo y sus enternecedoras formas. Con su desvergüenza y su triunfal sonrisa.
Una función en videoclip de hora y media. Una película corta. Un espectáculo teatral orgánico y coral. Una obra maestra del show business que funciona a las mil maravillas con un C. Tangana, sí, protagonista, pero a la vez dejando que cada elemento sobre el escenario cumpla su función y tenga su foco. Si Motomami es ego y autogobierno, C. Tangana es dependencia y laissez faire. Dos espectáculos antagónicos que a su vez están marcando el futuro de la música latina tras muchos años viendo cómo eran otros los que mandaban en el juego mientras nosotros veíamos si terminábamos de creérnoslo o no.
¿Y el espectáculo? Poco que decir que no se haya escrito ya. Un setlist balanceado con unos primeros compases de calentamiento por medio de la reinvindicativa “Still rapping”, “Te olvidaste” o “Cambia”. Una segunda parte más gamberra y directa a subir la temperatura con “Comerte entera”, “Yelo” o el himno que ya es “Ateo”. Ese novedoso impás que es la sobremesa al estilo Tiny Desk sonando con los temas más rumberos de su último trabajo rotos por el arranque de “Tranquilísimo”. Y un tramo final con una ristra interminable de juegos, trucos y hits comandado por “Llorando en la limo”, “Antes de morirme”, “Tú me dejaste de querer” o “Un veneno”. Todo ello acompañado de una alineación en la que el Niño de Elche es un titularísimo indiscutible dentro de un plantel rotatorio que, de forma intermitente, brinda una buena dosis de ráfagas de brillo a un espectáculo perfectamente cronometrado. Una exhibición irrepetible de un cantante ordinario a la vez que un artista total que se hizo hasta corta para un público entregado cantando a coro. Un espectáculo tan excitante que se empequeñece al contarlo y se clava al vivirlo.
Afortunados aquellos que un día dirán “yo vi en directo lo de C. Tangana”. Para morirse de envidia.
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