Buena Esperanza, espartanos del rock

El último tercio del año que termina ha sido intenso para el trío madrileño formado por Miguel Cerezo, Pepo Márquez y Jerónimo Martín; recientemente publicaron “Pacifica”, su primer largo, cuyos sólidos argumentos residen, de hecho, en la eficacia del grupo, en su química. Aunque suene a tópico, la razón de ser de Buena Esperanza es el escenario, pero es que su música -rock recio, espartano y energético deudor de la ética hardcore y en menor medida, del emocore de los 90, aunque bastante más personal de lo que algunos sostienen, con matices pop alejados de ortodoxias cerriles-, se enciende y adquiere pleno sentido sobre las tablas.

En Costello la banda tuvo que sobreponerse por fuerza a una sala que no es la más agradecida para propuestas que requieren de volumen y pegada, y lo hizo con una solvencia con la que probaron su ya largo recorrido. Acompañados por las guitarras incendiarias de Manel Moreno (Muerte y Destrucción, El Relevo Alemán) en el tramo final, fueron capaces de poner encima de la mesa todas las cartas del disco -no en vano Jero dijo, con buen criterio, que lo que el público estaba viendo es lo que hay en el disco. Ni más ni menos.

Cayó casi todo el álbum, claro -a destacar “Inversores perdiendo la fe”, con uno de los estribillos más brillantes de la temporada o las energéticas “El arresto”, “Ciudad sin sal”, con su ritmo demoledor” o “Tiralíneas”, en mi opinión una de las mejores canciones del año, junto a clásicos de su anterior EP (“Minuto uno”). El grupo terminó claramente arriba con la casi instrumental “Pacifica”, demostrando que cuando se tienen las cosas claras tres músicos amigos pueden hacer mucho y bueno.

Los también madrileños Astrobahn abrieron derrochando tablas e ideas (magnífica “Indiferencia”), aunque a mi juicio, a su emo indie rico en matices con ecos de la tradición inaugurada por Sunny Day Real Estate le faltó más presencia de sus guitarras trenzadas.