Llegó el día anunciado. Lo que bien empieza mejor acaba. El Puchero del Hortelano ha sido siempre una banda que ha ido superando con creces sus expectativas y así ocurrido hasta el final. Lo que iba a ser como mucho una jornada doble en alguna sala de Granada ha terminado con la mayor despedida que se recuerda en la ciudad de la Alhambra desde el adiós de 091. El Palacio de los Deportes hasta los topes refrendaba que este guiso se ha ido cociendo a fuego lento y que la última cucharada tenía que dejar el mejor sabor de boca. Noche para echar la vista atrás y divisar un repertorio que superó la treintena de canciones. Cada una con su momento, con su intrahistoria, espaciadas en bloques para dar descanso a la agrietada garganta de Antonio Arco. Pocos músicos como él han sacado tanto partido a unas dotes autodidactas suplidas a fuerza de lápiz y papel. Noche para mirar a un lado y a otro, obviar el sonido catedralicio del recinto, y conectar con esa retransmisión vía wasap que cada uno iba haciendo de cada instante.
Comienzo fulgurante. “Las pelusas”, “La guía” o “Ser humano” pasaron como un suspiro. Y es que había que hacer hueco a las peticiones que durante estos meses habían llegado de esos fans que se habían trasladado a Granada desde todo el país e incluso desde fuera. Temas rescatados como “Superman” o “Canción del Triste” que sonaron con dedicatoria tácita y expresa. Casi dos décadas ha durado el viaje de El Puchero del Hortelano, reflexionaba Antonio, una singladura en la que seguramente hubo días que sí y otros que no. Este era especial.
Con la humildad que les ha hecho grandes, también hubo un hueco para sacar a pecho descubierto esa raíz flamenca que siempre han vislumbrado sus canciones. Guiño a Patricia que levantaba la mirada de su guitarra de palo para arrancar por alegrías y continuar con las “Bulerías del Poli Díaz”. Desafiando la ortodoxia y las propiedades del propoleo con “Arrancarme los ojos” para luego romper el protocolo de la cuarta pared e invitar a una pareja, siempre chica y chica, y pagar el último plazo de sus “Sevillanas Hipotecadas”.
Tras la jondura llegó la fanfarria y las guitarras distorsionadas resurgieron como “Ave Fenix” para crear ese momento a solas tú y yo: La banda y sus ocho mil incondicionales. Y es que el público del Puchero ha ido multiplicándose con cada disco, para cobijar bajo el mismo techo mestizos y modelos del pull & bear, para conciliar a los seguidores de Lori Meyers y Eskorzo, toda una generación, la de los padres de “Manuel”.
Pasaban las dos horas de concierto y aunque ya era domingo en el reloj, y el concierto oficioso había tocado a su fin, “Sábado”, la mejor canción elegida por sufragio de los fans, era uno de los bises obligados. Tres canciones que resumían “Ese rato tan divino” y que eclosionaban con todo el rebaño “De ovejas y corderos” desperdigado por el Palacio.
No se podían ir sin recordar aquellas cintas de Los Calis o Manzanita que sonaban en el piso de estudiantes de Granada donde todo empezó. Fue entonces cuando sonó “Asuntos serios” y todos los que les han seguido en esta gira de despedida sabían que el final había llegado. A algunos nos cogió en el quicio de la puerta, incluso ya en las calles del Zaidín. Desde la lejanía, aquel seminal “Amor postal” sonaba como el primer día. Buen provecho.
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