Tercera visita del canadiense al Bizkaia Arena, recinto que si no me equivoco inauguró él mismo allá por 2005. Los años han pasado, más aún desde aquella lejana visita del 11 de diciembre del 91 (con un jovenzuelo Adams de 32 años) al Pabellón de La Casilla, pero el ahora sexagenario artista no parece haber acusado el paso del tiempo a tenor de lo visto en las dos últimas visitas (ésta y la de hace casi 4 años). Bryan es un gigante del escenario, donde se siente como pez en el agua, con una soltura y un saber hacer tales que pocos artistas puede haber hoy en día capaces de manejar al público a su antojo. Con un castellano bastante solvente, rápido de reflejos y sobrado de discurso, desplegó todas sus virtudes y una larga lista de pecados en forma de baladas empalagosas.
Martes laborable, resaca post-puente de la constitución. Nada de eso importa: 10.000 almas están preparadas para la fiesta. Algunos colapsan las zonas de información, otros intentan pagar el parking mientras siguen llegando oleadas en cada metro que pasa por Ansio. Los más espabilados ya están dentro y con una cerveza en la mano. Las colas para entrar, un paisaje típico en el B.E.C., nos sitúan en plena vorágine y comprobamos que ha igualado el número de espectadores de enero de 2016. Las entradas incluso parecen baratas (42 euros más gastos) comparadas con los astronómicos precios que habremos de pagar en los shows del año que viene, sin ir más lejos.
Suena, entre otras, el “Whiskey in the jar” (versión Thin Lizzy) mientras sigue llegando la gente. El concierto empieza 20 minutos tarde, aunque por las pantallas nos ambientan de una manera muy original, haciéndonos subir las palmas de las manos, ponerles forma de árbol, dar palmas... Y un reconfortante “have a nice show”, preámbulo de lo que estaba por venir. Con una puesta en escena sobria y sin grandes artificios, ataca con uno de los temas nuevos, “The last night on earth”, que suena a gloria. Con el público en el bolsillo, le hace dar palmas al ritmo de sus estribillos y remata la faena con “Can’t stop this thing we started” y el sabor a leyenda de “Run to you”, una auténtica pasada. En el segundo tema no proyectan el videoclip del 91, sino al propio artista paseando por un centro comercial mientras saluda a todo el mundo (?) y finalmente sale y se mete en un taxi. Como lo leen.
Alucinamos con la gigantesca y única pantalla central, de gran resolución y un efecto embriagador, pero sin mucha más parafernalia (aparte de algunas luces colgantes en algunos temas, también de un efecto sobrio pero atractivo), lo cual demuestra la tremenda confianza que tiene en sí mismo la estrella de la noche. Bryan nos saluda en castellano: “Hola soy Bryan. Soy su cantante po’ la noshe” y el público estalla de júbilo.
Otra nueva, la más que resultona “Shine a light”, que además es el título del último disco, precede a la segunda incursión al mayestático LP “Reckless” del 84: “Heaven”. La grandeza de “Heaven” no necesita ningún efecto, pero ver al astronauta en la pantalla gigante flotar en el espacio causa un efecto multiplicador. Esta vez los móviles apuntan al revés: si antes iluminaron la oscuridad con miles de luces blancas como si fueran estrellas, ahora apuntan al escenario para grabar el momento.
En “Go down rockin’” es el propio Bryan el cae una y mil veces en el vídeo, quizás desde el espacio. Es ese último otro tema semi-nuevo, concretamente de su penúltimo disco “Get up” que presentó aquí en su día. Saltamos al “It’s only love”, también del 84 y que en su momento contó con la colaboración de Tina Turner. Un redoble de tambor pareció presentarla hasta que Bryan soltó que “no ha venido” entre las carcajadas del público. Por primera vez podemos disfrutar de un breve pero magnífico solo de guitarra de Keith Scott, quien lleva camino de cumplir cuatro décadas acompañando a Bryan.
Es cierto que “Cloud #9” es pop y que supuso el primer aviso de lo que nos esperaba, pero escuchar cantarla a tres voces, con las nubes en la pantalla y el público moviendo los brazos de lado a lado, emociona hasta al más duro de los rockeros. “You belong to me” fue una de las cumbres de la noche, y eso que es del penúltimo disco. Podría decirse que suena como el típico tema de rock de estadio de los años 80, en su vertiente más festiva y country rock, no especialmente original, aunque resulta increíblemente efectiva y tiene una marcha tremenda. Como anunció Bryan, en la pantalla se proyectarían los mejores momentos del público, lo que dió muchísimo juego y enormes dosis de diversión: la gente hacía lo que podía para sobresalir y estallaba de lujuria al verse reflejada en la “panllata”, tal y como soltó Bryan por equivocación entre las carcajadas de los asistentes.
Estábamos preparados: llegaría el momento de bajar el pistón y habría que disfrutar/sufrir un ramillete de baladas azucaradas a más no poder y, superado el trance, ver resucitar al viejo rockero en todo su esplendor. Nos vino bien bajar las revoluciones y soportar “Have you ever really loved a woman”, al final de la cual tuvo unas bonitas palabras para el maestro Paco de Lucía, suponemos que por la relación de varios acordes del tema con el flamenco. Incluso “Here I am” (con Bryan solamente acompañado por el teclista), y nos hicimos ilusiones con la más animada “”When you’re gone” mas caímos ya directamente en el aburrimiento con “(Everything I do) I do it for you” y algo menos con “Back to you”. Nada de eso parece importar al público, que jalea al artista, golpea el suelo con las piernas haciendo un ruido ensordecedor y participa en todos y cada uno de los temas, sean del índole que sean. “The only thing that looks good on me is you” fue un paseo triunfal con un trabajo de teclados más que notable. Uno de los grandes temas de rock de Bryan Adams.
“Cuts like a knife” volvió a deleitar a los rockeros y pareció estar colocada para que no nos escapáramos al puesto de Telepizza a cenar. Incluso Bryan, Keith y el bajista subieron al final a la tarima de la batería en uno de los mejores momentos del show. “18 till I die”, una auténtica declaración de intenciones, vino precedida de uno de esos monólogos que ahora sí empezaban a cargar un poquito (solo un poquito, que el tío sabe bien entretener y hacer reír a todo el mundo). “Lonely nights” nos mantiene medianamente vivos hasta que el canadiense nos agrede con “I’ll always be right there” (¿realmente era necesario?) y nuestros ojos miran a la casilla de salida. “The best of me” nos hace replantearnos la razón de haber venido un martes a este lugar, y nos quedamos a la espera de momentos mejores, que a buen seguro llegarán.
“She’s only happy when she’s dancing” nos pilla con las maletas en la mano y nos devuelve de lleno al show, pero este magnífico temazo parece un anzuelo para retenernos. “Please forgive me” golpea sin piedad mientras pedimos cita online con el dentista, y seguimos esperando a que Bryan se apiade de nosotros en algún momento, que seguro llegará (creo haber dicho lo mismo hace un momento)... Perdónanos Bryan, “Please forgive me, I know not what I do. Please forgive me, I can't stop loving you. Don't deny me, this pain I'm going through. Please forgive me, if I need you like I do”. El perro que aparece en el video era del dueño del estudio de grabación que se encariñó con Bryan Adams a quien seguía por todas partes. Lo suelto por intentar decir algo interesante en todo este atraco de buñuelos con azúcar, sirope de chocolate, helado doble de fresa y cacahuetes garrapiñados.
Tampoco faltó el teatrillo (de acuerdo, retiro lo dicho y le doy un pase y un cierto grado de espontaneidad) de preguntarle al público qué canciones quería que interpretara. De ahí surgieron “espontáneamente” varios de los temas hasta ahora citados. Aún así, la comunicación constante con el público, incluso dialogando directamente con él, es algo remarcable y loable por la naturalidad y gracia con las que lo hace. Dialoga a voces con un tal “Inio” (que suponemos será Iñigo) y le pregunta si ha venido solo al concierto. Después habla con una tal Ana y le pregunta si es amigo de éste. Así, va hilando una auténtica representación al final de cada tema que le hace aún más grande de lo que ya es, a pesar de todo el almíbar que nos ha hecho tragar. Nos recompensa con un legendario y maravilloso “Summer of ‘69” y se retira.
Los bises producen intriga y temor a partes iguales, pero no se hace esperar y salta con nada menos que con “Somebody” y aquello se viene abajo. “Hey baby” tiene un pase, suena a leyenda y conmueve por su sentimiento. La gente se las sabe todas: rarezas, caras B, duetos... No hubo un solo tema que no fuera coreado de principio a fin, y eso hay que reconocérselo al rubio. El mítico “I fought the law” de los Crickets, aunque todo el mundo la conozca por la versión de los Clash (o la de Hertzainak e incluso la de 7 Eskale). También triunfo otra cara B, “Christmas time”, que lo fue nada menos que del poderoso “Cuts like a knife”, allá por el 83. Casi nada. Esta ya iba con acústica como la anterior, y ya veíamos claro que iba a repetir el error de hace 4 años y terminaría por todo lo acústico un show que debía rematar a mil por hora.
A “Straight from the heart”, un trozo de historia de la música rock, le sienta como un guante este formato, pero volver a hacer “All for love” en acústico (como en la última visita, aunque el detalle de amagar con tocar “Shine a light” otra vez no estuvo mal) tiene delito. ¡Con el poderío que tiene! No le vamos a pedir que lo interprete con Rod Stewart y Sting, pero joder, métele vida y deja un recuerdo para siempre en tu público, ¡tú que puedes! Pues no iban a ir por ahí los tiros. Es más, nos iba a obsequiar con una última balada (¿en serio?), nada menos que “Let’s make a night to remember” para dejarnos el mismo sabor agridulce que en 2016.
Bryan se empeña en cantar baladas, con el añadido de sets acústicos (para más inri, al final del show) pero cuando quiere sigue rockeando duro a los 60 años, está en plena forma física y sigue en buena racha en cuanto a actitud, carisma y optimismo contagioso. Ofrece shows largos, supera las 2 horas con generosidad y maneja a las masas a su antojo. Es el Bruce Springsteen de su generación en cuanto a carisma y fuerza (olvidaros por un momento de las baladas), y parece que tiene cuerda para rato. Larga vida a Bryan y a su banda, que tarde o temprano volverán a este mismo recinto. Lo harán, y nosotros estaremos ahí para contarlo.
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