Un vistazo a las crónicas tempranas de la prensa -aquí somos más de tomarnos el café con calma- deja una sensación de unanimidad en torno a la la factura impecable de un producto bien empaquetado, comercial y con pocas sorpresas. Y no seré yo quien lo niegue. Pero sí que me empuja un poco a reivindicar a un Bruno Mars que sí, factura millones con Warner detrás, pero que ha sido capaz de canalizar un abanico enorme de la música negra del siglo pasado en un repertorio cargado de hits y más variado que el de buena parte de los gigantes del mainstream. Tengo la impresión de que se incide demasiado en ese carácter comercial, mucho más que en otros artistas de su órbita, como si un sentimiento de culpa cristiano apareciera cada vez que uno hace una reseña positiva de algo suyo. Y va siendo hora de enterrar el concepto guilty pleasure.
A menudo, además, se le presenta como un simple pastiche prefabricado de la santa trinidad formada por Michael Jackson, James Brown y Prince, y prueba de que la cosa va más allá de esos tres nombres fue la sesión de apertura de DJ Rashida. No hacía falta prestar demasiada atención para ver en ella otras influencias fundamentales en su música. Pinchó sobre todo rap de los 80 y los 90 -A Tribe Called Quest, Eric B. & Rakim, N.W.A., Ghostface Killah, Biggie, Ol’ Dirty Bastard, Chubb Rock, Q-Tip…- y r&b noventero, como SWV, Ginuwine y la primera Mary J Blige. También hubo concesiones a la música jamaicana, al funk y el soul de los 70 e incluso al reggaetón, con un remix de “Ginza” de J Balvin que a decir verdad no pintaba mucho. Ah, y “Suavemente”, la única canción con la que el público reaccionó, mientras que lo demás iba siendo recibido con frialdad absoluta. Estaban allí por Bruno Mars, no cabía la más mínima duda. Tanto que a los diez minutos de retraso cayó la primera pitada monumental. Bruno saldría media hora más tarde del horario anunciado, y entre medias caerían un par de pitadas más.
Pero finalmente sale, claro. Es Bruno Mars. Y a todo el mundo -hablamos de más de 50.000 personas- se le pasa el enfado. Suena “Finesse”, la primera de una ronda de temas de su último disco que tocará seguidos, dejando para la segunda parte sus “viejos” hits. Fuegos artificiales, una banda perfectamente engrasada y un sonido sorprendentemente bueno para un espacio así desde el minuto uno (shout-out para los técnicos, que solo nos acordamos de ellos cuando las cosas salen mal). El despliegue visual -si dejamos aparte la mascletá, claro- no intenta apabullar, sino más bien acompañar y dejar el protagonismo a las continuas coreografías de los músicos y de Bruno, que vocalmente está espectacular. Lo estará todo el concierto, y se encargará de dejarlo claro en momentos de exhibición vocal que reparte cuidadosamente a lo largo del setlist. Mi mayor miedo, para qué mentir, eran los momentos empalagosos, pero tengo que reconocer que no rompen el ritmo de un concierto que destaca por su dinamismo. Sí es cierto que, como entertainer, tira de algunos clichés (aunque funcionan en el contexto) y que hay un momento en el que asoma la vergüenza ajena: “Calling All My Lovelies”, donde simula atender una llamada de teléfono y entona repetidamente un “te quiero mucho cariño” que desata la locura entre gente, supongo, fácil de impresionar.
Los temas de “24k Magic” (17) y los de sus dos anteriores discos encajan juntos sin aparente esfuerzo gracias a unos arreglos efectivos y con mucho cuerpo. La excepción es “Marry you”, interpretada en versión guitarrera y pop-rock, aunque en seguida vuelve a la senda con una “Runaway Baby” con la que juegan consiguiendo hacer brillar un tema que, en su versión de estudio, no está entre lo mejor de su carrera. Tras ella, momento balada con una “When I Was Your Man” coreada por todo el estadio”, éxtasis con “Locked Out Of Heaven” y un cierre falso -todos sabemos lo que queda para el bis- con “Just The Way You Are”. Poco después empieza a sonar “Uptown Funk”, los fuegos artificiales llegan a su punto álgido y un estadio entero salta como si no hubiera mañana, como si no llevaran hora y media en un concierto que, a pesar de estar salpicado de baladas, consigue hacerse corto. Repertorio, espectáculo, interpretación y magnetismo: a día de hoy Bruno Mars lo tiene todo (y a juzgar por la noche de ayer hay mucha gente que lo piensa).
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.