La Riviera no es en absoluto el mejor espacio para un concierto en el que el feedback sea parte fundamental del espectáculo. El sonido fue excesivamente confuso y sin detalles, lo que no jugó en beneficio de la banda americana, que tuvo que enfrentarse a un público excesivamente frío durante la mayoría del concierto. Black Rebel Motorcycle Club es un grupo que destila sexo, y el sexo si no es ruidoso, no está bien hecho. El giro denso y rocoso que han tomado los de Los Ángeles desde su último trabajo "Beat the Devil´s Tatoo", sorprendió a los más fans. Poco quedó del punk-rock acelerado de sus primeros discos. Incluso temas clásicos, directos y demoledores como "Whatever Happened to my Rock and Roll", sufrieron una mutación (todavía más) eléctrica. Entre luces blancas y rojas, y mucho humo, empezaron con esa mezcla de blues, gospel y rock que les ha convertido en una de las bandas más interesantes del momento. Robert Levon Been torturaba su bajo (y ocasionalmente los teclados) aflojando las cuerdas, y alternaba las voces con un Peter Hayes concentradísimo al mando de la única guitarra. El rock puede presentarse sobre un escenario de muchas y muy diferentes maneras, pero nada es más potente que el trío. Algunos temas de Howl, más íntimos pero igual de pantanosos, fueron un oasis de tranquilidad junto a los dos temas acústicos del primer bis. Casi lo mejor de un concierto que podía haber sido un manual de rock sucio, peligroso y sexual, y que se quedó en una bola de ruido en el que fue muy complicado disfrutar.
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