Dos años sin poder peregrinar a Cazorleans es demasiado tiempo y muchas cosas han pasado por el camino. Tras la cancelación de 2020 y 2021 por la pandemia, sabíamos que este 26 Blues de Cazorla iba a ser muy especial y emocionante por un sin fin de motivos, más allá de un sobresaliente cartel a la altura de lo que es, un festival de blues referente, desde hace años, a nivel europeo. Sí, muchas ganas de música, pero sobre todo de abrazos, besos y reencuentros. El blues de volvernos a ver, de saber que todas y todos estamos bien, que el genuino ambiente y la armonía que reina en Cazorla bajo su hechizo de música de raíz, en la mágica encrucijada de mares de olivares y campos de algodón a doce compases, seguía intacta. Así, más luz que el inmenso manto de estrellas que mina el cielo de Cazorleans, desprenden los ojos vidriosos de cientos y cientos de personas la noche del jueves, tras fundirse de nuevo con esas caras familiares que tanto tiempo llevábamos sin ver.
Por desgracia, sabíamos que el maldito virus también nos había robado piezas del puzzle: se nos fue Henrique ConceiÇao, que desde nuestro primer blues, allá por 2009, fue vecino de parcela en el camping y ya siempre una figura amiga de edición en edición, tan correcto y elegante, melena al viento y sombrero negro. Siempre estará presente “el portugués” en Cazorleans y desde aquí nuestro homenaje y recuerdo.
La vida sigue y vamos a celebrarlo pisando el albero e inaugurando el escenario principal con una Rory Gallagher’s Band of Friends que sale a todo trapo, con cartas ganadoras bajo la manga y el espíritu de Rory sobrevolando la plaza de toros en cada uno de los incontestables hits de su cancionero. Con el bajo de Gerry McAvoy al mando y la banda al completo a tumba abierta en cada embestida, la noche no tarda en acelerar el pulso y mostrarnos que, envueltos en una “A million miles away” en la que no tocamos el suelo y coreada al unísono, las distancias quedaron atrás y estamos en casa.
De Irlanda a Kansas City con la indiscutible reina de la velada y del festival (poca presencia femenina en el cartel de este año lamentablemente), Samantha Fish, que nos conquista desde el primer parpadeo de gigantes pestañas y rabillo infinito, a lo Amy Winehouse. Explosividad y personalidad a raudales, ya sea con la cigar box guitar de inicio, en una “Bulletproof” que es pura combustión instantánea o con su Gibson SG blanca, siempre a punto de arder eternamente. Electrificante y magnética, nos zarandea a su antojo y deja la primera gran muesca en la luna de Cazorla.
Repite un viejo conocido que nunca falla, Popa Chubby, esta vez sentado todo el concierto, pero demostrando que vuela con su guitarra como nadie, del endiablado “Rollin' and tumblin'” inicial a un “Hey Joe” que, con permiso de Jimi, hace suya. Demasiado medley y versiones para los que lo hemos visto ya varias veces, pero reconquista la plaza con cada solo imposible y ese pellizco que solo poseen los que dominan y aman el género.
A la madrugada le queda una bala y va justo al centro de la diana con el cóctel bailongo de jazz, funk, afrobeat y frescura urbana de Lehmanns Brothers. Alegría y recarga de energía en una propuesta que fusiona a la perfección a James Brown con Jamiroquai, convirtiendo el albero en una personalísima pista de baile que no dejará de girar y remar en busca del amanecer.
Este año nos hemos ceñido a la crónica de la nocturnidad y alevosía, pero conste en acta que hemos disfrutado de lo lindo, como cada edición, junto al fiel público que ha abarrotado vivamente las mañanas y las tardes, con todas las magníficas propuestas que han pasado por el escenario “Agua Sierra de Cazorla” y “Jaén Paraíso interior”. Solo que este año hemos degustado las jornadas diurnas a fuego lento, alargando tapeos y sobremesas, reencontrándonos y conversando con esos viejos y nuevos amigos y amigas que florecen en Cazorla, sobre todo en la Plaza Santa María y su guerra de agua sin tregua, donde nos quedaríamos a vivir la eternidad y un día. En medio de todo, esas historias personales con música propia, como la del amigo valenciano que vino un año en moto y desde entonces es fijo, repartiendo sonrisas y abrazos sinceros; o la muchachada manchega, con ese aspersor ya icónico y simpatía que nunca falta; o esa amistad que dejó de serlo y ahora rebrota, sana, bajo el sol y la continua balacera de pistolas de agua. La magia de Cazorleans no cesa y tampoco su música en Santa María, como la vibrante actuación de Fede Aguado y FieraBlues, con su batería desbordando swing y fantasía a la tabla de lavar y cucharillas.
Cae la tarde del viernes y no me olvido del cumpleaños de Isabelo, nuestro vecino octogenario de Cazorleans, que nos cuenta historias que valen su precio en oro y nos pone al día del barrio. A él le dedicamos nuestro primer brindis en el escenario Cruzcampo, al encuentro de otro de los platos fuertes de esta 26ª edición, Tommy Castro & The Painkillers, que tras tres décadas de historia, estrenan gira por España. La voz arenosa de Castro nos atrapa y caemos rendidos con su soul-blues sureño y afiladísima guitarra. Desgrana su premiado A BluesMan Came to Town (21) y deja huella con cada apasionada y abrasiva interpretación. De un “Blues prisoner” en el que la banda al completo hace que se balancee hasta la última estrella, a un furioso “Can’t keep a good man down” en el que, mordisco a mordisco, no nos quedamos sin luna de milagro.
Con la brasa al rojo vivo llega el esperado Eric Gales, con un bidón de gasolina en una mano y cerillas encendidas en la otra. Saltamos por los aires tema a tema, arrastrados por el ojo del huracán que desata, riff a riff, con sus seis cuerdas. Es una fuerza de la naturaleza sobre el escenario y la banda lo sigue al fin del mundo y más allá. Carisma, compromiso y reivindicación en una de las actuaciones más celebradas del viernes. Del “Smokestack Lightning” de Howlin’ Wolf a la incendiaria “Steep climb”, pasando por piezas humeantes de su último Crown (22), como “You don’t know the blues”, el flow pegadizo de “The Storm” o la apoteosis final del “I want my Crown” que grabó con Bonamassa. Quiere su corona y se la lleva puesta.
Muchas ganas y expectativas muy altas con el gran Raimundo Amador que, aunque rezuma blues y genialidad con la naturalidad que respira, no termina de conectar en muchos momentos con un público que espera más fiesta que virtuosismo instrumental a esas horas. Quizás las dos de la mañana no sea el mejor momento para programar a Raimundo. Con todo, nos regala esa finura y duende a la guitarra que solo poseen los elegidos. Suenan y brillan clásicos como “El blues de la frontera”, “Candela”, “El blues del Falillo”, recuerdo a “Camarón” o el “Ay que gustito pa mis orejas” de cierre. El que lo vivió como ninguno fue uno de sus (bis)nietos, acompañándolo, guitarra en mano, durante casi toda la actuación.
Nos queda un hilo de batería y recibimos la buena nueva del Reverendo Shawn Amos con los brazos abiertos, sudando blues y autenticidad a cada nota junto a sus músicos. La armónica del predicador Shawn Amos, la que más brilla en la jornada del viernes, nos termina de marcar el rumbo a casa como un tren de medianoche que cogemos en marcha.
Es sábado y aunque los cuerpos se resienten, como reza el lema que llevan en las camisetas otro grupo de amigos: “El blues tira al monte” y nosotros también. Nos sumergimos en la plaza Santa María con el rock sureño de Santero y Los Muchachos, y dejan marca gallega Martins Aneiros Band, repartiendo alegría, soul y blues a partes iguales, a los que se suma por sorpresa la incombustible armónica de Mingo Balaguer. Seguimos degustando conversaciones en buena compañía, manjares, paisajes de la tierra y, casi sin darnos cuenta, afrontamos la estelar recta final que comienza con una Nick Moss Band que nos deja con la boca abierta, a base de un cuarteto con mucha clase que maneja las raíces como nadie, con Moss al mando en todo momento. El “duelo” interpretativo entre guitarras ya justifica esta última noche. Con Nick Moss sentimos de nuevo sobrepasar esa línea del “simple” virtuosismo, adentrándonos en el terreno del verdadero género con alma que te araña por dentro. Con razón, el músico de Chicago ha sido nominado más de veinte veces a los prestigiosos Blues Music Awards y, un tal Buddy Guy, que lo contrata siempre que puede para tocar en su prestigioso local, ha declarado varias veces que Nick Moss es su actuación favorita de cada año en su club Buddy Guy Legends.
Con la sensación de tocar techo y romperlo, recibimos al armonicista de leyenda Rick Estrin y a sus colosales The Nightcats, que terminarán por poner la noche boca abajo con un despliegue de pasión y maestría sobrenatural. Elegancia y energía que nos levanta del suelo desde el primer tema hasta el último, con la banda al completo sobrepasando con creces el sobresaliente. Rick Estrin parece haber hecho un pacto con mil diablos, puede escupir fuego a la armónica y, al siguiente segundo, parar el tiempo con un susurro celestial, además de interpretar clásicos con ese elegante fraseo aterciopelado que le caracteriza. Así, con esas gafas de sol y traje gris que lo podría situar como el jefe más sofisticado de “Los Soprano” o de “Uno de los nuestros”, mueve caderas mil con temas que van del seductor “Nothing but love” al juguetón “Clothes line”. Y si Chris “Kid” Andersen vuelve a poner el listón de las seis cuerdas por encima de las nubes y, de entre las teclas de Lorenzo Farrell no cesan de escaparse perseidas, mención aparte merece el espectáculo del batería extraterrestre Derrick “D'Mar” Martin, clase y locura personificada. D’Mar se mete a la plaza de toros al completo en el bolsillo desde que pisa el escenario, gesticulando, avivando al público, saltando por encima de la batería y haciendo ritmos imposibles con sus baquetas, ya sea golpeando el micro, la estructura del escenario o el mismo aire. Pura genialidad al cuadrado.
Y cuando creíamos que ya no nos quedaba más espacio para sorprendernos, aparece en escena El Twanguero con su guitarra y nos hace un recorrido vital y sentimental con ella. Del rag time ibérico marca de la casa “Spanish rag”, a la “Cumbia del Este”, pasando por “Raska Yu” y un sin fin de “Carreteras secundarias”, con recuerdo y homenaje a Paco de Lucía incluido. Todos a sus pies y alguna enamorada que otra.
Tras comprobar el buen Soul y R&B que le corre por las venas al joven Alexis Evans y su banda, con una sesión de vientos soplando a pleno rendimiento, nos retiramos poco a poco saboreando lo vivido y, desde ya, contamos los días para volvernos a ver en Cazorleans.
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