Nadie, pero somos
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Nadie, pero somos

7 / 10
Reuben Weedianaut — 05-05-2022
Fecha — 29 abril, 2022
Fotografía — Eider Iturriaga

En 2022, se está empezando a dar una paradoja que se viene fraguando desde hace un par de años. Entre la nostalgia boomer, la crisis de los treinta millennial, y la necesidad zoomer de tener su propia transición moral tras dos crisis consecutivas en primera persona, los Felices Veinte se han revelado como un porvenir de promesas por venir, que poco o nada tienen que ver con los relatos oficiales. Ello ha traído una deriva de grupos y álbumes que miran sin rubor a lo acontecido (musical y socialmente) en el Estado durante las décadas que pasamos en democracia en el siglo XX. Tres generaciones consecutivas viéndose reflejadas en acontecimientos que algunas no alcanzan a recordar, y otras ni siquiera llegaron a ver con ojos neonatos. 

Con su décimo aniversario como excusa, la promotora de conciertos HeyHeyMyMy reunía en la sala Santana 27 (su lugar de operaciones habitual durante este tiempo) un cartel compuesto por representantes de las promociones (XYZ) mencionadas; aunque los portavoces de la X, viniendo desde Madrid a presentar un disco que lleva una semana fuera en todas las palestras, se vieron incomprensiblemente ubicados entre la prole local en el line-up. Unido esto a un sonido deficiente a lo largo de las tres actuaciones, la velada quedó un poco deslucida para quién escribe, pero eso no impidió que disfrutáramos desertando del presente con la energía derrochada sobre las tablas.

Una veintena pasada de personas se congregaban para ver a los desconocidos Lady Haze, mientras un puñado de amistades se abrazaban a ellos antes de bajar a la pista para disfrutar, entre bailes y gritos cómplices, de la música del cuarteto. Lo primero que llama la atención es la elegancia setentera que presentan mientras se cuelgan y afinan sus instrumentos con sobriedad, más aún teniendo en cuenta la bisoñez de sus miembros. Destaca su cantante, campanas de terciopelo y americana blanca, camisa a juego a pecho descubierto, y foulard de leopardo colgando del cuello. Empiezan armando una jam a modo de intro, con su batería comandando detrás bajo su gorrito a lo Chavo del 8. Una voz chula(pa) como la de Jaime Urrutia y estructuras simples armadas por el guitarra solista, una suerte de Eric Clapton Jr. dada su querencia por tirar de slowhand en la lentitud de sus construcciones. Se sueltan con “Elle est mon Rock’N’Roll” y liberan un poco los nervios inherentes a la falta de experiencia (tan solo tres semanas atrás daban el primer concierto de presentación de su debut, “Golondrina”, en la Shake!). Aúllan y le imprimen surf a su cóctel para sonar a Los Refrescos, pero al pelotazo le falta chispa, y la dicción, que pretende ser macarra, carece de convicción al recitar unas letras que acaban de abandonar la adolescencia. Cede su guitarra y danza canallita, micrófono y cubata en mano, y la presencia del grupo recuerda por momentos a The Stooges, pero la timidez le impide mantener la mirada con el respetable (que ya supera el medio centenar) como haría un street walking cheetah. Ecos de la movida en los timbaleos que resultan clasicotes para su juventud, y constante intercambio de mástiles entre guitarra y bajista que aportan dinamismo a unas composiciones que destacan por su simpleza; aunque creo que ganarían sin extenderlas tanto con ese jamming en el que las baquetas se revelan como el verdadero motor de la banda, firmeza y seguridad parapetada tras los tambores. Desconozco si toman su nombre de la canción de The Suns, pero su querencia por el blues emparenta con esa neblina Hendrix sin el bagaje requerido para llegar a Experience, y el inglés (“What are we fighting for”, “Blues for my Soul”) no les sienta tan bien como cuando suenan a Los Yolos con ese castellano castizo de “No quiero!” o el tema homónimo del disco con el cual se despiden: “vuela con el viento, pequeña golondrina, no te dejes atrapar”.

“Tu memoria ha bloqueado el recuerdo de un trauma llamado futuro”. Una enorme tela en los colores de la CNT cuelga del rigging de la sala cual telón de acero, con esa sentencia flanqueada por la palabra Biznaga y la característica silueta de los cuatro músicos de Bremen, ordenados como una matrioska en un galón militante. Anarquía y rebelión en la granja de Orwell, y dadaísmo en el bajo readymade, luciendo la firma que usó Duchamp en aquel urinario que fue pieza fundacional del movimiento que dotaba objetos comunes de significación artística. Nos mean y dicen que llueve. Giran el contacto y falta potencia. 404. Se ciernen “Líneas de sombra” (no sabemos si por Conrad, Lorenzo Silva, o ambos) y llenan con acento andaluz el vacío generado por la ausencia de las cuatro cuerdas de Jorge y su desesperación en aumento. “Bremen no existe”, lo importante era el camino, y Álvaro arenga a sus cómplices con un “¡tira, tío, tira!” para acometer a tumba abierta la canción que abre su último disco, aunque sólo lleve siete días en la calle, sin duda uno de los mejores LPs facturados (en B, por supuesto) este siglo en el Estado. “Brillamos como el sol y alrededor, los problemas”. A falta de sonido, nos lanzan punk a la cara, navajazos y botellas rotas para batirse el cobre como si estuviéramos en El Sitio de Siempre. Morder como forma de vida, porque nunca sabes cuándo volverás a masticar. Jorge traga saliva e incomprensión. “¡Súbete, súbete!”. Envueltos de blanco humo, encaran “2k20” como apóstoles de la “Gran Pantalla”, y ya son casi 200 las que se levantan para capturar el momento. “Con quién estoy, de dónde vengo (…) Soy sólo información”. Han encapsulado los datos de su algoritmo en una interfaz que nos los presenta de riguroso negro, camisas con brazaletes blancos y una negación por cada compinche: NADIE, NUNCA, NADA, NO. Canciones de amor contra todo, incluso contra su origen arrabalesco. Dibujos animados pop y letras que cortan como un terrón de azúcar. Costumbrismo frente a universalidad. Son un motor que encuentra lo que busca, cada engranaje aportando una variable distinta a la ecuación: Milki, el andamiaje férreo; Pablo, los acordes para vestir la fachada de Johnny Marr; Álvaro, la actitud de Peter Pank bardeo en mano; y Jorge, el cerebro de un Gallup que toca en unos The Cure de spiz. Desde la barra suenan bajito, pero compensan decibelios con zapatilla de la de tocar a ras de suelo. Sin efectos especiales. El futuro era esto. Negar, una afirmación de quiénes somos. "Digitales chicos acelerados". Llega el primer himno y las gargantas suplen a Isa TAB y ese brillo que nunca se apagará de vuelta a casa. El fuego camina a nuestro lado, y la maquinaria empieza a carburar de regreso al "Centro Dramático Nacional". Músculos tensos y ruido de huesos. Balas para todas. Balas y más balas. Habitamos ezlekuak, como el reverso positivo de Lisabö, heroes del no y hardcore de mándibula apretada. Retroceden al principio, desobedientes, para quienes estuvimos allí y seguimos siendo nadie. No se erigen en adalides de nada, porque bajo cualquier ciudad encontramos un Madrid o un Bilbao cualquiera para morir, y nos pertenece a ti, a mí, y a ellos. Los tipos de la esquina que te consiguen todo lo que pidas. Agradecen con humildad (y cierta resignación por no haber podido sonar como quisieran) la acogida euskaldun, y antes de retirarse al callejón a lamerse las heridas, dejan caer su "único hit", en eterna dupla con la "Mediocridad y Confort" de los que carecen por completo. Esto no ha sido un simulacro.

Es curioso cómo Lukiek es un grupo que damos por supuesto. Siendo considerado desde un principio como el grupo paralelo de Josu Belako (y de Antton Leun en aquellos tiempos, por qué no decirlo), siempre me ha dado la impresión de que el público en general los infravalora, cuando tienen dos discos repletos de singles en su haber y son un seguro de vida sobre las tablas. Infalibles en directo. Con la entrada superando las 300 personas (curioso cómo se concitaba más o menos un centenar por cada generación al principio mencionada), dan comienzo a la intro ante la perenne locura del personal que los sigue allá donde vayan como si fueran un street-team de los de antaño (Cris y Lore entre ellas, compañeras de banda y familia de Ximun). "Obabatxue" va en crescendo, mezclando el espíritu de Atxaga con arabescos que preparan la pista de baile para lo que seguirá. Entra la electrónica y se acercan a las sonoridades cercanas a los Empty Files, mientras la silueta de Christian se recorta en lo alto de la atalaya de su batería, con esos característicos platos altos escuela Travis Barker y la capucha calzada para hacernos bailar a la contra. La acumulación de graves reverbera, pero sólo saben avanzar, y "Don Gomes" es una huida hacia adelante. "Beti aldrebes". El estribillo trae la melancolía de BTX a la memoria, pero Kresto ya se ha despojado de la sudadera y vemos que esto va en serio. No hay tiempo para la nostalgia. "Izate Iragankorrak" suena a todo lo que nos atrapó en los 90, pero tan actual como el Auto-Tune. El grrrl-gang va en aumento en las primeras filas y por primera vez en mucho tiempo vemos inclusividad en el pogo, un pit enfervorecido de mayoría femenina. Josu saluda a su ama en la pausa, para continuar presentando "Lukiek #2" siguiendo el orden del tracklist. El sonido se dispersa como si estuviéramos en un festival al aire libre, pero la veteranía es un grado y nos aplastan como el power-trio que son, con enfásis en el power. Caen tres temas seguidos del mencionado álbum y la locura retorna con "Bipolar Eztabaidan", con Josu en modo J Mascis y dinámicas sustentadas en la sección rítmica que se ven amplificadas con un juego de luces que acerca el show al de unos Muse sin histrionismos. Christian se deja el alma en cada baquetazo (su camiseta rezaba "parce" en honor a un ser querido y se sintió durante todo el set) y el kit rojo acrílico de Badnewz Drums que lleva desde hace poco se hace notar pegada tras pegada, mientras Antton articula como Wolstenholme, sin perder de vista en ningún momento al compañero frente a él. La guitarra pasa a modo Morello y la sección rítmica se torna en la de RATM, Wilk & Commerford, mi preferida ever. "Pitagoras" es puro Nirvana en crudo, rabia desde el drumkit y coros como los que aportaba Dave Grohl junto a Cobain. "Ipuin Ha" trae el post-punk mutante desde las almenas de “Gaztelua”, y a Cris, “Sorgin” al micro con Lengua Ignota, y aquello ya es una fiesta en mayúsculas con “Geziak” volando por doquier. El medio tiempo "Tzar" pasa a sonar Cave In en "Fluoreszenteak" para culminar en karaoke con Stephen Brodsky. "Eroan Zaitue" y "Kontuz!" son dos hitazos que podrían haber triunfado tranquilamente en la década del grunge y el rock alternativo, afirmación refrendada por el respetable, que para estas alturas está rendida a los de Mungia, con ese particular euskera de su eskualde que dota de más personalidad todavía a unas composiciones complejas en su simplicidad. Derriban todos los muros con “SnK” y “Vanpiro Zara Orain” nos devuelve una noche que es nuestra. El día, de los demás. “Automata” como canto del cisne nos deshace toda duda de que estamos en el camino correcto, con las personas indicadas. Una trinidad generacional destinada a dejar huella más allá del subsuelo que hemos habitado siempre. Reivindiquemos un lugar para nuestros no-lugares.

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