Camino al trono soñado
ConciertosBillie Eilish

Camino al trono soñado

8 / 10
Yeray S. Iborra — 11-03-2019
Empresa — Primavera Sound
Fecha — 09 marzo, 2019
Sala — Sant Jordi Club
Fotografía — ​Kevin Zammi

Una noche más en vela. ​Billie Eilish ​había dormido poco la víspera del bolo. La fiebre, que la había acompañado durante la jornada, no ayudó. Pero, ¿qué día no es fiesta? Pensaría la joven. Pese a tener sólo 17 años, la estadounidense está acostumbrada al insomnio, las pesadillas, la parálisis del sueño. Las afectaciones nocturnas la han perturbado desde pequeña, como ha confesado una y otra vez en sus entrevistas. Tanto es así que todo su universo se ha construido alrededor de estas. Por crudo que suene, su desdicha es parte intraspasable de su éxito.

Del trauma, Eilish ha hecho fortaleza: estética trasnochada, una mezcla de personaje de 'Final Fantasy', ataviado con chándal o ropas vaporosas, y de las tinieblas de un Tim Burton ​millennial.​ Cadenas, anillos, calaveras. ¿Y sus músicas? Cambiantes, disruptivas. Del pop angelical, cercano a ​Lana del Rey,​ al más robusto estruendo. Un despertar ansioso tras haber contemplado los más descorazonadores fantasmas. Incluso su ​set ​bebe de ese particular motor creativo: una araña gigante –quién no teme a las tarántulas– la acompaña en los directos.

Cuál será el porvenir de sus horas una vez se mete en la cama es algo que ella no puede controlar. Así lo expresa. Qué hace con el resto del tiempo, cuando está despierta, sí. Por lo pronto, lo que está en su mano, lo maneja a la perfección. En apenas un par de años ha ido soltando un bombazo tras otro, de la mano de su hermano​ Finneas.​Él abrió el bolo con un l​ive m​uy melódico y pausado, en contraste con ​EarthGang,​ que movieron –y mucho– a los presentes.

En directo, todo lo que depende de ella, lo borda: explosiva, hiperactiva, pero con una voz educadísima, siempre suena en su sitio. De reojo, vigila al ya citado Finneas, a los cachivaches. También la escuda ​Andrew Marshall, ​​​a la batería.

El magma creativo de Eilish se conjura en la noche, pero el trono por el pop lúgubre se juega en la vida real, y ella tiene toda la maquinaria a punto para entrar a la disputa en puestos de pole. Así lo demostró este sábado. Y todo ello sin siquiera llevar una puesta en escena habilitada para un espacio noble como el Sant Jordi Club, juego de luces algo pobre y attrezzo mucho más pensado para un recinto de mediano formato como Apolo [2], que en principio debía acogerla pero que se quedó corto a los diez minutos; sin siquiera disponer de toda la artillería que se le presupone a ​“When We All Fall Asleep, Where Do We Go?”,​ a la venta a finales de mes, y todavía echando mano de los ​oldies ​de su corta carrera. No mantuvo el show t​odo lo arriba que se podía esperar, habilitando más instrumentación, más chicha a las bases y menos pregrabados, para sonar algo menos a ​Twenty One Pilots​ y algo más a la vanguardia pop que se le presupone. Pero aún así, brilló.

Eilish hizo vibrar a las más de 3.000 personas que la acompañaron. A las 3.000 personitas. La media de altura fue bajísima. Sólo papás y mamás desubicados despuntaban entre los gorros de color naranja fosforito que llenaban el espacio, además de esos pelos azul cielo y gris, fruto de estudiadas decoloraciones.

La última parada de su “1 by 1 tour” tuvo lugar en Barcelona. La última vez que esta ciudad vio un directo de alguien en el foco pero todavía sin disco... Conocemos el final feliz de la historia. La historia de ​Rosalía,​ que hizo lo propio ​​en Sónar, antes deEl mal querer”​(18). La catalana andaba en la grada. Han grabado juntas. Es una de las muchas colaboraciones que vendrán para Eilish, una fórmula que le ha dado gran rendimiento en el pasado. ​Una de las claves de su bombazo prematuro.​

Cuando vuelva a la capital catalana en septiembre (Poble Espanyol, ​sold out)​, tendrá toda la carne en el asador. Su debut estará en el mercado. Si ya es capaz de hundir el escenario con la triada “When the Party's Over”, “Ocean Eyes” y “COPYCAT”, ¿qué podrá hacer en unos meses?

Para muchos, ese será el segundo bolo de sus vidas. Ya tienen la entrada y volverán a hacer cola desde días antes para estar cerca de su nuevo ídolo. Si una artista con la personalidad de Eilish tiene que ser el ​Simple Plan, l​a​ Avril Lavigne,​ la rebeldía por instinto, de sus años de adolescencia, y tiene que serlo con una ensalada pop que huye de lo facilón de las estrellas t​een ​de otras épocas y que abraza la electrónica más densa, el R&B más contemporáneo, pasando por el ​emo más vívido, bendita sea la dichosa transición generacional. Porque no hace falta medir menos de metro y medio para disfrutarla. Ni haber sufrido de insomnio. Billie Eilish pisa firme de día, gracias a pesadillas nocturnas, sobre unas anchotas Air Jordan. Y no, el suyo no es sólo un sueño adolescente.

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