La principal pata musical de Donostia 2016 se llama Music Box, un ocurrente festival itinerante donde el objetivo principal consiste en redescubrir espacios insólitos y reconvertirlos en espacios escénicos. Una iglesia cumple perfectamente con este cometido aunque la de Zorroaga es de por sí un templo multidisciplinar: el culto católico se comparte con otros usos como conciertos o charlas. Una discreta barra surtía de bebidas a los asistentes que llenaron el aforo, con capacidad para unas 200 personas. Sobre la espalda de Bill Ryder-Jones y su banda reducida a tres miembros -a última hora el bajista tuvo que acudir al hospital por una indisposición- llovían las proyecciones que caían por el retablo y se esparcían a los lados: psicodélicas figuras geométricas, fondos de pantalla como un salvapantallas de Windows 95 y bolas muy parecidas a las del vídeo de Le Mans de “Canción de todo va mal”. Una estampa realmente bella.
El ex guitarrista de The Coral lleva tres discos a sus espaldas, pero sigue mostrándose igual de delicado, humilde y comedido que la última vez que vino a Donostia hace dos años y medio. Presenta las canciones una a una, como si fuese un principiante, agradece con sinceridad los aplausos del público y si estos se adelantan pensando que es el final (como en “Wild Swans”, donde los punteos brillaron especialmente) no pasa nada; Bill nos avisará cuando llegué la hora de aplaudir rompiendo así un silencio que se respetó como hacía tiempo que no pasaba.
A este chico no se le han subido los humos, no. Primero salió solo acompañado de su guitarra y vestido como un músico inglés de los 90 que ha pasado olímpicamente de la moda slim fit y va con baggy trousers y jersey de rayas también amplió. Los momentos en los que tocó en solitario acariciando la guitarra (la inicial “Tell me you don´t love me watching” o la dupla “By Morning I” y “Cristina that´s the saddest thing”) fueron algunos de los momentos más emotivos de la noche.
Bill Ryder-Jones no canta, sino que te susurra al oído metido en sábanas blancas como si se acabara de despertar un soleado sábado por la mañana. Y tiene sentido del humor: amagaron con tocar “Day tripper” de The Beatles y “This charming man” de The Smiths ante el alborozo del público. Sí que cayó, en cambio, una versión de Lightships, del proyecto en solitario del bajista de Teenage Funclub, Gerard Love, antes de “Wild Roses”, broche final a una deliciosa homilía pop.
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