Todo parecía indicar que la primera visita de Bigott a la ciudad de Zamora se saldaría con un lleno rotundo, pero incomprensiblemente sólo unos cuarenta aficionados acudieron a una cita que realmente se imponía como obligada. El asunto era inexcusable porque el zaragozano es uno de los talentos más peculiares e indiscutibles surgidos en los últimos años dentro de la escena estatal, con un total de nueve grandes discos publicados en un plazo de doce años.
En cualquier caso, la circunstancia pareció importar poco a Borja Laudo y su troupe (actualmente formada por su inseparable Clarín, Pablo Jiménez de Picore y Juan Gracias de My Expansive Awareness), que se mostraron encantados con un local acogedor y la respuesta entusiasta de los asistentes. La gran virtud del músico consiste en la asimilación indiscriminada de géneros y artistas de diferentes épocas y estilos que, pasada por su personal tamiz, termina siempre convertida en canciones exquisitas e irresistibles. Una inquietud que maneja con aparente despreocupación y una baja fidelidad de aspecto elegante, haciendo que el proceso parezca tan sencillo que al día siguiente dan ganas de ponerse a escribir canciones. Con el reciente “Candy Valley” (Bigott, 18) bajo el brazo y como excusa, el cuarteto ofertó un ágil repaso por la trayectoria del aragonés, con paradas en temas nuevos como “Strangers By The Wall”, “Don't Know Why” o “Don't Stop The Dance” junto a recuperaciones imprescindibles del tipo de “Cannibal Dinner”, “She’s Gone”, “Dead Mum Waking”, “Baby Lemonade” o “Pavement Tree”. Acertadísimas versiones del “Crazy Rhythms” de The Feelies y del “In This Lonely Town” de Jeremy Jay (productor de algún trabajo de Laudo) completaron la fiesta.
Nuestro súper héroe particular (capa plateada incluida) completó un concierto de gran ejecución, donde la valía de su música provoca un maravilloso contraste con la simpatía de las formas. La sala se llenó así de buenas vibraciones y una empatía evidente y siempre creciente, a lo largo de más de noventa encantadores minutos. Histriónico, divertido, impredecible y asombrosamente talentoso. Así es Bigott, un tipo que terminó en la puerta del local despidiendo a todos y cada uno de los asistentes con un abrazo amoroso.
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