Desde el fondo del escenario, con las luces blancas deslumbrando al público y entre cortinas oscuras. Así es la sigilosa aparición de Benjamin Clementine en su único concierto en España. El aura de misterio con el que inunda el ambiente va en concordancia con la introspección que explota su música. El universo personalísimo expuesto en su álbum debut queda de manifiesto en el directo de manera visceral.
Descalzo, con piano y voz como únicas armas, Clementine desgrana la práctica totalidad de su debut, “At Least For Now” (Universal, 15), domando la emoción colectiva con la crudeza de historias como “Condolence”, “Adios” o esa angustia en carne viva que supone “Cornerstone”. Se toma su tiempo. Habla despacio y en voz baja. Intenta en alguna ocasión chapurrear el castellano y confiesa casi de forma inaudible estar disfrutando de la belleza del entorno, a pesar del sonido de alguna sirena de las calles colindantes y de un coro de chicharras que aportan su banda sonora al calor madrileño.
Le acompañan en numerosos temas una chelista y un percusionista que logran dar fluidez al concierto en determinados momentos. Pero indudablemente el instrumento más tangible de la noche es su voz. Clementine alcanza unos registros prodigiosos que estremecen en los momentos más dramáticos y operísticos, pero que a la vez agudizan los sentidos en medios tiempos y susurros. Su voz parece haberse resquebrajado por las experiencias y más que un concierto parece estar musicalizando los capítulos del libro de su vida. Un libro trágico y real en el que Benjamin Clementine se presenta al mundo como un diamante en bruto al que tener muy en cuenta.
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