El mango cotiza al alza. También la bollería de marca blanca y los caramelos reciclados de la última cabalgata de Reyes. Cualquier cosa que salga del ya mítico cesto de Bejo, el canario tiene por costumbre repartir comestibles entre el público, tasa más ipso facto. Como lo hace todo lo que sale de su espesa mata de pelo azabache: no tiene idea mala. Bejito es el Rey Midas del rap. Todo lo que toca lo convierte en oro. O en algo, como mínimo, igual de brillante.
Bejo es un broker de lo insólito. En una carrera de menos de tres años, el también miembro de Locoplaya, ha revalorizado mangos; rimas cacofónicas; tropicaleo; tiras para gafas; e incluso dibujos a rotulador, sea o no verdad que ha despachado uno de ellos por más de 100.000 euros en Ebay. El universo del canario se expande, gracias sobre todo a la idea holística de carrera (¿cuánto peso tiene en su éxito los vídeos de Cachi Richi?), sin oposición. En Barcelona, la sala Apolo se le quedó corta: sold out, público loco con él y su “Parafernalio” (autoeditado, 18).
¿Por qué? A estas alturas, el joven (24 años) afincado en Madrid ostenta rimas y ritmos suficientes como para despachar hora y media de show de pura montaña rusa. La onda oscilante de sus directos se compone básicamente de rap noventero (hay mucho de él en su nuevo largo, por ejemplo “Helarte” junto a horror.vacui) o trap, bien downtempo, con rupturas constantes de sonidos del Caribe. A él es el único al que el viento en Canarias no le sopla de África del Oeste, sino del otro lado del Atlántico. Moombahton, salsa, soul, trap. En “Parafernalio”, eso se traduce en las excelentes bases proporcionadas por Sume Beats, Cookin Soul o Nico Miseria, que en directo son lanzadas con vigor –ejercicios de scratch y sampleados taquicárdicos– por Dj Pimp, que también ejerce de productor en el cedé.
Bejo, por surrealista y alucinada que pueda sonar mucha de su música, es el puente entre la vieja escuela de rap (atenta a la rima original y más parca en el sonido) y las últimas camadas urbanas, anárquicas en el verso y eclécticas en el beat. En sus directos, el autotune es tan sólo un adorno. Siempre afinado, siempre comprensible, pese a estar cerca del récord de sílabas por segundo. El canario tiene una dicción y unos pulmones fuera de lo común, como si hubiese estado ensayando en altura.
Ese papel cose-generaciones se ve reforzado por “Parafernalio”, con el que suma temas más musculosos y clasicorros, de los de brazo arriba y abajo (“Hasta abajo” o “Una papa pal kilo”), en contraste con sus canciones más chisporroteantes (“Mango” o “Mucho”). El resultado es un bolo heterogéneo. Uno no tiene tiempo de sacar el móvil y mirar cuantos #10yearschallenge se le han cargado en Instagram.
“No soy un raper estandard”, zanja en “Métele con Pepa”, incluida en su segundo álbum. No le falta razón. Él es el MC que mejor aúna pasado y presente. Una forma intransferible de entender el rap, con base artística y técnica, en transformación constante y sin beefeos: el más vacilón es el que no lo pretende. Bejo es la gallina de los mangos, los bollos, las chuches, los ritmos y las rimas de oro.
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