En algún momento Oasis fueron capaces de parar el tiempo y de hacernos creer que eran la mejor banda del planeta. Y tal vez lo fueran durante escasos años. De 1994 a 1997 firmaron tres discos de pop con mayúsculas, tan británicos como los restaurantes hindúes de Brick Lane y como el legado de las bandas a las que fusilaron impunemente y con exquisito buen gusto. Con Oasis reinando en los canales de nostalgia desde que Noel Gallagher les dejó tirados antes de saltar al escenario en un festival en Francia, era el momento del pequeño de la familia. La revancha de los novatos que por fin tienen todos los juguetes para ellos solos, y a ese ratito de gloria lo llamó Beady Eye, sin preocuparse ni de cambiar de grupo.
La misma formación que la última de los de Manchester fue la que subió al escenario de La Riviera a defender “Different Gear, Still Speeding”. Poco había que resguardar con las entradas agotadas desde hacía un par de semanas, los reventas en la puerta y el histerismo de las primeras filas a punto de caramelo antes incluso de que empezaran a tocar. Muchos hooligans británicos, unos cuantos mods impolutos (cinco vespas seguidas aparcadas en la puerta de la sala eran una señal) y muchos jovencitos en las primeras filas tan desafiantes como el Liam Gallagher al que habían ido a ver, con la diferencia de que muy pocos de ellos lograrán ser una estrella del rock. Eso sí, este redactor da fe de que a la hora de la bravata, el ímpetu de la juventud es innegable. Más allá del costumbrismo, el disco que presentaban no es demasiado diferente de lo anterior, si obviamos que los cuatro últimos trabajos eran infumables. Liam, como frontman, se encontraba perdido en su papel de líder sin nadie a quien lanzar miradas asesinas, con el grupo por su lado mientras que la electricidad le endiosaba un poquito más. A la entrada los fotógrafos bromeaban sobre cuánto tiempo tardaría en sacar la pandereta y sobre la facilidad para hacer su trabajo.
Enfundado en una chaqueta de cuero negra, y probablemente sudando a mares porque, como la procesión, el sudor va por dentro, se asomó al abismo del escenario y prácticamente no se movió de allí en la hora que estuvieron tocando más que para dar paseitos en redondo y arreglarse el pelo. El sonido era rocoso e impecable. Más beatle que los Beatles en “Millionarie” y “The Roller”, muy Kinks en “That Beat Goes On” y tan insolente como el My Generation de los Who en “Beatles and Stones”. Probablemente no hubieran llenado La Riviera de no ser quienes eran, pero tampoco han grabado un mal disco. El problema está siendo trasladarlo al directo. Los primeros veinte minutos fueron un soberbio ejercicio de rock británico, desde los primeros acordes de “Four Letter Word” hasta el efecto single con “The Roller”, con esa deliciosa anomalía que es “For Anyone” a la que el exceso de reverb en la voz no le hizo ningún bien. Lo que siguió después, fue un baño de multitudes, una banda mustia a la que ni la electricidad ni los punteos demasiado largos conseguían poner algo de sangre en sus venas y cuarenta minutos de rock de los ochenta pasados por el filtro de John Lennon y Ray Davies. En el único bis, sobre luces rojas y asomado al escenario mientras que una canción soporífera a punto estaba de hacernos olvidar las estupendas primeras canciones de la actuación, me surgió una pregunta. ¿Y si algunos conciertos fueran como los EPs? Directos, concisos y sin sobrecargas. En este caso, fueron cuarenta minutos. En otros lo es desde que el grupo pone los pies sobre las tablas.
Me encanta vuestra critica del concierto, estuve allí en segunda fila y lo disfrute profundamente, no habia visto nunca en directo a Liam y era lo que mas deseaba, pero tambien es cierto que faltaba algo... y se llama Noel.