Beach House, rozando la devoción

Sereno y penetrante. Si el sonido de Beach House fuera una escena, sería el lento recorrido de un coche descapotable por una carretera infinita, a los pies de una playa desierta. La brisa en la cara, una bandada de gaviotas alzando el vuelo de repente, el sol a veces alto, a veces bajo, entre nueves y un viaje hacia las profunidades.  La paz y la reflexión. Lo llaman dream pop.

La Apolo se llenó para degustar el último trabajo de la banda de Baltimore (EEUU) “Bloom” , en su gira por salas. Antes, la sorpresa la dio un músico, Marques Toliver, capaz de captar hasta la consciencia más perdida. Se valió de su violín, una destreza musical impecable y una voz carismática, para dejar constancia de un estilo propio casi indefinible, que navega entre el pop melódico y el soul. Con una presencia imponente y una energía capaz de enmudecer la sala, cedió el testigo a unos Beach House dispuestos a desplegar las alas y poner al público bajo su amparo. Descarga de sensaciones desde el inicio. Golpes limpios de batería, el sutil sonido de una guitarra eléctrica y los teclados bien marcados, adornaban una imponente y sugerente voz. Hipnotizantes, parece que cada tema fuera un detalle de un cuadro que visto al completo te incitara a tomarte la vida con más calma Y el público, entregado casi rozando la devoción, se dejaba impregnar por los colores de una banda cuya proyección, como su música, va en ascenso.