Marcando la diferencia
ConciertosBe Prog! My Friend

Marcando la diferencia

8 / 10
David Sabaté — 01-08-2018
Empresa — Madness Live
Fecha — 29 junio, 2018
Sala — Poble Espanyol
Fotografía — Eduard Tuset

Quinta edición del Be Prog! My Friend, uno de aquellos festivales que marcan la diferencia. Formato mediano, un único escenario, la capacidad de disfrutar de cerca y con total atención de los grupos participantes. Un festival, en definitiva, donde la música es lo más importante. Como debería ser siempre.

La primera jornada, la del viernes, fue la más concurrida en cuanto a público y la del cartel, a priori, más vistoso. Una velada estructurada en torno a la esperada actuación de unos A Perfect Circle mágicos que dejaron huella. Aunque eso sería entrada ya la noche.

Con el sol de media tarde filtrado por los edificios de la acogedora plaza mayor del recinto, los andorranos Persefone emplearon muy bien su tiempo atacando temas de sus dos discos hasta la fecha con un aplomo y solvencia que pilló por sorpresa a los muchos asistentes que cogían sitio para Baroness. Desde “The Great Reality” a “Mind as Universe” pasando por “Living Waves” o “Flying Sea Dragons”, la banda convenció con su acercamiento progresivo y personal al death metal melódico. Un nombre a seguir de cerca.

Los miembros de la segunda banda del día, Baroness, probablemente la más popular de todo el line-up junto a Sons of Apollo y los cabezas de cartel, parecían contentos de tocar con el sol iluminando sus rostros. Esta es probablemente la mejor expresión del momento dulce y positivo que siguen viviendo tras la ya lejana tragedia que casi termina con sus vidas. Lejana pero latente. Por ello, precisamente, continúan emocionando sus desbordantes directos, sus sonrisas y su visible pasión encima del escenario. La mejor respuesta posible al trauma. Los norteamericanos, renacidos, transmiten las vibraciones de un grupo ilusionado que improvisa en su local de ensayo, pero con las tablas y la calidad propias de la primera liga, la misma que les ha llevado a telonear a grandes como Metallica. Y esa combinación es difícil de encontrar. Arrancaron sin titubeos, con “Take My Bones Away”, para rescatar acto seguido “The Sweetest Curse”, en la que evidenciamos la perfecta integración en la banda de su nueva guitarrista Gina Gleason, con buenos coros rasgados y actitud a raudales. De su álbum azul recuperaron también “A Horse Called Golgotha”, e incluso retrocedieron hasta su disco rojo con una rotunda “Isak”, aunque el grueso del set se centró en sus dos últimos lanzamientos, con momentos álgidos como “March to the Sea”, “Shock Me” o “Chlorine & Wine”.

Baroness

Pain of Salvation repetían en el Be Prog! y fueron recibidos con los brazos abiertos. La introductoria “Full Throttle Tribe” sonó casi perfecta, con sus variaciones, cambios y giros bien imbricados y con la potencia justa en los momentos requeridos. Quizás esta medida en exceso sea lo más definitorio de su concierto. Un control llevado al extremo que, junto a un setlist que incluso sus fans consideraron irregular, dejó una sabor de boca que no se ajusta a la discografía de los suecos. Daniel Gildenlöw lideró la banda junto al guitarrista Johan Hallgren, reincorporado en 2017, y sus movimientos al estilo Flea; aunque el primero habló demasiado entre temas. Tras su ya clásica “Linoleum”, los cortes pausados se sucedieron en perjuicio del ritmo del show, y aunque “On a Tuesday” y la final “In the Passing Light of Day” nos pusieron las pilas por momentos, no logramos empatizar del todo con su propuesta para esa tarde.

La corona de la noche y del festival fue para A Perfect Circle. Pocos días antes habíamos vivido un pequeño shock viral –ahora casi olvidado, culpen de ello a la urgencia y la bipolaridad de los social media– debido a las acusaciones contra el cantante Maynard James Keenan vertidas desde un perfil anónimo de twitter. El cantante desmintió los supuestos hechos, que habrían ocurrido casi veinte años atrás, pero se especuló sobre un concierto frío, sobre si podríamos disfrutar igual de su música, incluso sobre la cancelación de su show. Nada. Fue salir al escenario y la gente olvidó. La banda brilló. Reinó la música. Y fue una suerte, porque, de lo contrario, nos habríamos privado de disfrutar de uno de los mejores conciertos de lo que llevamos de año. Su arranque provocó el silencio, mientras desplegaban las notas delicadas de “Eat the Elephant”, con su percusión minimal, casi jazzística, y sus armonías sinuosas, el piano salpicando los versos susurrados por Keenan como en una versión crepuscular del “The Greatest” de Cat Power. La siguió “Disillusioned”, majestuosa, voluble, bella. Los focos iluminaban a los músicos, impecables, de negro de pies a cabeza, mientras el vocalista, con traje morado, se mantenía en la semipenumbra, como viene haciendo desde los tiempos de Tool. Subido en una plataforma en la parte posterior del escenario, la base redonda bordeada de luces giratorias que otorgaban al conjunto el aspecto de una nave espacial a punto para despegar –y nosotros con ella–, el cantante lideró junto al guitarrista Billy Howerdel un repertorio con alma, color y matices: desde la rotunda “The Hollow”, las celebradas “The Outsider” y “The Doomed”, o la pulsión industrial de “Counting Bodies Like Sheep To The Rhythm of the War Drums”, las más contundentes de la noche; hasta los flirteos con el pop de “Hourglass” o “So Long, and Thanks for All the Fish”. También rescataron “Weak and Powerless”, la marciana “Rose” y “3 Libras”, ambas de su debut, o su versión casi irreconocible del “People Are People” de Depeche Mode. Gozaron de un sonido casi perfecto –en sintonía con el de Steven Wilson en la misma plaza dos años atrás– para un repertorio de otra galaxia en el que las nuevas canciones brillan con personalidad propia. Y menuda banda, una suerte de reverso oscuro de The Bad Seeds en estado de gracia. Chapeau.

Difícil misión la de tocar tras A Perfect Circle. Lo mejor en estos casos es un cambio de tercio absoluto. Con los fineses Oranssi Pazuzu proseguimos la ruta cósmica. Las inclemencias siderales y el peligro aumentaron exponencialmente, pero el salto dimensional funcionó. Su visión de la psicodelia, preñada de la crudeza del black metal, produce efectos hipnóticos no aptos para epilépticos. Parte del público parecía convulsionar, poseído por el mantra visceral escupido por las torres de altavoces. Aplausos con la primeras notas de “Lahja”, lo más parecido a un single que posee la banda, si podemos llamar así a alguna de sus complejas pero adictivas canciones. Ruidismo, espiritualidad, hechizo. Un amigo los describió como los Sonic Youth del black metal. No le faltó parte de razón.

Sons of Apollo

La jornada del sábado empezó lenta y calurosa, pero Plini recompensó a los más valientes. Valió la pena. Muy técnico y virtuoso, bromista y algo superado y orgulloso por tocar en el Be Prog!, el guitarrista hizo las delicias de los amantes de las seis cuerdas y de los fans del mejor Joe Satriani con un set instrumental y entretenido.

No podemos decir lo mismo de los noruegos Gazpacho. Su propuesta desprende una calidad indudable, y así lo demostraron con sus temas ambientales, construidos a menudo alrededor de atmósferas envolventes, de ritmo pausado y melodías suaves, de gran precisión y riqueza compositiva. Sin embargo, no consiguieron conectar con la concurrencia. Su setlist devino muy lineal y no hizo justicia a una formación con más de veinte años de trayectoria. Con todo, sí disfrutamos intermitentemente de su universo: temas como “Black Lily”, muy en sintonía con los últimos Anathema; “Tick Tock, Part 3” o la final “Winter is Never”, con espectaculares proyecciones de las Islas Lofoten como telón de fondo, elevaron su art rock a cotas expresivas notables.

Pero la mayoría del público estaba ansioso por ver a Sons of Apollo, el dream team –Los Vengadores, como les llaman algunos– del heavy progresivo. Mike Portnoy pisaba por segundo año consecutivo el Be Prog! tras la visita de Shattered Fortress de 2017, pero esta vez la expectación era aún mayor, proporcional a una apuesta de máximos, empezando por los miembros del grupo: Ron “Bumblefoot” Thal, ex Guns N’ Roses, un imparable vendaval de técnica y virtuosismo bien entendido; el bajista Billy Sheehan, con un largo historial junto a artistas como Steve Vai, Mr. Big, David Lee Roth o The Winery Dogs, y que compitió con el anterior en repertorio de filigranas en sendos instrumentos de doble mástil; el cantante Jeff Scott Soto, quien no se quedó atrás, con maneras de rockstar –pañuelo al cuello incluido–, dotes comunicativos y la confianza que otorga una trayectoria compartida con el primer Yngwie Malmsteen o como vocalista de Journey a mediados de la década pasada. Y, como no, Derek Sherinian a los teclados y el propio Portnoy a la batería, ambos procedentes de Dream Theater. De su anterior banda, precisamente, recuperaron dos temas, “Just Let Me Breathe” y su groove incontenible, y “Lines in the Sand”, con sus medios tiempos cambiantes y su líneas vocales clásicas en las que Soto se mueve como pez en el agua, ambos del magnífico “Falling into Infinity”, un disco criticado en su momento pero que, dos décadas después, se ha convertido en una pieza de culto de los neoyorquinos. Lo mejor de todo es que las piezas de “Psychotic Symphony” apenas palidecieron a su lado, siendo “Alive” y sus coros épicos, las contundentes “God of the Sun” y “Signs of the Time” o el punch de la pegadiza “Coming Home”, cantada por Soto a capella con el público en su tramo final, algunos de los mejores momentos de la noche.

Steve Hackett

Pero aún faltaba uno de los nombres dorados de la presente edición. El más veterano del line-up, el que atrajo a la audiencia con más primaveras y conciertos a las espaldas. Respeto, pleitesía, algo o mucho de nostalgia y el reconocimiento del talento, para algunos perdido, para otros orgullosamente preservado, de otra época. Steve Hackett, guitarrista de Genesis durante buena parte de la década de los setenta, hizo suyo el Poble Espanyol y el festival en un concierto exquisito rebosante de clase que cautivó incluso a los más jóvenes del lugar. Fue lo más parecido a asistir a una clase práctica de historia de la música, como el festival viene haciendo año tras año con la recuperación de artistas pioneros pero prácticamente olvidados a los que reivindicar con fuerza, de Camel a Jethro Tull. Hackett empezó con temas de su carrera en solitario, de “Please Don’t Touch” a “Shadow of the Hierophant”, media docena, para ser exactos, entre los que interpretó “When the Heart Rules the Mind”, la pieza más popular de GTR, su otra banda de los ochenta. Aunque a estas alturas ya nos tenía ganados, el plato fuerte estaba por llegar: las canciones de Genesis, seis también. La mitad del set. Con Nad Sylan al micrófono, todo teatralidad, y Hackett como líder sin voz, con una silueta que recordaba a Tony Iommi. De “Dancing with the Moonlit Knight” a el bis con “Los Endos”, pasando por “The Fountain of Salmacis” o la enigmática “Supper’s Ready”, viajamos a otra época y lugar, para algunos desconocido, aparentemente anacrónico, pero igualmente cautivador. Tal fue la magia de un concierto paréntesis al margen de todos y de todo. Una elegante lección musical. Un regalo de otro tiempo.

Y para terminar, como en la jornada anterior, la banda más extrema de la jornada, en un contraste que el sábado se notó aún más, sin que ello sea algo necesariamente negativo. En este caso les tocó a los suecos Burst salir tras los cabezas de cartel y cerca de la una de la madrugada. Primero, la buena educación: el grupo dio las gracias a la menguante audiencia por haberse quedado para verles. Segundo, la tormenta: el grupo fue a lo suyo, seguro de una propuesta que, a pesar de haber hibernado durante una década, no ha envejecido nada mal. Sonaron temas anteriores (“The Immateria”, Rain”), pero la mayoría del set se nutrió de aquella maravilla llamada “Lazarus Bird”, su último disco de estudio, lanzado en 2008: el crescendo de “(We Watched) the Silver Rain”, las maneras math metal, aplastantes y bailables a un tiempo de “I Hold Vertigo”, con cautivadores pasajes instrumentales incluidos; “I Exterminate the I”, hermanada con Neurosis; o el original rompecabezas de “Crippled God”, con ese final noctámbulo que bien podría sonar en un hipotético western de Lynch. Sería una muy buena noticia que se animaran a componer nuevos temas.

Con todo, un fin de fiesta a la altura. Un año más, hasta el próximo Be Prog! My Friend. Como decíamos, un festival donde la música es lo más importante. Cuando no esté lo echaremos de menos.

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