El baptismo del año pasado ya nos dejó un excelente sabor de boca, pero el de este año ha sido, en conjunto, un menú aún más suculento, sabroso y especialmente diseñado por y para sibaritas.
El Be Prog! vendría a ser lo más antagónico a la comida rápida que encontrarán en el mundo del rock y, en especial, de los festivales: un menú diseñado a conciencia y cocinado a fuego lento por manos expertas que busca la especialización en vez de intentar abarcar cuanto más público y más variado mejor. Un lujo y un placer para los sentidos y el intelecto que no se sitúa, a priori, al alcance de todos.
Pocas mejoras se podían realizar en el recinto respecto al año anterior, salvo la inclusión de un segundo escenario, para el que se eligió el templo de la plaza mayor del recinto, una elección arriesgada pero que acabó triunfando: su elevada situación permite a los asistentes ver a los grupos desde cualquier punto y permitió convertir la jornada en una maratón de doce horas de música initerrumpida.
Rompieron el silencio los polacos Riverside, quienes superaron la dura prueba de abrir cualquier festival a las cuatro de la tarde a base de canciones como las de su último disco “Shrine of New Generation Slaves” como “Feel Like Falling” o “Escalator Shrine”, con la que cerraron un set ajustado pero embaucador. Más corto aún pero igualmente seductor resultó el turno de Messenger en el escenario pequeño, quienes tuvieron suficiente con cuatro temas -sinuosos y dilatados, eso sí- para ganar nuevos adeptos mediante un crescendo continuo sublimado por la explosión contenida de “Dear Departure”.
Se palpaba cierta expectación por ver a Ihsahn, líder de Emperor, quien vio lastrada su puesta de largo debido a un sonido de intermitente claridad. Hierático, de negro impoluto y acompañado por una jovencísima pero virtuosa banda de acompañamiento, el autor de “In the Nightside Eclipse” nos sirvió en bandeja, a modo de degustación, los distintos sabores de una receta variada y llena de contrastes: desde la introductorio y oscuro medio tiempo de “Hiber" hasta la más vertiginosa y cruda “Frozen Lakes on Mars”, para acabar con el pesadillesco saxo nocturno de “The Grave”. El sonido no le acompañó en todo momento, pero despertó fascinación en varias ocasiones.
La vertiente más virtuosa del prog metal actual estuvo representada por Haken, muy aplaudidos pero, para mi gusto, algo reiterativos y con un vocalista, Ross Jennings, de otro tiempo sin serlo, no sé si me entienden. Se movió como león enjaulado y se encaramó histriónicamente en distintos lugares del entorno. Aunque, anécdotas aparte, tocaron de forma impecable y mostraron una entrega y profesionalidad fuera de toda duda para despedirse con "Crystallised”.
Los suecos Katatonia dieron lo que se esperaba de ellos: una lánguida, hipnótica y melancólica sucesión de píldoras para combatir el exceso de felicidad. Sus tristes melodías van calando lentamente, como el tempo de sus canciones, y cuando te das cuenta ya es tarde para sonreír. La casualidad quiso que el sol se pusiera durante su ejecución de pequeños himnos al vacío interior como "The Longest Year”, la más contundente "Ghost of the Sun”, del ya lejano “Viva Emptiness”, o sus numerosos (y justificados) rescates de "The Great Cold Distance”, del que sonaron "Soil’s Song”, "My Twin” o la final “July”. Deliciosamente deprimentes. Eso sí, su cantante Jonas Renkse nos obsequió con alguna que otra muestra de humor escandinavo, con reiteradas rimas como “Good night Catalonia, this is Katatonia”.
Lo del vocalista de Anathema Vincent Cavanagh fue entrañable pero extraño. La cercanía y familiaridad de su set en solitario nos hicieron pasar por alto su pequeño desliz con los bucles sampleados de su propia interpretación, aunque abusó de ello al atacarnos (lo vivimos casi como una agresión) con una inesperada versión del “Mentira” de Manu Chao. A su lado, “Fragile Dreams”, “Flying” y “Deep” sonaron aún más estratosféricamente brillantes.
La de Devin Townsend Project fue, junto a la de Meshuggah, la mejor actuación de la jornada. El músico, siempre trajeado, hizo alarde de su popular carisma y de una voz impresionante capaz de abarcar numerosos registros. Sus temas sonaron, sencillamente, atronadores. Hubo algún bajón de volumen, deducimos que por algún limitador, pero ello no empañó una descarga avasalladora, con una banda impecable y una sucesión de temas que mantuvieron nuestra mirada y nuestros oídos bien atentos al escenario: las inclasificables, alocadas y poderosas “Rejoice", “Namaste", “Deadhead", "March of the Poozers” -en la que solo faltó un coro alienígena-, “Bastard" o “Kingdom", entre otras, dejaron muy alto el listón.
Tras ellos, los jóvenes Leprous, desde Noruega, no se acobardaron; por el contrario, dejaron bien claro que el futuro del progresivo pasa por manos como las suyas. Su set les permitió desplegar virtudes y ganar adeptos, con temas compactos, trabajados e inspiradores como “The Price”, con un riff entrecortado de lo más adictivo, el contundente “Slave” o el sinuoso “Forced Entry”.
Y de la juventud más insultante pasamos a la veteranía más orgullosa de la mano de los británicos Camel, quienes ofrecieron un concierto, en una palabra, espectacular. Su sonido resplandeciente, clásico y nítido sirvió como marco para construir un setlist único y atemporal con piezas variadas que se sucedieron desde la acústica apertura con "Never Let Go” hasta la final y más eléctrica “Lady Fantasy”. Su cantante Andrew Latimer alternó las seis cuerdas con la flauta, a lo Jethro Tull, y se reveló como un insospechado guitar hero sobre el escenario. Un ejercicio de nostalgia bien entendida con maneras y resultados que sorprendieron a más de uno.
Tras el original planteamiento de The Algorithm, con una lograda fusión de prog-rock y electrónica, llegaron los, para muchos, cabezas de cartel del festival. El reloj marcaba la una y media de la madrugada y la mayoría llevábamos cerca de diez horas en el recinto, pero nos despertamos de golpe. Tal fue la sacudida de los siempre aplastantes Meshuggah. Su big bang inicial, provocado por una intimidante "Rational Gaze”, sonó algo bajo de graves; quizás por ello tuvieron que parar durante más de cinco minutos, cortando un poco el feeling logrado en el arranque, pero su segundo asalto nos resintonizó de inmediato con su brutal directo. Sus inmensos riffs de guitarra, construidos como hipnóticos bucles, te arrastran lejos, cual sonda espacial en busca de vida inteligente más allá del sistema solar. Cayeron como losas y sin descanso la ya clásica “Future Breed Machine”, “Bleed” y “Demiurge”, por citar algunas; y así hasta la estocada final con “Dancers to a Dyscordant System”. Únicos.
Robotporn, con una bailable propuesta cercana, por momentos, al dubstep, pusieron la guinda a una segunda edición del Be Prog! con más público que en su estreno, con una coherencia artística a prueba de balas y con una tercera entrega en el horizonte que, esperemos, lo confirme como una de las citas musicales especializadas más exquisitas del país.
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