Culto al Rock & Roll
ConciertosBbk Bilbao Music Legends Festival

Culto al Rock & Roll

8 / 10
Profesor Morcillo (viernes) y Jon Bilbao (sábado) — 28-06-2023
Empresa — Dekker
Fecha — 23 junio, 2023
Sala — Bilbao Arena, Bilbao
Fotografía — Stuart MacDonald (foto portada)

Muy buen ambiente en la primera jornada del Music Legends Fest. Veníamos del calor húmedo de la calle y se estaba de maravilla en el interior y también en la zona sombreada contigua al escenario al aire libre (el Voodoo Child Bar). Hubo una barra por cada escenario. No había que esperar demasiado. Mención especial para sus bartenders, que tuvieron bastante trabajo. En los momentos más concurridos, con The Cult, los cabezas de cartel, nos pareció que el aforo llegaba a los dos tercios. 2.550 personas, según hemos leído, entre las que vimos a algunos ilustres músicos locales: Martín Guevara (Cápsula), David Hono (Sonic Trash), Javier Gálvez (Altarage, HOTR), Santiago Delgado (Runaway Lovers) y David Gómez, “Pintxo”, bajista de Negra Calavera y The Renegados.

Tocar a las 18:30 en un festival tiene sus riesgos, pero no fue el caso para Willis Drummond. No solo gozaron del mejor sonido del escenario principal, junto con The Cult, sino que desencadenaron uno de los mejores conciertos, si no el mejor, de la jornada. El escenario estaba envuelto en una atmósfera tenue y relajante —oscuridad, proyección de un sol velado por una mutante bruma naranja y sonido zen de riachuelo en la PA— cuando los músicos ocuparon sus posiciones entre los aplausos y vítores de los primeros congregados. Empezaron con un crescendo, desde la base rítmica desnuda, al que se fueron incorporando las guitarras en “Noiz da gero?”. Sonidazo equilibrado, nítido y contundente desde el minuto uno. Siguieron con “Lehentasuna”, de su anterior trabajo "Zugzwang", saltando a su más reciente "Hala ere" (noviembre, 2022) con “Stockholmen”, y tocaron otras 9 canciones, repasando trabajos anteriores (“Ilegala”, “Ala ala B”, “Joan ikustera”…), versionando a Laboa (“Gaztetasuna eta zahartasuna”) y volviendo a "Hala ere" (“Western smile” y “Makina bat”). En la cuarta canción ya nos tenían totalmente en el bolsillo de su rock alternativo de raíz americana, que sonó menos shoegazer y menos post-hardcore que rockero y contundente y, sobre todo, fue vehículo de canciones de excelente factura y ejecución; buena elección de temas, grandes melodías pop llenas de emoción (inolvidable el estribillo de “Western smile”) alternadas con trallazos punk/post-punk rockers, muchas tablas (son ya 20 años) y una actitud apasionada, tranquila y amable en el escenario, que nos gustó.

Juventud, ganas, actitud y capacidad demostrada. Sua disfrutaron del mejor sonido del escenario exterior y lo aprovecharon para dar un excelente concierto. Empezaron con “Kotxe Beltza”, de su "Gorde Genituen Beldurrak" (Airaka Music, 2022), con elegantes arreglos de guitarra aportando la atmósfera sentimental al tema. Siguieron con “Hormak Apurtzea”, la guitarra sonando a teclados, los teclados disparados y el batería tocando a claqueta, creemos. A tope desde el principio. Hago una foto. Es espectacular. En “Zapatu Gaua II” nos llama la atención la alternancia de partes dominadas por una guitarra dream pop y explosiones punk/post-punk/post-hardcore con un enfoque y sonido moderno, heredero no tan lejano del lado más pop (y punk en el caso de Sua) del nu metal, y acorde con la edad del cuarteto, que adquiere más grano y garra en directo. El público puretil sigue —seguimos— evaluando la propuesta, cuando se produce una explosión de punk rock que pone la casa a arder: un par de trallazos entre los que reconocemos “You Don’t Care”, de su más reciente disco. Ane y Janire, cantante y bajista (muy activa en los coros), son dos animales de escenario que derrochan desparpajo y actitud frente a los tímidos pero implacables Julen y Esteban a la guitarra y la batería. La casa está ardiendo y echan más gasolina: “Waiting room”, de Fugazi, en una versión brutota que hace asentir a los presentes mientras sonríen y se dicen al oído: Sí, es Fugazi. Sí, es "Waiting Room". Otro trallazo de punk rock para rematar la faena (“Ez Dira Gai”). La gente se está divirtiendo. En la siguiente, aflojan un poco el nudo en un dance punk, no obstante frenético y machacón, pero veteado de partes dominadas por una guitarra super dream. La canción y el concierto terminan con la canónica traca final. Muy divertido, muy bueno, comentan el Profesor y su asistente.

SUA por Stuart MacDonald

Entre pitos y flautas, llegamos a Nikki Hill justo para disfrutar de “Don’t Be the Sucker”, de su último LP publicado hasta la fecha "Feline Roots" (HGR, 2028). Sonarán varias canciones de este disco, que tiene la particularidad de añadir un toque de hard rock y onda New York Dolls a la coctelera habitual de Nikki, basada en el rhythm and blues clásico, con mucho soul en la voz, y que otras veces pasa del hard y se decanta por el rockabilly. Nikki bailando, dando palmas y moviendo la melena. Está llena de energía. Su voz es rasposa y penetrante. Un pequeño solo de batería y el insistente bombo que anima al público sirven para iniciar ese pepinazo llamado “Just Can't Trust You”. Es una pena que el sonido de la base rítmica resulte embarullado, con una caja poco natural, un poco ladrillo; también que la banda se congregue en el centro del escenario sin ocupar toda su anchura. Es curiosa la postura del bajista: lo lleva casi vertical, como si fuera un contrabajo. El bajo, precisamente, luce en ese reggae eléctrico y muy resultón que es “Can't Love You Back (It's a Shame)” y se suceden los números más rockabillies. Nikki no para. Anima al público. Sucesión de solos de guitarra en el final con sabor a rock sureño, incluido uno de la, hasta ahora, guitarrista rítmica. Otro final explosivo-canónico (todos los grupos lo hicieron) pero más clásico. Gracias. Aplausos. Vamos hacia la barra y el escenario exterior.

Nikki Hill por Stuart MacDonald

Comenzaron con la armónica a todo trapo sobre un medio tiempo tirante y garagero. Sonrisas de complicidad entre gran parte del público. Los Daltonics son de Bilbao, hacen una mezcla de pub-rock, garage y punk y han publicado su último disco, 3, el año pasado en la disquera Family Spree Recordings. Álex "Almirante" Ron, de traje y corbata, separa la armónica de sus labios y comienza a cantar “Vienen tus cuñaos”. Más armónica en la segunda, “Lo que más me gusta es” (ver a su madre en pilates). Nos parecen unos Blues Brothers del Botxo. Son unos Siniestro Total menos punk y menos pop pero más rocanrroleros y jocosos. Ya desde antes del concierto habían estado haciendo coñas desde el escenario. “Es lo que hay”: rock and roll alegre e divertente. El cantante se quita la chaqueta. Suenan “Junta de vecinos”, “Mójate la tripa”, “A tu bar” y acaban con “Viudas de Epalza”, en la que el Almirante baja del escenario, traspasa la barrera de seguridad y se pone a bailar con la gente de las primeras filas, que se lo está pasando en grande. Lo dieron todo, divirtieron y sonaron bien.

Uli Jon Roth empezó con “All Night Long”, es decir, el icónico comienzo de Tokyo Tapes de Scorpions (su banda durante buena parte de los 70), cosa que nos gustó, porque veníamos de machacar su Tokyo Tapes Revisited - Live In Japan, de 2016. Comienza el festival de bendings, trémolos y vibratos. Este acólito de Hendrix que mezcló el heavy metal con la música clásica, llevando este arte desde la alta cultura hasta la gloria más infernal, dice de su segundo tema, “The Sun In My Hand”, que “va sobre el poder de la música”. La canta él (la primera la había cantado el bajista). No nos convence del todo la elección de canciones: nosotros hubiéramos elegido algunos temas más rápidos y groovies, a lo Purple, o cercanos al stoner rock (como “Electric Sun”). Aun así disfrutamos como enanos. Uli acompaña sus fraseos con la mano derecha al aire dibujando arabescos análogos. Su presencia escénica es magnética y se acrecienta por el efecto de sus largos cabellos blancos elevándose por el soplo de los dos ventiladores a sus pies, lo que crea una impresión etérea, como si el músico estuviese volando. Es la hostia. Es el Rock and Roll en toda su dimensión escénica. Las voces, en ocasiones, no molan tanto como en disco, en especial cuando en el original tienen ese coro de octava alta a lo Klaus Meine. Suenan, entre otras, “We Will Burn the Sky”, “In Trance” y “Pictured Life”, y terminan con “The Sails of Charon”, ese absoluto clásico orientalista. Uli opta por una versión más corta y light del punteo central y alarga, en cambio, el final —ya con su propia banda como espectadores— con un solo de guitarra en el que parece querer representar la peripecia de un avión supersónico cayendo en picado, elevándose, viajando por un agujero de gusano y volviendo para explotar en un apoteósico final.

Uli John Roth por Stuart MacDonald

Le toca a la Vargas Blues Band. Suena la stoner “Mind Control”, de su reciente Stoner Night (Off Yer Rocka Recordings, 2023). Vargas acaricia la stratocaster con su habitual pañuelo negro en la cabeza, gafas negras y redondas y chupa vaquera. Siguen con “Stoner Nights”, marcando el medio tiempo y desprendiendo feeling y presenta a la banda al final de la canción. Continúan repasando Stoner Night, esta vez con la primera canción del disco: “Talking Loud”. Al final de este tema, presenta al cantante Bobby Alexander, músico de blues que ha estado muchos años con la Vargas Blues Band, dice Vargas, y que sustituye al hasta ahora encargado de las voces. Lamentablemente, la Vargas está lidiando con el sonido más embarullado del Voodoo Child Bar. No aparece el lado más latino ni sofisticado de la VBB, sino que se centran en los temas más contundentes, marchosos y ochenteros, siempre buenos en disco, pero a los que las condiciones técnicas restan algo de nitidez y groove. En “Black Cat Boogie”, Vargas tira de slide y se van sucediendo los blues hasta que acaban versionando a Al Green (“Take Me to the River”), ya con los dos cantantes en el escenario. Un refresco, intercambio de opiniones y nos dirigimos al último show de la noche.

Es la hora convenida y el público silba para que salgan mientras los roadies siguen preparando el escenario, afinando guitarras y comprobando conexiones, y se prueban las iluminaciones con música de fondo más bien synth pop. A los 15 minutos suena una introducción grabada, el público jalea mientras los músicos toman posiciones y arrancan con “Rise”, de "Beyond Good and Evil" (2001), armada sobre un pesado riff industrial que suena menos abrasivo que en el disco. No obstante, The Cult (foto encabezado) sonarán tremendos toda la noche. Ian Astbury, el chamán Ian, ataviado con una gabardina negra muy chula y un gran pañuelo que cubre toda su frente, tira la pandereta al aire. Su característica y agraciada voz no ha perdido ni un ápice de fuerza. Billy Duffy es dueño y señor del lado izquierdo del escenario exhibiendo y sacando chispas a su Les Paul negra bajo su rostro duro como la piedra. El público está entregado desde la primera canción. Suena “Sun King”. The Cult están sonando de la hostia. The Cult son sobre todo la singular combinación dialéctica de la voz y las percusiones de Ian y la guitarra de Billy, que tira de wah en el solo final. El resto de los músicos cumplen a la perfección. Nada menos que John Tempesta (White Zombie, Testament, etc.) a la batería, un gran batería. “King Contrary Man”, Ian tira la pandereta a donde caiga en el escenario: rock and roll. “Sweet Soul Sister”, ya brazos en alto al ritmo del estribillo. Ian coge las maracas: “The Witch”, donde destaca el teclista por una vez que Duffy no toca sus infecciosos punteos. “Lil’ Devil”, “Vendetta X” (del último disco), “Phoenix”, “Wild Flower”, Ian que jalea al público entre canciones, “Mirror” (también de nuevo), la más post-punk “Spiritwalker”, “Here Comes the Rain” (todo el concierto sonido perfecto y setlist en el mismo orden que en el anterior de la gira), “She Sells Sanctuary” con la gente ya toda entregada. Al final, Ian alza el pie de micro con la mano derecha, lo posa y aplaude y asiente hacia el público sin solución de continuidad. “¿Una más?”, pregunta. Sí: “Peace Dog” y, seguida, “Love Removal Machine, con su riff principal tan rollingstoniano (hay que rendir culto a los másters), que termina con un pequeño solo de Tempesta. Ian presenta a la banda, da las gracias, y antes de irse sentencia: “Are we legends of rock? I don’t know: Uli Jon Roth is a fucking legend”.

Para muchos de los asistentes fue decepcionante llegar a primera hora a la puerta del Bilbao Arena de Miribilla y toparse con la noticia del momento: Canned Heat no iba a tocar. Más tarde se anunció por megafonía que Adolfo "Fito" de la Parra (el único miembro fundador vivo) y otro compañero de grupo no habían podido coger a tiempo su vuelo, y en su lugar sería el también americano Luke Winslow-King quien se encargaría de abrir la jornada. Winslow ya iba a tocar en la parte exterior más tarde, y se añadió a última hora esa segunda actuación en el interior del Palacio de los deportes, salvando un poco la papeleta pero demostrando una reducida capacidad de improvisación. Lo bueno es que Winslow suele cumplir, y cuando se presenta en formato de dúo, con su compenetrado colega, el guitarrista italiano Roberto Luti, las melodías echan chispas. Saben presentar un groove, un ambiente musical, y hacerte sentir muy cómodo en él, subir y bajar la intensidad con maestría en un mismo tema, y en muchas ocasiones, emocionarnos profundamente.

Gran parte del concierto fue con Winslow cantando y aporreando su pandereta mientras Luti extraía sonidos melosos y blueseros de su guitarra, como fue el caso de la primera, "Honeycomb", de su más reciente trabajo, "If This Walls Could Talk", o la alegre "Everlasting Arms". Cogió la guitarra y el slide para clásicos de su repertorio como "I'm Glad Trouble Don't Last Always" o la inevitable"Swing That Thing" y se despidieron con una Dylaniana "Tangled Up In Blue" en modo blues de lo más apañada. El largo tiempo pasado por Winslow en Nueva Orleans hace tiempo que dotó a su música de un componente extra en su blues, algo altamente contagioso, que sumado a la constante química que se crea junto a Luti, nos deja un dúo capaz de dar conciertos maravillosos como el del pasado sábado. En la parte exterior, en el Voodoo Child Bar, tuvimos a la cantautora Lorelei Green y su banda presentándonos algunas de sus composiciones. Tener ciertos coros o unos violines pregrabados no me pareció de lo más natural y creo que hubiese sido mejor arriesgar y sonar más orgánicos, aún sin calcar el sonido del disco. Eso sí, la banda tenía un puntito más rockero de lo que recordaba.

Waterboys por David Navarro

Para cuando el escocés Mike Scott se presentó con sus Waterboys el recinto ya estaba atestado de público, y es que ya imaginaría la mayoría de asistentes que esto iba a ser un bolazo, y así fue. Sorprendieron desde el primer tema, mencionando la caída del cartel de Canned Heat e interpretando para abrir una bluesera “Let’s Work Together” a modo de homenaje, ya que aunque este no era un tema original de los californianos, sí que fue uno de sus mayores éxitos. Una de las más rockeras y de las más recientes fue la encargada de hacer que todo siguiera rodando: “Where the Action Is”, del 2019, ya tenía al público en el bolsillo desde su primer estribillo. “Glastonbury Song” y otras favoritas de su repertorio como la más antigua, “A Girl Called Johnny” (con solo de Keytar, guitarra-teclado, incluido) mantuvieron la expectación hasta que llegaron sus dos mayores éxitos, la luminosa y nuevaolera “The Whole of the Moon” y su vuelta a las raíces folkies de “Fisherman’s Blues”. Dos y por momentos incluso tres teclados hicieron arquear alguna que otra ceja, pero después se pudo comprobar que la falta del habitual violín se vio suplida con eficacia a través de algunos de los sonidos de las teclas. Emparedaron la coreada “Because the Night”, de Springsteen y Patti Smith, con su tema propio “The Pan Within”, y la cima del show, al menos en mi caso, llegó con la épica “This Is the Sea”, la canción homónima del que es su disco más interesante, publicado en 1985. De aquel álbum sonaron varias, incluida la rockera “Medicine Bow”. Un concierto repleto de canciones enormes, que es lo que importa. En el escenario de fuera, Luke Winslow y su escudero guitarrista daban un concierto similar al previo, pero con una introducción distinta, y es que interpretaron de forma certera el “Out on the Western Plain” de Leadbelly que Rory Gallagher popularizó.

Chris Isaak por David Navarro

El californiano Chris Isaak era el mayor reclamo de la jornada y había muchas personas esperando verle y escucharle por primera vez en directo y también había quien repetía sin demasiado temor a que fallase. Y es que Isaak y su banda se caracterizan por dar conciertos excelentes, con sus subidas y bajadas de ritmo, su parte de espectáculo y su ristra de inevitables éxitos. Abrieron con una canción que no suele aparecer en sus recopilatorios, la rockera y con un punto chulesco, “American Boy”, acertada para el inicio, seguida de la coreada “Somebody’s Crying” y de otras canciones importantes de toda su carrera como son “Don’t Leave Me on My Own”, “Speak of the Devil”, “Take My Heart”, “Dancin’” o la eterna “Wicked Game”. Agradeció a su banda por acompañarlo durante treinta y ocho años, y aunque llevaban muchos años tocando con él, el más clásico era el batería Kenney Dale Johnson, que lleva el ritmo junto a Isaak y hace coros de forma única, desde hace unos cuarenta años. Isaak, con sus trajes de colores y materiales imposibles, se metió entre el público y rodeó toda la zona inferior del recinto, mientras entonaba sus melodías de corazón roto. Casi todo pivotó entre el rockabilly y su característico country, y aunque dejó un poco de lado sus reseñables últimos lanzamientos (sonó, eso sí, la fantástica “Big Wide World”), supo dar al público lo que quería también en la recta final con “San Francisco Days”, la necesaria “Blue Hotel” y el misterioso blues rock “Baby Did a Bad Bad Thing”. También contó que en 1985 inició su andadura teloneando a Roy Orbison, y quizá por eso (además de por una evidente influencia en su música) interpretaron “Oh, Pretty Woman” y “Only the Lonely”, además de “Can’t Help Falling in Love”, para dejar patente el hechizo que supuso la música de Elvis Presley, su otro ídolo. Durante el bis regalaron la canción mexicana “La tumba será el final” además del tema más actual del repertorio, “The Way Things Really Are”, del 2015, aunque irónicamente hablaba de lo que hablan la mayoría de canciones de Isaak, de una ruptura sentimental. Cumplieron con creces y al marchar dejaron a los asistentes aún sobre una nube. Afuera volvía a tocar Lorelei Green y, esta vez sí, tocaron “La Dama de los Gatos”, aunque no pude ver mucho más.

NIkki Lane por David Mars

La mujer del country-rock, Nikki Lane, se presentó con banda española formada para el momento, aunque ya la hubiesen secundado anteriormente: Germán Salto a la guitarra, Pere Mallén a la guitarra y slide guitar, Lete a la batería y Jokin Salaverria (con un gran número de seguidores, por las ovaciones) manteniendo el groove al bajo. Lane y sus compañeros de banda dieron un buen concierto aunque probablemente hubiera encajado más su propuesta al comienzo o mitad de la jornada. Una artista muy a tener en cuenta, a quien han producido figuras como Dan Auerbach, Jonathan Tyler o, más recientemente, Joshua Homme en el fabuloso “Denim & Diamonds”, del que sonaron la mayoría de canciones, entre ellas la que su autora definió como muy triste, el country derrotado titulado “Faded”. También pudimos escuchar en todo su esplendor “Try Harder”o “First High”, y en cuanto a sus otros álbumes, destacaría la pegadiza “Right Time”, “700000 Rednecks” o la que personalmente es mi favorita, la ensoñadora “Send the Sun”. Versionó a Lucinda Williams con “I Just Wanted to See You So Bad” y cerró de forma inmejorable con la marchosa “Jackpot”. Para entonces eran bastantes los asistentes que se habían dado a la huida, perdiéndose un buen concierto de cierre.

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