Para qué vamos a engañarnos, un concierto de Pete Doherty mola tanto como uno de Amy Winehouse porque ambos están en caída libre (aunque ella le ha cogido tanta ventaja últimamente que ya figura como favorita para no pasar de este año en varias webs de apuestas macabras) y la cosa tiene un punto de circo romano: el tipo está ahí, con su guitarra y su pinta de DiCaprio yonqui (érase otra vez un chaval tristón y un millón de groupies), pero quién sabe por cuánto tiempo. Así que buena parte del público apenas los conoce por el par de canciones que se ha bajado (evidentemente “Delivery” y el viejo clásico “Fuck Forever”), y en realidad está ahí por si a Pete le da por montarla. Lo que no saben es que, desde que Pete se ha declarado yonqui por sex appeal (dice que “ser yonqui le da un aire barriobajero que vuelve locas a las mujeres”), controla. Viste de Armani, se empeña en acertar cada acorde y cada punteado (aunque la cosa resulta caótica y Mike, el guitarra, se echa unas risas a su costa) y se deja querer: hasta tres chicas saltaron al escenario a besar al divo tambaleante y lo consiguieron (una de ellas hasta se quedó un rato). Cervezas, cigarrillos, pisadas de jack y micros que se usan como baquetas (por cierto, Adam Ficek estuvo especialmente centrado bajo los platos) mediante, el concierto fue un concentrado de hits (tan concentrado que casi les dio tiempo a repasar entero “Shotter’s Nation”, sólo se dejaron “Crumb Begging Baghead” y “Deft Left Hand”) sin más. Setenta minutos de disfrute mitómano para todos los públicos.
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