Ha vuelto nuestro festival favorito, y lo ha hecho a lo grande: nada menos que tres días de música y buen ambiente, tres escenarios más el tentador Trashville, además del Wall of Death, los conciertos de la virgen blanca, la presentación del libro sobre los Drive Truckers...
Una oferta cultural inabarcable y multifactorial donde cada uno, eligiendo a su gusto los escenarios, horarios y artistas, se ha montado su propio festival. Puede que incluso el público se haya sentido algo abrumado por una oferta tan descomunal; tan es así que, como consecuencia, haya tantos testimonios como asistentes, lo cual enriquece sobremanera esta, nuestra gran fiesta del rock and roll.
Veinte años y diecinueve ediciones (por los consabidos suspensos debido al coronavirus), para una historia a la que parece que le quedan muchos años por delante, ya que el año que viene también contará con tres días y el reenganche de la gente ha sido triunfante. Se habla de 48.000 personas y de récord de asistencia (rompiendo la de la edición de 2011), pero evidentemente estamos hablando de ediciones de tres días, cuando la mayoría de las ediciones ha contado con solo dos.
Más allá de cifras y récords, la sensación general no podía ser mejor y la gente respondió con una entrega y un buen rollo verdaderamente bizarros si los comparamos con algunos otros festivales. La afluencia ha sido generosa y ha destacado el número creciente de niños que acuden junto a sus padres, unido a una media de edad bastante elevada. Y es que han pasado veinte años desde que arrancó el Azkena Rock Festival. ¡Si hasta había autos de choque! La impresión general al entrar fue muy positiva, con una organización y decoración cada vez más sofisticadas, una iluminación acogedora y moderna y la sensación general de estar viviendo un acontecimiento cultural solvente y renovado.
El contenido musical varió muchísimo, como no podía ser menos; y eso, por supuesto, fue lo mejor. No olvidemos, sin embargo, la edad media de los artistas que aquí tocaron, lo cual nos lleva a la siguiente reflexión: ¿qué ocurrirá en el Azkena (y en toda la escena en general) dentro de siete, ocho o nueve años? La cosa se pone complicada, y cada vez más. Intuimos, en cambio, que el festival sabrá adaptarse a los nuevos tiempos, aunque eso implique demasiadas especulaciones si lo miramos desde 2022. En cuanto a los pesos pesados que tocaron, llamó la atención el hecho de que realizaran algunas versiones sin mucha necesidad, pero es evidente que el público lo agradeció. Por prescripción editorial (que tiene su lógica, por supuesto), solo pudimos centrarnos en los dos escenarios grandes, aunque nuestro compañero Iker Bárbara sí tuvo la oportunidad de disfrutar brevemente de todas estas otras actuaciones (leer en la parte inferior / videos resumen en Instagram).
Jueves, 16 de junio. Bienvenidos a la sauna.
El calor que no nos abandonó durante los tres días fue el protagonista absoluto del festival, acaso mitigado por el último día, donde en general la temperatura fue mucho más agradable. La entrada, sin embargo, fue triunfal para el asistente, por las causas arriba indicadas (decoración, iluminación, calidez). Antes de todo eso, empero, el aficionado tuvo que pasar un infierno de colas interminables para poder canjear la entrada por la pulsera. Nos recibió una marea humana despistada y desubicada que no sabía para qué estaba haciendo cola: para comprar entrada, para canjear la entrada ya comprada anticipadamente por una pulsera, o para entrar al festival. Muchos se quedaron sin ver a His Golden Messenger y a Morgan Wade por todo este embrollo.
El sistema de pulseras funcionó bien y no hubo ningún problema (al menos nosotros no lo tuvimos) para llenar el saldo ni para cobrar el saldo no utilizado. El sistema de vasos ha mejorado muchísimo la limpieza del recinto, aunque había que pagar tres euros por el vaso pequeño y luego caminar excesivamente para recuperar el dinero. Tampoco nos gustó la fórmula para comprar la entrada, donde te la mandaban por email y debías esperar cinco minutos (de acuerdo, aproximadamente) hasta que te llegara la descarga, y después canjearla por una pulsera, y después entrar. Es fácil criticar, lo sé, y los tiempos están cambiando, pero a veces echamos de menos fórmulas antiguas que siempre han funcionado bien. El merchandising estuvo sobrado, con unas camisetas de diseños atractivos y de distintos a los habituales; la comida basura hizo honor a su nombre y el agua que te sacaban a veces estaba caliente. Por lo demás, ninguna queja.
Pudimos escuchar a His Golden Messenger desplegar una muestra de auténtico lujo, una combinación de folk y country y un cuidadísimo sonido que sonaba a gloria. Por supuesto, no podía faltar el toque rockero que lo hacía aún más atractivo para un festival de estas características, ni un regusto ocasional al mejor blues. Será una banda a tener en cuenta para los que los descubrimos este día, y un gran regalo para los que ya lo conocían.
Desde la última edición, la de 2019, teníamos los ojos clavados en los madrileños Morgan, que gracias a su buen hacer y la extraordinaria acogida de la última edición, en este han sido premiados con nada menos que el escenario dos. El concierto fue realmente emotivo, avasallador y de auténtico lujo. No podíamos quitar el ojo a Nina, que nos maravilló con su voz y sus teclados, a la par que el resto del grupo nos zambulló en un cúmulo de sensaciones positivas que enganchaban a la primera. Había teclados emotivos, gitarras envolventes, un bajo especialmente presente. Y a la batería nada menos que un crack como Ekain Elorza, de la localidad vizcaína de Berriz. Se metieron al público en el bolsillo con su espíritu soulero e incluso funky, sus emocionantes baladas y un gusto por las partes instrumentales que fue un auténtico placer. El carisma de Nina se notó también cuando en algunas canciones dejó el teclado y se atrevió a cantar en el centro del escenario, aunque ella diga que no es lo suyo. Solo con su voz se podría decir que conquista de inmediato al público. De manera que, después de verlos dos veces en el Azkena, solo nos queda cazarlos en una sala para completar la experiencia.
Llegó la hora del cabeza de cartel: nada menos que los Offspring, de los que podríamos decir que venían a presentar su álbum del año pasado (“Let the bad times roll”), el cual curiosamente contiene unas melodías bastante atractivas aunque quizás le falte un poco de fuerza. Hemos podido verlos tres veces desde 2010, y no queremos engañar a nadie diciendo que aquello fue brutal, porque no lo fue y no lo ha sido ninguna de las veces que los hemos visto. Aún así, el concierto no fue malo y motivó lo suficiente a sus seguidores, que disfrutaron durante casi todo el show. Hombre, es difícil que un concierto que empiece con “Staring at the soon” y “Come out and play” sea un muermo. Alternaron temas de “Smash” (sobre todo), más temas de los años 90 y los temas nuevos estrenados con canciones de otros discos como especialmente “Splinter”, del cual tocaron, por ejemplo, “Want you bad” y “(Can’t get my) head around you”.
El público gozó y participó con “Bad habbit”, “Gotta get away”, “Pretty fly (for a white guy)” y ya en la recta final lo dejaron bien alto con “The kids aren’t alright” o “Self esteem”. No fue el mejor concierto del festival, pero debemos un respeto tanto al grupo como a los fans que mayormente acudieron a Mendizabala por ellos. No debemos esperar a estas alturas que Dexter Holland la líe ahí arriba, pero es reconfortante que después de tantos años estos tíos sigan ahí y nos visiten de vez en cuando.
Llegó para muchos uno de los momentos más gloriosos: ¡nada menos que Fu Manchu en nuestro querido festival! Fue para un servidor la primera vez con ellos, así que flipó bastante con el cuerpo que tienen sus temas, sus atmósferas y los efectos tan increíbles y penetrantes de sus guitarras. El comienzo con “Hell on wells” nos dejó noqueados y nos envolvió en sus garras hasta el final. La ristra de temas de los gloriosos años 90 nos maravilló, y todo esto desde las primeras filas. Lo decimos porque desconocemos como se oiría desde más atrás, donde a veces todo se difumina y se diluye en una masa de gente que está a otras cosas (dándole a la sin hueso, por ejemplo). En ocasiones, si vemos el concierto desde cierta distancia, la opinión que nos forjamos del show es bien distinta.
La suavidad de “Urethane”, la fuerza de “Evil eye”, “Boogie Van” o “King of the road”... y la versión (innecesaria, y ya tenemos aquí la primera referencia de lo apuntado en la introducción) de “Godzilla” de Blue Öyster Cult. Aunque, joder, para ser innecesaria.. menuda caña que le meten. El Stoner no sería lo mismo sin ellos, lo sabemos. Estamos ante una de sus mayores leyendas, que desprenden algo especial nada más verlos tocar. La increíblemente frenética “California crossing” nos recordó la importancia de la velocidad como elemento primordial de muchos temas de stoner, y para el final, un tema que recalca el contrapunto a lo explicado: la pesada e hipnótica despedida con un tema largo y Sabbathico, que si no me equivoco fue nada menos que “Saturn III”.
Y ya con las pilas puestas cambiamos de tercio y vamos escuchando, como suele ser habitual, los comentarios de quien nunca a visto a Toy Dolls, al cual no hay que vilipendiar ya que el número de referencias negativas a los británicos se suele desvanecer nada más verlos. La fiesta que montaron fue un auténtico working class party, con himnos tabernarios que son pura leyenda como “Dougy giro”, “The lambrusco kid”, “Nellie the elephant”, “She goes to fino’s”... La conexión con el público es uno de los factores clave de sus conciertos y de su historia. Volveremos sobre este concepto con una artista cuya música poco tiene que ver con ellos: Suzi Quatro. Además de los himnos ochenteros señalados, tampoco faltaron temas gloriosos de los 90 (pocos, en nuestra opinión) como “Bitten by a bed bug”, “Toccata in Dm” (¡sí, la versión de Bach!) y “Alec’s gone”.
Solo tocaron “Benny the bover” y “El Cumbachero” (una delicia instrumental deudora de la música surf) del su último disco hasta la fecha, “Episode XIII” (2019), lo cual al tratarse de un festival resulta bastante comprensible. El espectáculo estuvo servido desde el principio: poses estudiadas, coreografías absolutamente entretenidas y divertidas, toneladas de actitud punk y una impresión visual decididamente atractiva. Tampoco faltó el sketch del lambrusco con camarero incluido y la botella gigante que expulsó serpentinas hacia el público.
Más himnos de los ochenta: “Harry Cross”, la versión del “Wipe out” de los Surfaris, la brutal “Dig that groove baby”, la popular versión “When the saints go marching in”, y, por si no habíamos tenido suficiente, “Glenda and the Test Tube Baby” y ya para rematar “Iddle gossip”. Olga sigue siendo un genio con la guitarra. Es un virtuoso como la copa de un pino, uno de los mejores guitarristas de la escena rock mundial, aunque parece que el estigma de grupo-verbena (¡!) que se les ha venido encima desde hace demasiado lo mantenga fuera de la órbita del rockero medio. Una pena, porque lo suyo sigue siendo de lo más estimulante que existe.
Viernes, 17 de junio. Bienvenidos a Degüelto.
La segunda jornada también se presentaba absolutamente sofocante, por lo que cada uno hacía lo que podía para resistir el calor: cremas solares, gafas, gorras, la gloriosa iniciativa de las duchas (o rociarse con chispas de agua) para todos... y bebida, mucha bebida. Con gran pena, pero no pudimos asistir al show de Surfbort, otros que repitierom respecto a la última edición y tantas ganas teníamos de ver. Sí que pillamos a tiempo a nada menos que el mismísimo Jerry Cantrell, por primera vez en el Azkena, desplegando tanto temas de Alice In Chains como de su carrera en solitario.
Una banda con una gran presencia dominaba desde el escenario grande, y unas melodías absolutamente maravillosas nos agasajaban a medida que nos ibamos acercando. Los temas en solitario de Jerry incluso pueden pasar como los de su seminal banda, no por que sean iguales sino por sus contrucciones melódicas, temáticas y rítmicas. Coño, es normal, ya que los temas son suyos. ¡Como no iba a notarse su mano en esos emotivos solos y con ese regusto por la melancolía y la melodía! Su música en solitario tampoco adolece de arrebatos de energía desatada como “Cut in you”, una canción ya clásica con casi un cuarto de siglo de historia.
Detengámonos a continuación en un tema nuevo como “Siren song”, que contiene todas las claves de SU estilo: introspección, melodía maravillosa, guitarras elegantes... Jerry es también un cantante solvente con un timbre en cierta manera parecido al del malogrado Layne Staley. El talentoso “Had to know” tampoco desentona entre tanto clásico de AIC y temas en solitario. Jerry cantó de manera más que aceptable, aunque no olvidemos que venía con Greg Puciato (The Dillinger Scape Plan), apoyo vocal imprescindible y un auténtico maestro en los tonos altos. Nuestra única experiencia Alice In Chains fue allá por 2006 en la sala Santana 27 de Bilbo con William Du Vall a la voz, antes de que grabaran aquellos convincentes tres discos. De manera que llevábamos 16 años sin ver a Jerry en directo, y creedme que mereció la pena (el hecho de verlo, no la espera). Fueron evidentemente los temas de AIC los que más enardecieron a los seguidores, entre ellos: “No excuses”, la eterna “Down in a hole”, o el impresionante final con “Rooster”.
Tampoco olvidemos la faceta de música de raíces americana de Jerry, con nada menos que “Between”, de su época en solitario que sin embargo tiene ya 24 años. En definitiva, una banda solvente liderada por un Jerry no excesivamente efusivo (lo sabemos), pero vocalmente grande y musicalmente gigante, para un concierto que si bien es cierto que hubiera ganado de noche, sí que fue para recordar durante mucho tiempo.
Vamos con los siguientes, nada menos que los estadounidenses Drive-By Truckers, que volvían al festival después de unos cuantos años. En la edición de 2005 los vimos desde bastante más lejos y confieso que el verlos tan de cerca me ha impresionado muchísimo. Para gustos los colores, pero el contemplar todo ese abanico de recursos, el gusto por los desarrollos instrumentales, la variedad de registros, la querencia por sus raíces country tanto como por la distorsión de sus guitarras... aquello nos cautivó desde el principio.
“The driver”, un tema súper nuevo, nos envolvió con su aire hipnotizante y espacial, tanto como el semi-nuevo “Slow ride argument”, muy rockero y poderoso. El sonido puede que no fuera el mejor, pero al estar tan cerca del escenario obviamente lo notamos menos que los que estaban en zonas más alejadas. De manera que interpretando una maravilla como “Let there be rock” (tema propio, no el de AC/DC) en un momento dado hasta se fue el sonido completamente aunque delante se oyera lo que salía de sus monitores y obviamante la batería. La gente empezó a pitar y a hacer señales mientras el grupo seguía tocando como si nada hasta que Patterson Hood dijo WTF? Y por fin le debieron explicar desde el pinganillo lo que ocurría.
Al volver el sonido Patterson convirtió el incidente en aliciente, y su proclama de rock and roll invirtió la situación a su favor con todo el apoyo del público y un impulso nuevo que ya duró hasta el final. Los tres guitarras dieron un paso al frente para tocar notas al límite, y después se retira toda la banda mientras el piano sigue tocando. Sublime, como lo fue el choque de guitarras y el sonido que salía de las cuerdas rozándose. Un clásico como “Marry me” nos embriagó por su altísimo tono de voz, y la despedida (ya más comedida) con otra maravilla de más de dos décadas (“Angels and fuselage”) de ocho minutos de duración nos dejó con ganas de más y deseosos de comprar el libro de Stephen Deusner que se presentó en el propio festival unas horas antes, titulado «Donde ni el diablo se queda. Recorriendo el Sur con los Drive-By Truckers», primera referencia de la editorial Liburuak, impulsada por Last Tour.
Nuestro estreno con The Afghan Whigs tampoco nos decepcionó. Es verdad que esperábamos mucho de ellos, y Greg Dulli nos ofreció un concierto profesional, una buena y convincente instrumentación y canciones para enmarcar, tanto de las últimas cosechas como los clásicos de los 90. Sin embargo, fue un bajón cuando nos recordó que tocó aquí en 2008 con el fallecido Mark Lanegan, cuya foto presidía la parte izquierda del escenario. Aquella vez defendían la agrupación The Gutter Twins y fue mejor; al menos Mark estaba vivo. Nos quedamos con su elegancia y la potencia de algunos temas tremendamente exitosos esta noche, como “Somethin’ hot”.
El escenario dos nos ofreció nada menos que el estreno de Soziedad Alkoholika en el emblemático festival de su propia ciudad. Ya habréis leído lo que dijo Juan de “ya casi se nos ha pasado el arroz” refiriéndose con ironía a la tardanza en estrenarse aquí, pero tampoco debemos olvidar que el Azkena de aquellos años no es el de ahora, y ha evolucionado bastante. Grupos que antes eran impensables fueron colándose poco a poco, como Tool (2007), Toy Dolls (2009), Kvelertak (2015), The B-52’s (2019)... etc.
Al grano: lo de S.A. este día fue un conciertazo. Y no lo decimos como fans, que lo somos, sino intentando analizar el show objetivamente: himnos de toda la vida como “Palomas y buitres”, “Ratas”, “Cienzia asesina”, “S.H.A.K.T.A.L.E.” o “Civilización degeneración” se alternaron con los bombazos de los últimos discos, entre ellos los abrasadoramente envolventes “Alienado”, “Niebla de guerra”o “Sistema antisocial” (¡qué gran himno!). Y temas intermedios de su carrera, de aquellos grandes discos de la década de los 2000: “Polvo en los ojos”, con la que abrieron, o “Tiempos oscuros”. También se dejó querer “En el tejao” del 95, y hay que destacar el espectáculo de fuego y humo que salían despedidos al compás de momentos estratégicos de algunas canciones. Un show en toda regla, de lo mejor del festival, con una iluminación tenebrosa (lo siento por los fotógrafos), un buen follón sano en las primeras filas, y un final de infarto con “Cuando nada vale nada”, “Pauso bat” y “Nos vimos en Berlín”. Un grupo con un sonido y un nivel internacional, le pese a quien le pese, y que sigue sin ceder ni un milímetro en sus convicciones.
Otros que repetían desde el 2005 fueron nada menos que Social Distortion, quienes dejaron más que satisfechos a sus devotos, que se contaban por miles. Eran los cabezas de cartel de este día junto con Afghan Whigs, y repartieron temas para todos los gustos, destacando especialmente en sus trabajadas melodías y la calidad de un repertorio variado y opulento, que sin embargo no se acompañó de la energía desatada que nosotros deseábamos, aunque tampoco fue flojo para nada. Sus seguidores salieron más que contentos y servidor también gozó mucho tanto con sus clásicos como con temas de su último disco como (que ya tiene once años, caramba) “California (hustle and flow)” y su trepidante solo de guitarra. Para tema nuevo, aunque evidentemente no publicado aún, tuvimos eso sí un “Tonight” que se deja querer más en cada escucha.
Las melodías a dos y tres voces fueron una auténtica maravilla, y en el terreno de la potencia, lo más estimulante fueron los chirriantes solos de guitarra, que aunque no fueran muy abundantes incendiaban el escenario. Y la larga lista de temas de los 90 tampoco decepcionó, entre ellos “Bad luck”, “Bye bye baby”, “So far away” o “She’s a knockout” en el arranque, y “99 to life”, “Dear lover” o la preciosa semi balada “Story of my life” hacia el final. De nuevo, no veíamos necesidad alguna de tocar versiones, y es que si una versión (la maravillosa eso sí “Wicked games” de Chris Isaak) es la más cantada de tu repertorio... pues no sé, me jodería un poco, aunque de eso hubo bastante en el festival (versiones, quiero decir). Cerraron con nada menos que “Ring of fire”, otra innecesaria revisión que los despidió por todo lo alto, ya que el público parecía ajeno a estas reflexiones.
La despedida del viernes fue de auténtico lujo, con nada menos que los Life of Agony desplegando toda su magia. La elección de grupos metaleros para despedir el día es una magnífica idea, y aún recordamos la despedida de Phil Anselmo & The Illegals en la última edición. Justo a última hora, cuando las fuerzas flaquean, una buena dosis de Metal reconforta a cualquiera, con el añadido de que baja la afluencia de público y se puede bailar y disfrutar del show libremente. La propuesta de los neoyorquinos nunca ha dejado de ser rompedora y lo demostraron con una letal combinación de temas noventeros metaleros sin perder nunca de vista la escena alternativa de la que formaron parte. La personalidad de Mina Caputo es sencillamente arroladora y ofrece un espectáculo abrumador desde el minuto uno, además de desplegar una gran potencia vocal.
El guitarrista Joey Z. y el bajista Alan Robert siguen ahí desde los viejos tiempos, y con una estética mucho más metalera y actitud y poses agresivas forman parte importantísima del espectáculo. “River runs deep” o “Lost at 22” emocionaron a los más fans a la par que los constantes parones, cambios de ritmo estimulantes y arranques matadores sorprendían a más de un neófito. Probablemente se trate de uno de los grupos metaleros con más personalidad de las últimas décadas, como quedó claro con “This time”.
Sábado 18 de junio. Agárrense que llegan curvas.
Por fin el calor había empezado a dar un mínimo de tregua, aunque los nubarrones en el cielo nos hacían temer lo peor. Incluso hubo rachas de una fina llovizna que se hacía querer a la vez que provocaba los peores augurios. Los rayos que iluminaban el cielo gasteiztarra tampoco es que ayudaran precisamente. Lo cierto es que los astros se alinearon y pudimos disfrutar del último día casi sin mojarnos (ni conciertos suspendidos, que era lo peor que podría ocurrir, aunque la preparación de los escenarios parece capaz de aguantar más de un arreón salvaje). Pudimos así disfrutar de un maravilloso músico como Israel Nash, quien nos deleitó con sus ritmos pausados pero de gran poder y un sonido de lo más sugerente. Enseguida nos dejamos embelesar por sus teclados y atmósferas que abrazaban el sonido americana con gran sofisticación, y que se unen a la larga lista de grupos que en la historia de este festival coquetean con el folk americano a plena luz del día en el escenario grande.
Claro que, para música de raíces, quien mejor que la mismísima Emmylou Harris desplegando todo su carisma con una voz emotiva y eterna, y un repertorio de lo más variado con especial querencia por el country, el folk y el bluegrass, sin olvidar el gospel y en general todo el espectro que muchos años después de que ella triunfara se intentó englobar con el concepto sonido americana. A sus 75 años, Emmylou mostró un aspecto frágil pero una actitud decidida que embelesó a miles de predispuestos espectadores, y arrancó una gran cantidad de ovaciones y aplausos, con especial contundencia en el tema gospel a capella que interpretó junto a dos de sus músicos.
Y de una septuagenaria a otra, y no serían las dos únicas esta noche: nada menos que la mítica Patti Smith, quien sin embargo desplegó una actitud y fuerza vital realmente sorprendentes, teniendo en cuenta que ambas tienen prácticamente la misma edad (unos tres meses de diferencia). Empezó sin ninguna prisa, incluso relajada, dando la impresión a posteriori de que toda la primera parte del concierto fue una preparación de lo que luego se nos vendría encima, donde incluso aprovechó para meter algún tema más actual como el medio tiempo “Grateful”, publicado en 2000, o con la original “Don’t say nothing”, de 2004. El comienzo con “Redondo beach” había sido muy elegante, igual que el resto de piezas de esta primera fase, aunque el público tardaría un poco más en explotar.
Patti nos conquistó con un poema (puede que fuera de Allen Ginsberg), y especialmente con “Free money”, al término del cual terminó llorando de emoción, recibiendo el cariño del público al instante. Seguidamente, no recuerdo si fue el guitarrista y su mano derecha Lenny Kaye u otro, nos recordaron que ese día el mismísimo Paul McCartney cumplía 80 años, y se arrancaron con... redoble de tambor... ”¡Helter Skelter!”. La sorpresa y la potencia de la ejecución fueron tales que casi ni nos habíamos recuperado cuando siguieron con el “I wanna be your dog” de los Stooges, el cual alborotó aún más la masa humana allí congregada. Patti se acordó del capitán Jack Sparrow, y aunque no sabemos la causa exacta porque no entendimos bien lo que dijo, es probable que fuera de apoyo por el largo proceso judicial vivido en los últimos tiempos.
Abundando en lo señalado en más de una ocasión en esta crónica, no había ninguna necesidad de hacer más versiones, pero ella insistió con el “One too many mornings” de Dylan, que dedicó a Emmylou Harris. Y, metidos ya en una recta final de auténtico infarto, el legendario “Because the night” (con el público vibrando de emoción), “Pissing in a river”, un efervescente y calculado crescendo con “Gloria” que nos supo a ídem y, con la mismísima Emmylou Harris acompañándola, el cierre apoteósico con “People have the power”. Aquel fue un momento que pasará a la historia del festival, con miles de personas compartiendo un mensaje de esperanza y energía positiva que ojalá puedan seguir defendiendo después de la resaca y de volver al trabajo tras estos arranques de solidaridad y fraternidad.
Respecto a Black Mountain, después de verlos aquí mismo en el escenario dos en 2015 y a una distancia no deseada, esta vez remontamos hasta las primeras filas para deleitarnos con una propuesta absolutamente mágica y avasalladora. La potencia y sofisticación de sus atmósferas, la técnica, maestría y profesionalidad de todos sus componentes, la sugerente voz de Amber Webber, sus complejas composiciones, sonido nítido y todo el concepto entre psicodélico y metálico que engloba su música, nos confirman que estamos ante uno de los mejores grupos actuales. Es cierto que el sonido estaba demasiado alto y que aquello ensombrece nuestro veredicto final, pero incluso así pudimos disfrutarlo, intentando movernos para captar el sonido de manera más agradable y menos ensordecedora.
Llegó por fin el momento más esperado del festival para un servidor. Después de, digamos, toda una vida esperando esta improbable visita (recordemos el poco interés que ha mostrado por Europa en las últimas décadas), el Azkena ha obrado el milagro y nos ha traído en exclusiva nada menos que a Suzi Quatro. Aún se nos hace difícil asimilarlo, pero la reina del rock and roll actuó aquí el -fecha para recordar– 18 de junio de 2022. También septuegenaria aunque tres años menor que Emmyloy y Patti (tiene 72 años), demostró el poder de las mujeres veteranas en un mundo todavía dominado por los hombres. No tenemos espacio aquí para profundizar en su trayectoria, pero ella, sus vestidos de cuero, su enorme bajo penetrante y su actitud fueron inspiración para incontables mujeres que vinieron después, como la propia Patti (recordemos que aunque Patti es mayor que Suzi, la corta edad a la que empezó esta la colocó antes en el panorama rockero).
Es cierto que la primera parte no fue todo lo explosiva que pudo haber sido, a pesar de desplegar pelotazos como la mítica “The wild one”, “I may be too young”, “Daytona demon” y “Tear me apart”. Acaso faltaba un poco de arranque, aunque la mega balada que grabara hace 43 años junto a Chris Norman de Smokie emocionó sobremanera al público – al menos al de las primeras filas-. La remontada comenzó en ese punto, aunque “48 crash” no recibiera todo el barullo que se merecía. A esta le siguió “I sold my soul today” de su último disco “The devil in me”, editado el año pasado y de gran potencia Hard Rockera. Después, Suzi interpretó sola al piano su balada de 1998 “Can I be your girl?”, con amago inicial del “Para Elisa” de Beethoven incluido. Saltamos a 2017 con el rock and roll clásico acompañado de saxo de “Slow down” para acabar versionando (¡no queremos más versiones!) a Neil Young con su “Rockin’ in the free world” para deleite del personal.
A partir de ahí se lió tanto la cosa que aquello fue una fiesta hasta el final. “She’s in love with you” y un chulesco y delicioso “Too big” calentaron el ambiente, con la novedad aportada por las dos coristas cantando un tramo a solas, además de servir para las presentaciones de los músicos, los cuales aprovechaban para hacer su solo, y donde el batería nos sorprendió con un arranque absolutamente Heavy Metal. La mítica “Glycerine queen” incluyó un penetrante solo de bajo de Suzi, quien luego acompañó al batería golpeando los timbales. Delicioso. “Can the can” nos recordó de nuevo a su época de principios de los 70, cuando era la reina del Glam (aunque ella siempre aborreciera esa etiqueta), se recreó en un clásico aún superior como “Devil gate drive” donde las coristas incluso asaltaron la primera línea para hacer aquellas coreografías tan míticas de Suzi y sus músicos en los 70, y nos despidieron con la emocionante y eterna balada “If you can’t give me love”.
Suzi demostró seguir siendo una mujer poderosa y con actitud cien por cien rockera. Desplegó un carisma descomunal e incluso convenció con sus temas más recientes. Divirtió e hizo bailar, cantar y reír al público, tocó su enorme bajo con gran solvencia y dominó, tanto el escenario como al público, a su antojo. El hecho de hacer participar de esta manera al respetable nos recuerda al working class rock de Slade, o el de (posterior, por supuesto, y en unas coordenadas totalmente distintas) los Toy Dolls y una serie de grupos principalmente ingleses capaces de sudar la gota gorda en cada show. Con esta actuación saldamos una cuenta pendiente y albergamos esperanzas de verla una vez más por Euskal Herria.
Si hubo un triunfador absoluto este año, ese fue sin duda Michael Monroe. Tampoco es que albergáramos demasiadas dudas al respecto, pero su show fue verlo para creerlo. Michael, quien la víspera había cumplido 60 años, desplegó todo su repertorio de poses, carreras, saltos y actitud punk rocker y Hard Sleazy Rocker con una facilidad tal que se hacía difícil de creer. Un repertorio variado en el que incluso los temas más recientes fueron de los más duros, tales como “Last train to Tokyo”. Tampoco se olvidó de su mítico proyecto Demolition 23 con la contundente “Nothin’s alright”, mientras seguía avasallándonos con temas semi nuevos como la aplastante “Trick of the wrist’”, un matador tema de Hard Rock/Heavy Metal que ya quisieran componer los Mötley Crüe de 2022, la propia “’78” del mismo año 2010 y otra de 2013, nada menos que un “Soul surrender” tan duro y de estribillo tan contagioso que levantó hasta al más rezagado.
A este respecto, el ochentero “Man with no eyes” resultó más convencional, lo cual deja en muy buen lugar el repertorio de los últimos doce años. Así que la siguiente “Ballad of the lower east side” la superó , acompañada además de una embriagadora melodía. Tampoco faltó el recuerdo a Hanoi Rocks, con “Motorvatin’” y “Malibú beach nightmare” volviendo locos a sus seguidores, que al menos en las primeras filas se hacían notar. La versión “Up around the bend” de la Creedence no aportó nada a un repertorio especialmente solvente, y sí lo hizo su clásico del 89 “Dead, jail or rock and roll”. A su lado, el legendario bajista Sami Yaffa, compañero suyo en miles de aventuras y bass player en Hanoi Rocks y Demolition 23, entre otros.
Michael Monroe superó el único concierto en que pudimos verle hasta ahora, aquel con Hanoi Rocks en la sala Artsaia de Aizoain en 2005, y nos presentó a un tipo que salió a por todas, se mezcló con el público y mostró una energía tal que difícilmente lo olvidaremos, acompañado por una banda muy participativa que incluía tanto coreografías como arrebatos espontáneos de energía. Gran, gran final y un año más que salimos más que satisfechos de este festi que ya cumple veinte años. Casi nada.
Pero hubo mucho más....
Las actuaciones de peso estuvieron concentradas en los dos escenarios principales y ello nos obligó a realizar visitas fugaces al escenario 3, denominado “Love”, y a la zona Trashville, sin duda la más divertida y salvaje del festival. En la primera jornada, sin el tercer escenario, degustamos en Trashville, con una temperatura más propia de una sauna, las actuaciones de Lord Diabolik, Micky y Los Colosos del Ritmo y Teenage Werewolves. Los primeros, un dúo francés de raíces españolas, engalanados con trajes de etiqueta y máscaras de luchadores mexicanos, ofrecieron un eléctrico directo bañado de rock & roll, garage y punk. Fue espectacular ver la fiesta que organizó el mítico Micky con su banda, a sus nada más y nada menos que 78 años. Fue retroceder a la época de los 60-70s para disfrutar de un auténtico guateque. Y fue asombrosa, igualmente, la actuación del combo estadounidense tributo a The Cramps. Trash punk, sexy rock & roll... con una puesta en escena increíble.
El viernes se ponía más caliente todavía el festival con el tercer escenario a pleno rendimiento. Aterrizamos en el recinto con el inicio de actuación de Adia Victoria, una de las que más curiosidad nos despertaba, ya que era una artista que habíamos descubierto en las semanas previas y por lo escuchado, prometía mucho. Y así fue, nos encantó la propuesta de la artista de Carolina del Norte con su “Gothic Blues”, acercando a parámetros más actuales los sonidos de su tierra (blues, country...). Impactante esos cambios de ritmos más suaves a otros más eléctricos y potentes, con una poderosa guitarra derrochando distorsión. Uno de los conciertos más divertidos fue el del los alemanes Mad Sin, uno de los grandes nombres del psychobilly. Con un inmenso (en todos los sentidos) Köfte DeVille a la cabeza, dejaron guiños a un buen número de estilos (metal, punk, country...), incluyendo versión de “Ace of spades” de Motorhead en la que el contrabajajista se metió entre el público escupiendo fuego desde su mástil. Delirium Tremens demostraron, ante una gran cantidad de público, que su vuelta va en serio. Tal y como pudimos comprobar en el BEC, el cuarteto engancha con un buen directo y su sonido característico. No puedo asegurar al 100% que su setlist fuera el mismo que en Barakaldo, pero estaría muy cerca, con su combinación de clásicos y sus nuevas canciones. A Ilegales les faltó un poquito de “chicha” en el sonido pero fue emocionante disfrutar de las canciones que han marcado su trayectoria. Se nos va un gran clásico de nuestro rock y no podía faltar su despedida en el Azkena Rock. En Trashville nos quedamos con dos actuaciones: la de los gasteiztarras Negra Cucaracha Terrorfolk y los británicos Klingonz. Los primeros liaron una buena con su curiosa propuesta de horror-punk-folk apocalíptico a toda pastilla. Recordamos, entre otras canciones, “Tu a Chernobyl y yo a California” o la versión de “Más allá del cementerio” de Eskorbuto. Y que decir de la salvaje propuesta de los segundos, psychobilly arrollador con un frontman que parecía ser el hijo satánico de un payaso y los seres del planeta de Star Trek.
Arrancamos la segunda jornada con Joseba Irazoki eta Lagunak. El músico de Bera continúa presentando su último disco, sin duda, una de las joyas de la escena vasca del pasado año. El navarro no falla en directo, es todo un lujo disfrutar de su clase y así lo demostró, con un concierto que se hizo fugaz y donde no faltaron sus guitarrazos marca de la casa. Posteriormente llego el turno de Vulk, una de las bandas más especiales y prometedoras de la escena vasca en los últimos años. El directo del cuarteto bilbaíno es arrollador y no deja indiferente a nadie. Con un imponente Andoni De la Cruz a la cabeza y una eléctrico Julen Alberdi a la guitarra, nos dejaron algunas de las perlas de su último disco “Vulk ez da”, entre otras. Otro que mostró mucha clase fue el británico Robyn Hitchcock, con una banda, Los del Huevos Band, formada por músicos españoles para la ocasión (Juancho Lopez al bajo, Pablo Magallanes a la guitarra y Rafael Camisón Lozano a la batería) y que funcionó a la perfección. Vimos unas pocas canciones pero nos atrapó su jugoso power pop. Nos despedimos del tercer escenario con una grata sorpresa, Daniel Romano's Outfit. El músico canadiense y su banda, con una inmensa Julianna Riolino a los coros, derrochó ritmo y fuerza, dejando un gran sabor de boca. En Trashville nos sedujeron los rusos Messer Chups con su horror surf y una Svetlana Nagaeva imponente. No faltó la versión de “Miserlou” de Dick Dale. Se preveía que el concierto de Oh! Gunquit iba a ser uno de los más salvajes del festival, y así fue. La banda con base en Londres ofreció un concierto arrollador, con su vocalista y trompetista Tina tocando mientras hacia girar un hula hoop en algunos momentos. Tremendo. Para rematar, poquito vimos de Suicide Generation , quienes ya habían pasado por estos lares antes de la pandemia. Los londinenses son unos maestros en las distancias cortas con su poderoso (y sudoroso) rock & roll - punk actual. Su vocalista Sebastian Melmoth fue una bestia que no paró quieta de moverse y adentrarse entre el público.
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