Decimoctava edición del festival rockero por excelencia, Azkena Rock, año tras año más afianzado y sin haber perder sus señas de identidad: buen ambiente, grupos no habituales, reuniones ad hoc y mucho, mucho rock and roll. Este año ha acudido más gente que el año pasado, unas 36.000 personas si contamos los dos días. Pasen, vean y disfruten.
Jornada del viernes 21 de junio
Si de gloriosa calificamos la historia del festival, qué decir de esos salvajes ingleses llamados Inglorious, a los que llegamos a ver las últimas cuatro canciones y alucinamos con su poder y el buen hacer de Nathan James, frontman carismático de voz portentosa. La banda es un derroche de técnica y pasión y su líder alcanza notas difíciles con gran solvencia. “Holy water” y “Until I die”, con la que se despidieron por todo lo alto, fueron buena muestra de su poder.
Deadland Ritual eran uno de los grandes atractivos de este año. Curiosamente, han acometido la gira europea sin tener su disco aún editado y con solo dos temas publicados. Se trata del supergrupo del año montado por Matt Sorum (batería de Guns’N’Roses y Velvet Revolver) con nada menos que Gezzer Butler (Black Sabbath) al bajo, Steve Stevens (Billy Idol) a las seis cuerdas, y un jovenzuelo llamado Franky Pérez (Apocalyptica) a la voz.
El comienzo fue apoteósico, con nada menos que “Symptom of the universe” de Black Sabbath para regocijo de las primeras filas. Ver al jodido Geezer Butler delante de tus ojos es algo único. Su peculiar manera de rasgar el bajo, con las dos manos a pleno rendimiento, es en gran parte responsable de los nuevos temas de Deadland Ritual. “Neon Knights” de los Sabbath -etapa Dio – levantó hasta a los muertos aún cuando el sonido de guitarra de Steve Stevens no podía darse por bueno para este tipo de música. Y es que Iommi solo hay uno. Tras “City of night”, “Slither” de Velvet Revolver no es que tuviera un recibimiento excesivamente entusiasta, pero se dejó querer. Franky se sentó entonces (como en otro par de temas) a los timbales mordiendo el cable de micro, dejando que este colgara y captara el sonido de los mismos.
“Fade and disappear” fue el preludio del “Sweet leaf” Sabbatthiano que, esta vez sí, gozó del sonido de guitarra que merecía y marcó otro subidón en el show. Steve se animó después con un solo de guitara que precedió a “Rebel Yell”, su gran éxito junto a Billy Idol, y emocionó a no pocos seuidores. ¡Qué gran canción! Los nuevos temas han de ser el mejor atractivo del grupo, a tenor de lo visto en Mendizabala. Es lo que les da identidad y sentido. De hecho, sus temas propios fueron los que mejor sonaron, y quedó claro que “Broken and bruised” y “Down in flames” son dos jodidas maravillas rocosas, potentes, y con una profundidad y sentimiento en los cuales Geezer parece haber tenido muchísimo que ver. Entre medias, el propio Geezer nos agasajó con su propio solo (llamado “Basically”, eso sí que es una maravilla) preludio inevitable del “N.I.B.” Sabbathico. Para el final dejaron “War Pigs”, también de Black Sabbath, y despedida apoteósica de un concierto con altibajos. El cantante resulta a ratos un poco cargante y sobreactúa bastante. La verdad es que no hace nada mal: le echa garra, pasión, vitalidad y canta con solvencia, pero debería aprender a dosificarse más.
La gran cita de la noche venía de la mano de los rockers Stray Cats. Desde la tarde pudimos observar la gran afluencia de público rocker, que venía a disfrutar de la última reunión (disco nuevo incluido) del mágico trío. En cuanto a los Stray, si hace 40 años resucitaron el rockabilly, este 2019 han tenido que volver ellos para que al menos ese estilo esté dando algo que hablar. Brian Setzer y los suyos ofrecieron una actuación competente y emocionante a partes iguales. No faltaron sus grandes hit como “Runaway boys”, “She’s Sexy + 17”, “Fishnet stockings” o “Rock this town”, sin olvidar otras épocas con “Gene and Eddie”, “Cry baby”, “Lust n Love”, la cañera “Blast off” o ese blues de aroma clásico llamado “I won’t stand in your way”. “My one desire”, versión de Dorsey Burnette, fue otro punto álgido de un concierto donde el carisma del gran Slim Jim Phantom y sus mil y un trucos con la batería fueron un punto a destacar, sin olvidarnos de Lee Rocker, sus coros, su enorme contrabajo y el sentimiento tan especial que imprime en cada nota. Con las notas de “Rock this town” aún sonando nos dirigimos al escenario Respect.
Blackberry Smoke ofrecieron un concierto elegante y bien cuidado. Su estilo sureño y añejo casa muy bien con el ARF y ya desde “Nobody gives a damn” y “Six ways to sunday” hicieron las delicias del público que, dicho sea de paso, lo tenían ganado de antemano. Siguió la ejecución perfecta de la mano de “Waiting for the thunder”, “Let it burn”, la preciosa “Medicate my mind” (con “cumpleaños feliz” cantado por todos al bajista barbudo Richard Turner), “Rock and roll again”, o el celebrado guiño a Los Beatles con “Come together”. Lo mejor vino en la parte final, con la deliciosa “Sleeping dogs”, “Flesh and bone”, “Ain’t got the blues”, la preciosa “Restless” y la despedida por todo lo alto con “Ain’t much of love”. Sigo pensando que en directo les falta un poco más de energía y movilidad, por lo demás pocas pegas se pueden poner a excepción del bajo volumen. No es casualidad que el show ganara enteros con los temas más duros.
Otro de los grandes acontecimientos de este año eran nada menos que The B-52’S, otro sueño hecho realidad para algunos. Ya flipamos el año pasado con Joan Jett, otra que parecía imposible que pudiéramos ver en nuestras vidas, y este solo nos queda mandar infinitos agradecimientos a la organización. Atacaron con “Cosmic thing”, “Mesopotamia”, “Lava”, “Private Idaho” y “Give back my man”: es posible que pillaran a mucha gente fuera de juego, como también lo es que se metieron pronto en el bolsillo a buena parte de ellos. Su avanzada edad no les resta ni un ápice de descaro, y se mostraron divertidos y exultantes en todo momento. Fred Schneider es un simpático abuelito incapaz de parar de bailar y sonreír. Le dio a todo tipo de cachivaches a modo de percusión, teclado y lo que hiciera falta. Kate Pierson vestía con un curioso vestido rosa de mil colgantes y que daban forma a sus bailes mientras Cindy Wilson iba con un vestido verde chillón, mezcla de Star Trek y Avatar y un moño tremendamente excesivo. Las dos se mostraron pletóricas y sin ningún tipo de complejos.
En general, plantearon un show perfecto para cualquier fiesta sin descanso y le dieron de lo lindo al primer LP. También algo al segundo e incluso a otras piezas un poco más recientes. La new wave americana bailable se llama B-52’s y es tan efectiva ahora como lo fue antes. Tienen ese toque disco con raíces, con mucho funk, que resulta imbatible. Tienen la suerte de tener en sus filas a una bajista negra llamada Tracy que le imprime todo ese groove tan importante en estas formaciones. Ella, junto al preciso batería, formaban el colchón en el que se asentaba todo lo demás. “Summer of love”, “Roam” o la atractiva “Love shack” representaron aquellos discos no tan conocidos, por no hablar de “Funplex” de su último disco que, eso sí, tiene ya 11 años. Otros potentes chispazos como “52 girls”, “Party out of bounds”, “Dance with mess around” mantuvieron la fiesta por todo lo alto. La arrancada final con tres gemas del primer disco (“Planet claire”, “6060-842” y “Rock Lobster”) lo dejó en la cúspide. Nos preguntamos si esta va a ser la primera y última vez que les hayamos visto.
El frío, que venía haciendo estragos desde la tarde (y menos mal que no llovió), se tornaba difícil de sobrellevar aunque hicimos un último esfuerzo para no arrepentirnos luego de no haber visto a The Hillbilly Moon Explosion. Desde ya quiero dejar claro que fueron lo mejor del festival, con un sonido poderoso (¿el mejor sonido del festival?) y un guitarrista que tocaba con una potencia tan grande y una afinación tan baja que parecía que estaba tocando tres bajos a la vez. Y un sonido general sobrado y embriagador que lo llenaba todo. El contrabajista y la guitarrista se turnaban instrumentos y voces. Emanuela Hutler posee, además, un timbre de voz bello y con sabor a clásico, excelente complemento al rockabilly de alta costura del cuarrteto. El batería, preciso como un metrónomo pero con gigantes dosis de pasión, era en sí mismo todo un espectáculo. Por lo que a mí respecta, este es por el momento el concierto del año.
Jornada del sábado 22 de junio
Otro de los grandes acontecimientos de este año era el show de Tesla. Muchos fans llevaban toda una vida esperando el acontecimiento, y éste se hizo realidad, por fin, este sábado 22 de junio. Por problemas de aparcamiento (¡cada año nos lo ponen un poco más difícil!) nos perdimos los dos primeros temas, pero conectamos de inmediato con “Heaven’s trail (no way out)” y comprobamos el ambientazo del escenario grande. Si el viernes reinaron los rockers, el sábado los heavies se hicieron con muchas parcelas de poder. Chupas vaqueras, estética glammie (Glam Metal, se entiende), heavies de toda la vida (incluyendo a los thrashers) y mucha presencia femenina, junto con multitud de curiosos, dieron colorido a la gran fiesta del Hard Rock Americano que representó el show de Tesla. Estribillos perfectos, pegadizos pero con una base musical muy trabajada y muy técnica, hicieron las delicias de todo el mundo.
Una retahíla de clásicos imperecederos (“Cumin’ Atcha live”, “Modern day cowboy”, “Heaven’s trail (no way out)”), baladas por todo lo alto como “Changes” (mágica) y “Love song” (imperecedera), Hard Rock de alto octanaje (“Edison’s Medicine”) y hasta un guiño a los Beatles (“Blackbird” en acústico, por supuesto) enriquecieron su propuesta. “Love song” la empalmaron con la anterior, y ya en la recta final acometieron con un par de versiones: Una ya conocida por cuanto salió en el mítico “Mechanical resonance” (“Little suzi”, de Ph.D.) y la otra, “Signs” de Five Man Electrical Band, grabada en aquel histórico “Five man acoustical jam” el cual, de paso, dió vida a toda aquella ola de discos acústicos grabados por la MTV, allá por 1990. El adiós con “Gettin’ better” nos hizo volver a preguntarnos cuándo podremos disfrutar de nuevo de esta jodida maravilla, si es que alguna vez lo hacemos. De nuevo, mil gracias a las cabezas pensantes que se rebanan los sesos durante todo el año (y a veces durante muchos años) para traer a estos grupos.
Otra joya para muchos heavies vino a continuación: nada menos que Corrosion of Conformity para machacar nuestros tímpanos. Aquí ya hubo una criba y algunos seguidores de Tesla seguramente no acudieron al escenario Love (o el escenario 3, como aún sigo llamándolo). Craso error. Estos tipos de Carolina del Norte saben bien lo que se hacen, y la liaron gorda a pesar del deficiente sonido, especialmente de la voz. La intro “Mano de mono” ya indica que no son un grupo del montón, que saben darle a pasajes acústicos que engrandecen su propuesta, aunque a partir de ahí todo fuera a degüello. Un rugido los recibió y no paró de jalearlos, al menos en las primeras filas (no suelo mirar mucho para atrás para contrastar estos datos). Hubo pogos salvajes ya desde la tercera canción, “la brutal “Paranoid opioid”, con algún mosqueo incluído, aunque esto se solucionó cuando el mosqueado se retiró a una zona más segura. “My grain”, “Diablo Blvd.” y sobre todo “Vote with a Bullet” (pogo potente, aunque siempre con camaradería) despertaron los instintos más sanamente brutales del respetable. Pepper Keenan parece un bruto, pero es un tipo cercano y accesible para su público. En “Who’s got the fire” pidió fuego y le lanzaron mechero y porro respectivamente, el cual amablemente devolvió tras una calada. La historia del porro no terminó ahí, ya que al termino del show le lanzaron otro (el mismo tipo, supongo) y Pepper se lo agradeció. El bajista es otro auténtico crack y una pieza fundamental a la hora de conseguir ese sonido tan profundo y poderoso. Y, después de aguantar a algunos pedir durante todo el concierto la dichosa canción, por fin la atacaron para finalizar. “Clean my wounds” quizás sea la canción con la que se les recordará siempre. Larga vida a C.O.C.
Wilco (foto encabezado) era otra cita imprescindible en esta edición. Sus conciertos de 2005 en este mismo festival dejaron malas críticas y división de opiniones. A servidor le gustó entonces tanto que no pensaba perdérselos por nada del mundo. Bien es cierto que también había que cenar, hacer cola en los baños etc. De modo que nos perdimos algunos temas. Lo más curioso de Wilco es que al parecer siempre les perseguirá la polémica desde varios ángulos: Los fans de su primera época descontentos con su evolución, los más abiertos que en cambio les piden siempre más, o los que ya directamente los despachan diciendo que son un muermo. Obviemos a éstos últimos. Wilco tiene hoy en día una propuesta muy profesional y poco apasionada aunque enormemente disfrutable. De modo que nos quedaremos con lo mejor y volveremos a cerrar los ojos para escuchar esa maravillosa “I’m always in love”, que es la que ahora mismo más recuerdo de su concierto.
Antes de terminar los anteriores, intentamos cazar a Los Torontos en el Thrashville, pero no hubo suerte. De manera que dimos solo unos pasos al escenario 3 y nos perdimos a los Gang Of Four pero ganamos la experiencia de escuchar a Morgan en su plenitud, si exceptuamos el estado de la voz de Carolina De Juan. Los cazamos cuando le daban a “The night they drove all dixie down” de The Band, una auténtica maravilla. La música estadounidense de raíces, incluyendo el soul, el funk y hasta el góspel, es su fuerte junto a un guitarrista fuera de serie y una banda más que solvente. Fue un concierto estimulante, y sería apoteósico si no fuera por el estado de la voz de Carolina (o Nina, según he leído). De todos modos, le echó arrojo y, a base de sufrir, sacó adelante una actuación en la que quizás se dejó llevar por la emoción y habló en exceso. Un grupo a tener muy en cuenta, que si sigue la progresión lograda en sus dos años de historia, llegará muy lejos.
The Cult nos esperaban en el escenario grande. Una actividad de alto riesgo. Por todos es sabido que Ian Astbury es capaz de lo mejor y de lo peor; lo que no nos esperábamos es que se quedara en tierra de nadie, es decir, tirando a apático. Y lo cierto es que la banda suena. Lo hizo al abrir con “Sun king” y con “New York city”, “Automatic Blues”, y las primeras reacciones eufóricas se apagaron momentáneamente, hasta atacar con “Sweet soul sister”, la más famosa quizás del disco “Sonic temple” el cual, a todo esto, venían a interpretar en su mayoría. “American horse” y “Soul asylum” precedieron a una de las más emotivas: “Eddie (ciao baby)” nos supo a gloria y nos recordó lo acojonante que era este grupo hasta no hace mucho. No quiero tampoco afirmar que no volverán a ofrecer conciertos explosivos, pero sí que se les notó cierta falta de garra y volumen al maldito micrófono, circunstancia ésta última que pudo haber descentrado al gran Ian.
Con “Fire woman” dieron por finalizado el “Sonic temple” y nos deleitaron con uno de los momentos que servidor más había esperado: dos temazos del olvidadísimo disco “Beyond good and evil”, de 2001: “Rise” y “American gothic”, dos temas profundos, atmosféricos y tremendamente guitarreros. Parece que hoy en día Ian sí que aprecia aquel disco, cuyos dos temas mencionados fueron los más nuevos. Todo el resto de material tenía más de 25 años. Siguieron con canciones incendiarias y público apagado: “Spiritwalker”, “The Phoenix” y “She sells sanctuary”, con momentos puntuales de respuesta del público, pero aquello parecía más que apagado. Los bises quizás fueron más animados, con nada menos que “Wild flower”, “Rain” y “Love removal machine”. Tuvo que ser el álbum “Electric”, irónicamente, el que tuvo que rescatar el concierto donde venían a repasar el “Sonic temple”. Al final, una sensación más agria que dulce para los que sabemos que el cantante puede ofrecer mucho más espectáculo. Billy Duffy, eso sí, estuvo más que correcto: sigue manteniendo el estilo, las posturas y es un auténtico titán de la guitarra, por lo que a buen seguro los fans tenemos todavía mucho que disfrutar con este grupo.
Y ya a eso de las 2:00 A.M. nos desplazamos al escenario 2 (Respect) para desquitarnos a base hacer headbanging y pogo. Philip H. Anselmo & The Illegals venían a interpretar a Pantera, con Phil Anselmo como banderín de enganche. Nos masacraron con trallazos como “Becoming”, “I’m broken” o “Walk”, con una banda competente y agresiva y un Phil en su línea de casi no moverse, mascando chicle en todo el concierto e intentando hacer que su voz sonara. Phil nos manda dar palmas, levantar los puños, coros... etc. de manera autoritaria (incluso a los miembros del grupo) aunque le respondemos gustosamente. “He dicho que déis palmas”, “¿qué tal? ¡he dicho que qué tal!”. Mostró cero carisma y movimientos limitados, aunque su intimidante banda le dió de lo lindo a riffs y beats violentos y se esmeró en los coros. A esas horas debe de ser la mejor música para alegrar el cuerpo y desfogarse en un sano headbanging... y echar de menos al grupo matriz que ya jamás volverá (recordemos, además, la muerte de Vinnie Paul). “Use my third man” fue una sacudida brutal, “Fucking hostile” resultó dañina y maravillosa y “Hellbound” tampoco quedó a la zaga en cuanto a agresividad. Tampoco faltó el choque de muros entre el público, con los miembros de seguridad atentos a todo e incluso grabando con el móvil para, suponemos, investigar a posteriori posibles problemas o contusiones. Lo dicho: las tres de la mañana ya pasadas y un regusto a gloria que se te queda en el cuerpo después de semejante ajetreo.
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