Azkena Rock Festival, nunca falla
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Azkena Rock Festival, nunca falla

7 / 10
16-06-2012
Empresa — Last Tour
Sala — Mendizabala (Recinto)
Fotografía — Ionpositivo

Al Azkena Rock hay que seguir mimándolo como festival pase lo que pase. Por tratarse de un evento que continúa siendo necesario y al que todavía acude una buena cantidad de aficionados por el simple hecho de que se trata de una cita ineludible para disfrutar de música en directo en su vertiente más rockera. Si bien es cierto que para esta edición el cartel se quedó un poco cojo tras la forzosa cancelación de Black Sabbath por la recaída -en términos de salud- de Tony Iommi. Lo de Ozzy & Friends no convencía por razones obvias: había tocado el año pasado, con lo que daba la sensación de que era un plato de segunda, aunque luego su concierto nos demostrase todo lo contrario. Sin un peso pesado al que agarrarse, la fuerza de esta edición del Azkena estaba en esa segunda tanda de grupos que, reunidos, conformaban un cartel francamente atractivo. Porque no faltaban nombres apetecibles: desde My Morning Jacket a M Ward, desde The Darkness a The Mars Volta, sin olvidarnos de esos dos emblemáticos dinosaurios que son Lynyrd Skynyrd y Status Quo.

El jueves inauguraban la cita de este año los clásicos Blue Oyster Cult, que ofrecieron un concierto digno, pero que no dejó huella. Si lo hizo el de Twisted Sister, quienes –como ya demostraron el año anterior en el Sonisphere- están pasando por una segunda juventud. Lástima que a Dee Snider le guste largar más de la cuenta cuando el tiempo para tocar es escaso. Dos sorpresas y nueva savia a la que hay que tener presente: el prometedor Israel Nash Gripka y esos genuinos rockeros venidos de Suecia llamados Graveyard. En cambio, con Steel Panther y Pentagram ya estábamos avisados. No engañaron a nadie, son lo que son y hay que aceptarlos así. No defraudaron a sus fieles e incondicionales, mostrándose directos y sinceros. Dropkick Murphys fueron al grano con su punk-rock tabernero ideal para cuando las fuerzas flaquean y hace falta un chute de adrenalina.

El viernes comenzó con una buena excusa para estar pronto en el recinto, tocaban Lisabö. Por mucho que les hayas visto un millar de veces, siempre responden a las expectativas. Intensos, viscerales, tan reales y tan naturales como la vida misma. Lo de Gun podía sonar a chiste, sobre todo después de los cambios de formación y separaciones varias que han sufrido a lo largo de estos años. Suerte de canciones como “Better Days” o “Steal Your Fire”, que equilibran la balanza en sus conciertos, consiguiendo que incluso pasásemos un buen rato. Todo lo contrario que ocurrió con Rich Robinson, que fue un peñazo bastante aburrido. No vale con ser un virtuoso y salir muy elegante a escena. Es necesario tener sangre, y él no la tiene. Su hermano la aporta en The Black Crowes, pero aquí no está, con lo que no resulta extraño que nada funcione como es debido. Ni siquiera sus versiones de Neil Young, Fleetwood Mac y The Velvet Underground enmendaron la plana.

A Black Label Society no les fue tan mal, pero fallaron en un pequeño -o gran- detalle: tras media hora incontestable en el que nos reventaron los tímpanos con su música, nos puedes marcarte un solo de guitarra de un cuarto de hora. Por mucho que te llames Zakk Wylde. Por otro lado, y gracias a que abandonamos a ese escenario, vimos a unos Gallows conscientes de cómo deben actuar y llevándolo a cabo. Nos agitaron con su punk vieja escuela, gracias a una actitud buenísima y unas canciones francamente rotundas. Como las de Ozzy Osbourne, que ya están desde hace muchos años instaladas selectivamente en nuestro disco duro. Más en forma que en el 2011 en todos los aspectos, hubo un factor diferencial con respecto a lo visto entonces: los invitados que había anunciado (Geezer Butler y Zakk Wylde) le dieron consistencia a su puesta en escena. El primero de ellos salió para tocar cuatro temas de Black Sabbath, con “Iron Man” y su memorable estribillo como punta de lanza. Como de costumbre, “Paranoid” clausuró la fiesta, mientras que la añoranza se desbordó por completo en el mágico instante en el que Wylde tocó “Crazy Train”. Lo de Lüger empieza a ser cosa seria, sus directos mejoran día tras día, por mucho que eso parezca ya imposible. Como The Mars Volta, considerados marcianos por algunos, genios para otros. De hecho, son ambas cosas. No negaremos que sus discos pueden costar un poco, pero cuando les ves desenvolviéndose sobre el escenario no puedes dudar de su valía. Fueron de menos a más, aumentando las dosis de intensidad y de improvisación. Cedric Bixler-Zavala canta incluso mejor que antes, lo cual es mucho decir, revelándose como el hijo bastardo de Robert Plant, mientras Omar Rodríguez deja claro que no es de este mundo y que se trata de un músico avanzado a su tiempo. Como contraste, dos alternativas: la habitual fiereza de Danko Jones, por más que siempre ofrece el mismo concierto y aburra un poco con sus bromas, y Dick Brave & The Backbeats y su rockabilly, compuesto en su mayoría por versiones. Sonó hasta una de Adele. Al día siguiente repitieron en la Plaza Virgen Blanca a la hora del vermouth, en otro de los momentos clásicos del festival. Toni Castarnado

Iniciamos la tercera y última jornada del festival con el concierto de North Mississippi Allstars en formato dúo, es decir, con los hermanos Dickinson demostrando que lo suyo al nacer más que panes en la cuna fueron guitarra y batería. Sobrados de actitud, energía y técnica desplegaron toda esa sabiduría familiar acumulada para dejarnos el excelente sabor de boca que nunca consiguen del todo con su grabaciones. Tras ellos un rápido paseo por el escenario grande para comprobar lo mal sonorizados que estaban los himnillos de taberna irlandesa de Frank Turner And The Sleeping Sound y lo tibia que resulta la puesta en escena de una Sallie Ford & The Sound Outside que, por momentos, parecía dirigir más una banda de instituto despistada. Menos mal que un M Ward en plan jefazo empezó a elevar el listón de la calidad musical de la jornada, gracias a canciones de su infalible “Post-War” como “Requiem” o “Magic Trick”, pero sobre todo gracias a sacar las uñas y desplegar su vertiente más rock, con un final de fiesta versionando a Chuck Berry que nos hizo olvidar de un plumazo su descafeinado paso por el Primavera Sound de hace dos años. Con Lynyrd Skynyrd, o lo que queda de ellos, no hubo sorpresas. Ofrecieron justo lo que la gente quería escuchar, sin olvidarse de los clásicos que componen sus dos primeros e imprescindibles trabajos. “Workin For MCA”, “I’Ain’t The One”, “Simple Man”, “Sweet Home Alabama” y un final de fiesta con un “Free Bird” que demostró que se puede mantener un legado vivo sin caer en la parodia.

Pero si alguien debía ser el encargado de revitalizar el rock y abrirlo a nuevas texturas para elevarlo a cuotas difíciles de superar, esos sin duda son Jim James y sus My Morning Jacket (en la foto). Los de Louisville dieron una lección de cómo debe sonar una banda en directo, es decir, de forma compacta, nítida y poderosa, dando toda una lección de precisión y talento. Con un setlist escogido a partir de las propuestas en twitter de sus seguidores, predominaron las canciones de “Z” (cuatro de once), su disco más homogéneo, clásico y etéreo, destacando el desparrame jam en un tema tan espectral y emblemático como “Dondante”. La única pega fue la duración de un concierto que, tal y como estaba planteado, debería haber dado para una hora más. Solo de esa manera hubieran dado cabida a un universo tan vasto como el suyo. Tras la epatante demostración de los americanos, tocaba acercarse al escenario en el que Hank Williams III iba a mostrar las dos caras de su propuesta actual. La tradicional basada en el bluegrass más rápido y cafre que te puedes echar a la cara con temas infalibles como “Rebel Within”, para pasar luego a una vertiente tan metalera y cruda que provocó la indigestión a los que estábamos disfrutando de la primera. Pies en polvorosa a esperar el divertido y solvente concierto de The Darkness. Nunca serán mi banda favorita, ni tampoco correré a adquirir ninguno de sus discos, pero debo reconocer que me ganaron el corazoncito con su acelerada versión de Radiohead (“Street Spirit (Fade Out)”) y su vital puesta en escena. Todo lo contrario que unos The Brian Jonestown Massacre tan planos como aburridos, a los que le sobraban cuatro de las cinco guitarras que había sobre el escenario, y eso por no hablar del morro que le echan. Huída hacía el escenario pequeño a ver a unos Triggerfinger cuyo punk-rock me resultó bastante insustancial para cerrar el festival. Don Disturbios

Un comentario
  1. Sin olvidarse de The Unión, que hicieron un conciertazo de rock, como debe de ser

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