Así cambia un festival popular para seguir siendo popular
ConciertosFestival Med

Así cambia un festival popular para seguir siendo popular

8 / 10
Yeray S. Iborra — 05-07-2023
Empresa — Câmara Municipal de Loulé (Portugal)
Fecha — 29 junio, 2023
Fotografía — Fotografías cedidas por la organización

Algo está cambiando en Loulé. Pero decir que la ciudad portuguesa se transforma para acoger el festival Med, no sería del todo acertado. Los comercios siguen sirviendo con normalidad, no suben precios. Un arroz con bacalao, diez euros. Sería más preciso definir que el municipio se encierra, aunque durante los días de festival está más abierto que nunca, con propuestas de hasta dieciocho nacionalidades.

Más que un encierro, lo de Loulé es una invitación al contacto: el casco antiguo se ‘amuralla’ con el fin de que el público –algo menos de 10.000 feligreses por día, en su inmensa mayoría de la ciudad o de los alrededores– se roce en los ‘palcos’ (escenario en portugués), que la gente dé vueltas y desgaste el suelo empedrado para poder ver lo máximo posible. Los escenarios, además, se suceden: cada 45 minutos hay algo nuevo que ver. Eso hace el descubrimiento la norma del festival.

De esa forma, el jueves, se podía vivir lo genuino desde el pie parado: en Lavoisier (Portugal) la gente anduvo fría ante las guitarras estilizadas y vio los toros desde la barrera. Desde la hierba que recorta el escenario. La hora, sol poniente, le iba al pelo a su canción tradicional portuguesa con estridencias –muy mentales–.

El jueves también se pudo vivir lo genuino desde el desenfreno: Amadou & Mariam y su rhythm & blues diabólico, ¡claro! Explosivos. No viven de la nostalgia, como sí fue el caso dos días después de Bulimundo, también en el escenario Matriz (el más alejado del centro del recinto). Impactantes leyendas, a veces descoordinadas. Eso sí, siempre divertidos: no va el micro del saxo, el cantante lo acerca y ya. ‘Flow’.

Club Makumba

Amadou & Mariam trajeron algo más que baile, el matrimonio giró algo de ventolera. Nada que ver con los 36 grados de mediodía; aquí el clima se celebra. El aire es denso. Arde. No llueve, hace calor tipificado en el código penal. El paisaje alrededor de la ciudad tiene calvas por los incendios. Uno de los ‘transfers’ del evento avisa: “Esto no es nada”. En unos días se celebra el Boom. Literalmente, a 50 grados.

Sabe Nancy Vieira que, para combatir el calor, hace falta el meneo suave. Des del baile calmo se vive bien. La de Cabo Verde faltó a la cita el pasado año por Covid, pero esta vez, se dio un baño de masas. Con la gente copando –ahora sí– la yerba del escenario Chafariz; el público prácticamente se encaramó a la muralla centenaria que cerca el lugar. Para la locura del baile, busquen videos de Onipa.

Ahora, a pie semiparado: Club Makumba, tripada espectacular. Contrabajo, guitarras afiladas, pitos... Los acompaña mucha gente para el ruidazo que meten. Se nota que lo suyo es un divertimento. Así lo transmiten.

¿Qué está cambiando entonces en Loulé? Se acerca el vigésimo aniversario. Y aunque las músicas con espíritu folclórico dominan los escenarios, cada vez es más ancha la base pop del cartel. El Med de Loulé aspira a ser el auténtico festival popular del sur de Portugal. Esta ciudad de 70.000 habitantes “alberga uno de los festivales de Música del Mundo más completos, menos pretencioso y más asequible de Europa”, cita el periodista de raíces dominicanas, Rafael Mieses, residente en Estados Unidos, especializado en world music, y que se ha embarcado un año más a dar el salto oceánico. Apoya esa definición la portuguesa Sara Correia. Ha tocado por todo el mundo. Desde Corea hasta la Isla de Reunión. Pero siente especial este bolo, lleno hasta la bandera. Se la entiende como una posible renovadora del fado. Pero ofrece un concierto pulcro, muy sobrio. Lleva a la audiencia al silencio. Ella es severa a la voz, pero la mandolina frena el gesto. Es la que mejor entendió el festival. ¿La nueva Ana Moura? No exactamente, el cuarteto de guitarras y percusión dan una lección de cruce preciso, por ejemplo Quero é viver (+ do Coração). Tiene, por cierto, una colaboración maravillosa con Israel Fernández.

Sara Correia es Med, sí. Pero también lo es no renunciar a secretos como los japoneses Tomoro, habitantes de la tradición, pero aplicando patrones occidentales a sus tambores de guerra. La idea del festival es usualmente acercar lo desconcertante al público. Pero si entre medio, ese público se impregna de propuestas más masivas, más o menos acertadas, bien está. Por ejemplo, la de Nicola Conte Umoja (viernes), muy jazzero, muy frío: los músicos ni se miran. A destacar Pedro Mafama, con el ‘palco’ a petar como en ningún momento de la noche gracias a su verbena dance, como de remolque de pueblo. ¡Feria!

El Med está organizado por el ayuntamiento local, los precios son competitivos. 40 euros por el abono completo en taquilla. 15 euros el ticket de día. Ellos presumen de esa transversalidad en su video promocional. Para que un festival sea popular, hace falta público. Y Med demuestra que no escatimará en estímulos para poder alcanzar comunión entre sus distintas vocaciones. Para que se den la mano las andanzas de Bandua (viernes a primera hora de la tarde), electrónica y chamanismo. Cánticos de notas sostenidas, tambores y pieles. La gente bajando el centro de gravedad. Y también la tradición de Kadaka Pyramid, muchos músicos para un ‘medley’ relajado. O lo de Aywa. Franco marroquíes batidora de estilos por la paz y la protesta. Un poquito de rock tuareg, como el fantástico Bombino, que estuvo aquí el año pasado. Genial base rítmica, cercana al jazz y a los sonidos-desierto.

Omar Souleyman

Sra. Tomasa también buscaron los límites de lo popular: llegaron quince minutos tarde, como los grandes, y lo hicieron con un disparo EDM absurdo, para al poco –¡engaño!– dejar paso a la fusión de timba cubana y hip hop. Porque un festival ancho se debe a las grandes formaciones, pero también a los recorridos.

A poder encontrar por el camino a los más pequeños (además de fanfarria, danzas populares y las decenas de paradas ambulantes), a Meta_ tocando su último álbum, un R & B muy inofensivo y dulce. O a una de las grandes triunfadoras de la jornada del sábado: Caamaño & Ameixeiras. Lo avisaba en su previa el experto en músicas de raíz de la casa, Miguel Amorós. Pues dejaron pequeño el escenario Hammam. El bombo de pie le da profundidad a un bien recibido –palmas constantes– violín y acordeón. Hay lenguajes que son universales. Exaltan: "La música tradicional evoluciona con las personas".

El sábado bajó la temperatura, pero las calles anduvieron llenas desde primera hora. Con bestias como Balkan Taksim, normal. ¿Qué tocan? ¿Un sitar? Intensidades y calidades entre electrónicas y de mares sirios. Un preludio a cómo cerraría la noche con Omar Souleyman. Una niña pequeña alza los brazos como en los bailes de Bollywood a lomos de su papi. El festival, sin marcas comerciales en los escenarios, se pareció en algo a un evento convencional en la última jornada: vastas demoras. Amaro Freitas las sufrió. "Estas cosas pasan, no fue culpa del artista. Hay un problema de energía", se disculpó la organización. El artista afrobrasileño, piano y reinvindicación del Brasil negro, hizo buena labor de recuperación. Lo suyo es una música tensa, de intriga: digita contra las notas con fuerza, muy rítmico. Su sutileza la diluyeron Poil Ueda. Qué cosa más rara, un huracán stoner, con una cantante de orígen japonés basando la actuación en notas sostenidas. Canción nipona del siglo XIX para proteger a la gente del mal.

Antes del cierre, hubo dos sacudidas más. La primera, la de Bia Ferreira, ‘speeches’ contra el odio. Tuvo al ‘palco’ Chafariz asardinado para ella. Sentada con la eléctrica, algún teclado más soulero, muchos clichés del reggae, le sobró exageración en la interpretación vocal, pero funcionó su metralleta ‘riot’. La información emocional de su música en ‘stream’ se perdió en el directo. La segunda, la de Bateu Matou. Tres baterías, entre dj set y percusión. Interesante, porque la base rítmica es vívida, pero el resultado es ultra-pop, sobre todo por las voces femeninas y el contrapunto MC. Samplean a Rosalía. Es una horterada asumida. El espíritu de batucada queda atrás durante el ‘show’. Vence la electrónica masiva, los bailarines, y la parafernalia. Algo está cambiando en Loulé: lo popular es movimiento, y el movimiento no se puede encorsetar en etiquetas ni museizar.

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