Arcade Fire incluyeron Madrid como única parada en nuestro país dentro de la gira europea con la que vienen presentando su sexto álbum de estudio, ‘WE’ (Columbia, 22). La visita de los canadienses al WiZink Center adquiría así aún mayor relevancia, si bien el estatus del combo dentro de la música actual es de por sí privilegiado desde que debutasen hace ya casi dos décadas con el inconmensurable ‘The Funeral’ (Merge, 04). Una posición refrendada desde entonces a cada nuevo movimiento, sellando su pertenencia al selecto club de grupos contemporáneos inexcusables. Sus conciertos resultan, por tanto y a estas alturas, de ese tipo de acontecimiento que nadie quiere perderse, capaces como son de ofrecer un show cuyo recuerdo perdurará en el tiempo.
Desde el momento en el que la formación ocupó el escenario (justo después de que el Bolero de Ravel tronase en el recinto) resultó evidente que, en efecto, aquella iba a ser una noche mágica que la formación iba a certificar sin fisuras y generando esas emociones inherentes a las grandes citas. La troupe apostó por una intensidad poco menos que intimidante, con un Win Butler enchufadísimo (casi rabioso), una Régine Chassagne impecable en su papel de extraña diva, y una banda que, cediendo el papel principal a la pareja, se muestra siempre activo y efectivo de cara al espectáculo. En su versión en directo, Arcade Fire son un colectivo mutante e inquieto que suma incontables cambios de posiciones en torno a sus numerosos miembros, disfrutando en todo momento de un caos controlado que a su vez potencia la magnitud del propio espectáculo.
La velada se abrió con “Age Of Anxiety I” del nuevo álbum, al que regresarían con piezas que encajan bien en el repertorio como “Age Of Anxiety II (Rabbit Hole)”, “The Lightning I & II” o “Unconditional I (Lookout Kid)”, sobre todo salteadas con himnos mayúsculos del tipo de “Ready To Start”, “Neighborhood #1 (Tunnels)”, “Reflektor”, “Rebellion (Lies)”, “Here Comes The Night Time” o “The Suburbs”, recibidos todos ellos en puro éxtasis. Un segundo escenario de reducidas dimensiones situado en el último tercio de la pista del polideportivo fue aprovechado para añadir espectacularidad al asunto, tras atravesar los músicos el pabellón entre los fans para alcanzarlo. Primero Butler en “Afterlife”, después Chassagne en “Sprawl II (Mountains Beyond Mountains)” y, ya en los bises, la banda al completo. Unos extras que contaron con la encantadora tregua en forma del medio tiempo compuesta por “End Of The Empire I-III” y “End of the Empire IV (Sagittarius A)”, y que remataron la celebración masiva con una relectura del “Spanish Bombs” de The Clash y la apoteosis final (e inolvidable) de “Wake Up”.
La jugada maestra de Arcade Fire se traduce en el inteligente manejo de elementos, lo que propicia un espectáculo audiovisual en el que cada tema llega al público adornado con juegos de luces, hinchables, proyecciones y, en definitiva, una puesta en escena arrasadora en la que todo suma y adquiere sentido. Porque, ante todo y en primer plano luce el poder acongojante de las propias canciones. Es ahí donde radica el recurso diferenciador de Arcade Fire, en torno a un repertorio intachable que ofertan en envoltorio de lujo, ante el que es imposible no claudicar y que, en directo, se empeñan en convertir en el mayor espectáculo del mundo. Pirotecnia con sentido que, lejos de disimular la calidad de su música, sirve para realzarla y dejar a sus espaldas un concierto tan imponente e insultantemente arrollador como el firmado por los de Montreal el pasado miércoles.
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