“Ni esto es flamenco, ni es bonico, ni tiene gracia, ni ná, de ná…” así se indignaba un señor, mayor, visiblemente molesto con el espectáculo de Califato ¾ en el Teatro Alhambra, dentro del Ciclo “Flamenco viene del sur”. Apología de lo impuro, que diría Pedro Ordóñez. Pero ¿acaso no fue el primer impuro el primer flamenco? Visto así, eso, aunque sea una manera un poco extraña de empezar una crónica, es lo mejor que puede decir de ti un “purista” si te llamas Califato ¾. Significa, sin dudas, que has conseguido remover a un público que ayer llenó hasta arriba el teatro.
Califato, mezclan elementos tradicionales de Andalucía con rock, electrónica y punk y lo hacen sin complejos, creando lo que ellos han denominado como «folclore futurista». Yo diría que es esa impureza que aún se le podía dar al flamenco y a lo nuestro, para acercarlo más al público joven, inconformista y cansado de la tradición más añeja.
Un acierto, por tanto, contar con ellos en este ciclo, como ejemplo de revulsivo, de lo contestatario y lo que aún podemos revisar y aprovechar, para que no muera en el camino. Son sevillanos, reivindican la tierra, el andalucismo, la libertad y la sonoridad más arraigada. Porque, ni son los primeros, ni son ellos los que van a cerrar este camino. (Im)purismo habrá siempre.
Antes que ellos, Martirio había cambiado el concepto de copla y de sevillanas, Enrique Morente había caído en la “impureza”, creando esa gran obra que fue el “Omega”, junto a Lagartija Nick, el Niño de Elche se había tenido que bajar los pantalones para reivindicarse, y lo impuro ha ido extendiéndose, como mancha de aceite, impregnando, cambiando, renovando. No por ser divertido, ya no es flamenco. O ¿por qué no un flamenco punk para reivindicar por soleares?
De no ser así, todo estaría ya dicho, todo cantado y todo escuchado. Es, gracias a estos proyectos que se salen por la tangente, como Rodrigo Cuevas en Asturias, Baiuca en Galicia, El niño de Elche en Levante o Califato ¾ en Andalucía, que van naciendo, fruto de la mezcla, la fusión y el atrevimiento, otros sonidos, otras verdades, otras perfectas impurezas.
En el espectáculo, magníficamente sonorizado y, sobre todo, iluminado (cada día me fijo más en esas cosas), no faltaron prácticamente ninguno de los temas más escuchados de una banda que le cantan lo mismo al aire “acondicionao”, que a una dirección postal (Pascual Marquez, 33), que al Cristo de la “Nabaha”. Por bulerías, por sevillanas, por soleares. Para llevarnos desde Triana a una rave en las termas de Santa Fe. Qué tiempos aquellos ¿no?
Con todo el arte del mundo, la finura y el desparpajo de Rosana Pappalardo, el descaro de un Manuel Chaparro que es un “ziribuye” en el escenario, que provoca con su actitud y su pintoresca performance y, por supuesto, la inconfundible voz de Curro Morales (Narco), por nombrar, sobre todos, los que más destacan en el escenario, sin desmerecer al resto. A un lado, tranquilo pero certero con su española, Guille Iniesta aportando los compases más clásicos. Todos juntos, un espectáculo.
Y, estando en Granada, impensable no contar con la participación de Ihmaele (Fausto Taranto), con quien se marcaron ese Çoleá pa tu mare, demostrándose mutua admiración y mucha amistad entre todos ellos.
Un repertorio con el que iban a lo seguro, a levantar al público, que mucho aguantó sentado y respetando las normas, y que dejaba “al respetable” con ganas de bailar todo el rato, a pesar de que, en un espacio escénico como el Teatro Alhambra, no era posible. Ojalá, todo lo impuro, fuese siempre tan respetuoso, y a la vez controvertido.
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