Dice el diccionario que pachanga, en una de sus acepciones, es “alboroto, fiesta, diversión bulliciosa”. Y precisamente a eso se dedicaron Antònia Font, recuperando el significado del término, que ya utilizaron hace años para dar título a una de las canciones de “Alegria”. Se despidieron a lo grande con “Oh yeah”, más tarde con “Batiscafo katiuskas” y aún luego -en el segundo bis- con “Vitamina sol”, con Pau Debon como maestro de ceremonias en la tentadora invitación para bailar un vals, culminando casi dos horas de pop con un sabor mediterráneo que en realidad es universal. Si la música es un estado de ánimo, en este caso fue la felicidad, unas veces con corte melancólico y otras en un auténtico estallido vital. De la inmediatez de “Armando rampas” a la delicada “Tokio m’es igual”, además de canciones que, sin hacer ruido, son verdaderos himnos: “Loco”, “Alegria…”, “Vos estim a tots igual”, “A Rússia”, y así hasta completar una colección de fantasía. Hubo momentos de pop acuático, casi submarino, y también de teatralidad en la interpretación de “Mecanismes”, retorciéndose, como antes habían hecho en sentido inverso con “Astronauta rimador” (difícil pensar en una ejecución más vigorosa y convincente). Después de su reciente incursión en el directo sinfónico, con acompañamiento orquestal, en esta ocasión los mallorquines demostraron que las composiciones de Joan Miquel Oliver tienen su mejor versión en el habitual formato eléctrico. Y mientras tanto, continuaba el desfile cósmico de astronautas, robots y seres marinos. Ciencia ficción al alcance de las manos, haciendo bueno aquello de que hay otros mundos, pero están en este.
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