Ya es primavera

Hace prácticamente un año nos hicimos eco de una de las habituales e inspiradoras gestas quijotescas de la familia Aloud Music. En un escenario de incerteza pandémica no tan distante al actual, en pleno aumento auge de contagios y sucesivas cancelaciones y restricciones rubricadas por el empatiquísimo PROCICAT - cerramos sarcasmo -, la celebración del AMFest más extraño y frío de la historia llegó como uno de esos pequeños grandes milagros que, de vez en cuando, nos hacen creer en un mundo mejor.

Fue entonces cuando un servidor se refirió a Ànteros, banda estandarte de Aloud, como los guardianes del post-rock patrio. Su presentación en vivo del, por aquel entonces, recién estrenado “... y en paz la oscuridad” (20) fue uno de los momentos más sobrecogedores del festival; sin embargo, es difícil negar que un concierto en las condiciones semi-glaciares en las que se encontraba el Castell de Montjuïc no eran precisamente las idóneas para disfrutar de prácticamente nada que no implicase utilizar un trineo. Y es que justamente por ello la presentación de este mismo álbum en sala era más que imperativa.

La segunda fecha de su gira nacional tuvo lugar en la atestada Nau de Barcelona, contando con el apoyo de los jienenses Santo Rostro. El acople abrumador de las guitarras contra el ardiente aullar del público hacía predecir lo que, efectivamente, fue un concierto absolutamente arrollador, en el que el rock más salvaje de los setenta encontró su cauce a través de riffs aplastantes siempre teñidos de las voces expansivas de Antonio Gámez, más cercanas al hardcore que a ideas más típicamente stoner. El desafío a las convenciones del heavy psych más sudoroso no siempre estuvo acertado, aún así; su versión del hímnico “Never Say Die” de Black Sabbath palideció al lado de sus ya de por sí vigorosas composiciones, que bastaron para encender a la sala y demostrar sobradamente la vivacidad de su propuesta. Prueba de ello fue el culminante combo final que conformaron la crimsoniana “Annual” junto con su metalizada “One Small Victory”, cuyo ritmo cardíaco cerró su set por todo lo alto.

Con el corazón todavía en la boca y unos pocos minutos de distancia, sin más tregua que la necesariamente obligatoria para la afinación de los numerosos instrumentos del conjunto barcelonés, Ànteros tomaron el escenario con fuerza desde los primeros acordes de “Legado”, que pronto murieron en la contundencia inicial de “Espectros”. Y es que no bastaron más que esos segundos para entender y sentir cuánto ha crecido el conjunto desde su debut en 2016. La seguridad e ilusión con la que se desenvuelve el sexteto sobre el escenario está al alcance de pocos conjuntos de la escena, y la suma de sus diversas y marcadas personalidades como músicos no hace más que acentuar la riqueza que atesora esta singular banda.

La maestría de su set, tan breve como intenso, encontró sus momentos de mayor intensidad justamente en todos aquellos episodios en los que esas diferencias se hacían más evidentes. La huída de los tópicos aprendidos del post-hardcore de Viva Belgrado o los amenazantes riffs sincopados de Toundra nunca cae en saco roto: Ànteros brillan con una luz cegadora cuando entienden el valor de su propio lenguaje, siendo especialmente obvio en pasajes como el del absorbente tapping de “Sombras” o la explosiva “Cenizas”, cuyos peculiares préstamos del rock progresivo más imaginativo la convirtieron en el indiscutible punto álgido de la velada.

Su climático final con “...el pasaje” y “Ultravioleta” elevó el concierto a una categoría que va más allá de lo meramente memorable. Y es que un año más tarde, a pesar del mismo frío - aunque con unas cuántas paredes más de por medio -, la misma incertidumbre vital y la misma oscuridad latente, podemos decir que el invierno ha sido derrotado. Que el lenguaje de las flores es ahora más claro y esperanzador que nunca. Ya es primavera.