Existe un deseo tan grande por ver la luz al final del túnel que cualquier concierto, por pequeño e íntimo que sea, es todo un acontecimiento. Da igual que después del bolo solo puedas adquirir unas latas de cerveza en el 'súper' de la esquina, o que lo más cautos salgan corriendo porque el toque de queda se les viene encima. El recuerdo de haber asistido a algo especial, casi clandestino, permanece. Y lo cierto es que me gustaría escribir con MAYÚSCULAS que el directo protagonizado por Anna Andreu, muy bien protegida por la simpática complicidad de Marina Arrufat a la batería y efectos, adquirió tintes de placer culpable. El mismo que experimentas al atacar la última cucharada del helado que queda en la nevera.
Anna y Marina pisaron de forma firme el escenario, sabedoras que el set-list que defienden es de esos ganadores. Canciones ideales para degustar sentados y en penumbra. Con ese silencio reverencial que impresiona en ausencia de esas molestas barras en las que siempre se habla demasiado y demasiado fuerte. Anna nos mira y afina su guitarra. Una acción que repetirá en cada parón, demostrando una inclinación algo obsesiva por procurar que todo quede impecable. 'Niquelao'. Marina acariciará los parches con deleite, sonriendo de forma pícara cada uno de los acordes de Anna. Y ¡PUM! Sobreviene la magia. La de su disco 'Els mals costums' (20), sí. Pero también la de sus fantásticas adaptaciones. Las que realizan del 'Gem' de Anímic -nunca se revindicará suficiente su legado- el tremebundo 'So Long, Marianne' de un maestro de maestros como Leonard Cohen; la revisión de su pasado cuando entona la hipnótica “Gos Salvatge” de Cálido Home; o ese broche de oro que supone la adaptación de los versos de Federico García Lorca realizada por otro maestro como Paco Ibáñez. Canción con la que ponen el lazo rosa de gloriosa despedida, a una noche de viernes tranquila y reposada. Madura.
Cuando todo esto pase, que pasará, conciertos modestos como este quedarán en el recuerdo. Y no lo harán ni por el marco inconmensurable, ni tampoco por el frenesí de la fiesta. Lo harán por la complicidad que se logra al tejer canciones, también con MAYÚSCULAS, aupadas por una voz que llega. Ni más ni menos.
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