Dos imágenes resumen la noche de celebración del cuarto aniversario del Dabadaba. Las dos son idénticas. Por un lado, Joseba Irazoki, de Bas(h)oan, se asoma por un costado del escenario y observa con cara de asombro las piruetas progresivas de Melange. En el mismo costado, el simpático guitarrista del grupo madrileño, Sergio Ceballos, se había rendido una hora antes ante el insólito aquelarre experimental del grupo vasco.
La sala se anotó un tanto al programar a Melange y Bas(h)oan a la vez: se complementan y retroalimentan a las mil maravillas. Son las dos caras de la misma moneda. Sus propuestas musicales no tendrán mucho que ver, pero a ambos les avala el afán por la experimentación y el riesgo sin olvidar de dónde vienen. Mezclar lo viejo con lo que te sale de las entrañas y el corazón suele dar muy buenos resultados.
La historia de Bas(h)oan es la historia de un encuentro fortuito y feliz. Joseba Irazoki y Beñat Axiari coincidieron por primera vez en 2016 en un encuentro literario conducido por la periodista Ana Galarraga. Hubo poesía, temas de Irazoki y un par de versiones del guitarrista norteamericano Robbie Basho fallecido repentinamente en 1986 a los 45 años. El experimento funcionó tan bien que a finales de 2017 se rebautizaron como Bas(h)oan y publicaron un debut sorprendente con el hijo de Beñat, Julen Axiari, a la batería.
Con ellos tienes la impresión de que puede pasar cualquier cosa. La guitarra de Joseba Irazoki se retuerce y entra en éxtasis mientras el vozarrón de Beñat Axiari adquiere una variadísima gama de colores, desde profundos tonos graves hasta el falsete más insospechado. Al principio su performance puede descolocar; después, estremece y emociona. Del blues indomable al weird-folk, cantan en inglés y en euskera pero como a veces ocurre con el flamenco, cala muy hondo y su lenguaje es universal.
Melange (foto inferior y encabezado), por su parte, es lo mejor que le ha pasado al rock estatal en los últimos años. En 2016 nos enseñaron dos cosas: que se puede debutar con un álbum doble de 15 canciones sin ser unos plastas y que cuando en la coctelera se mezclan los ingredientes adecuados el resultado puede ser asombroso. Con su segundo LP, "Viento Bravo" (2017), era obvio que el factor sorpresa iba a desaparecer, pero sus conciertos tienen la virtud de llevarte a otra galaxia. Un universo que se expande bastante más allá del rock progresivo y otros estilos aledaños. No es casualidad que uno de sus guitarristas salga con una camiseta de otros heterodoxos del rock como King Gizzard & The Lizard Wizard.
Fue un concierto largo, unas 15 canciones que empezaron a despegar como un cohete a partir de los aires western de “Ruinas”. En las primeras filas la música ahogaba unas voces que aparecen de vez en cuando para acompañar maravillosos zig zag instrumentales. Fue la única pega. Dijeron que no iban a hacer un bis, que eso es un “paripé”, y a cambio nos obsequiaron con una tremenda versión de “Solera”, que debería pasar a formar parte de la historia del Dabadaba. Normal que Joseba Irazoki estuviera en el margen izquierdo como antes había estado Ceballos.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.