Volver a un concierto grande: era y sigue siendo el sueño y la prioridad de muchos melómanos. La confesión abierta (aunque se haga en tono de broma), de muchos chats en WhatsApp, o la comidilla de las quedadas furtivas que nos dejan; esa respuesta involuntaria que se da a una pregunta que nadie ha hecho. Nuestro particular “queremos ir a misa”. Y es que estamos entrando en una “cuarta fase” de la pandemia más quemados de lo que queremos asumir públicamente.
Y en todo ese trasfondo psicosocial de desgaste que estamos viviendo según estrenamos la primavera, irrumpen en la capital los albaceteños más famosos de la historia (con permiso de Rozalén, Manuel Castells y Andrés Iniesta) para darnos un aliento a nuestras luchas personales. Para recordarnos el verdadero valor de la música. Con su thrash metal combativo y demoledor, parrilla de luces y cañones espectaculares, nos peinaban a las primeras filas, y a los del fondo no se les iba la sonrisa bajo la mascarilla por lo que estaban viendo. Puños en alto, gritos de guerra y muchos arrebatos entre el público, que no pasaban, del asiento de cada uno. Ejemplaridad, todo el tiempo.
Es quizá en dicha cuarta ola cuando más necesitamos esto: la demostración de que se puede llenar una sala grande como La Riviera, respetando los protocolos y medidas de Sanidad y seguridad. La evidencia de que la cultura es segura, pero sin tener ninguna banderita por delante, ni ningún ministro-muñeco presente, sino por el gran esfuerzo que se realiza desde abajo.
Y también sobre el escenario, pues para Guille, David, José y Víctor, no debía ser fácil el contagio (emocional, se entiende) ante un público necesariamente inmovilizado. Aun así, ni el más mínimo síntoma de flaqueo: Angelus siendo Angelus, aprovechando cada segundo de su tiempo, sin exceso de palabras, sin parafernalia extramusical: dándolo todo a pesar de no haber moshpits, ni crowdsurfing; sin la fiesta y el sudor, sin el público con disfraces locos. Y es que tampoco tenemos un manual de cómo hacer headbanging sentados.
Cuando el pasado 16 de febrero se marcaban un número uno en listas de ventas en España con su homónimo séptimo álbum, y aparecían días después en varios programas de televisión de público general, nos acordamos una vez más que tenemos en nuestra tierra a una de las bandas más importantes del mundo, en un género metal como es el thrash. Era evidente que con el discazo que se habían marcado, habría buena predominancia del mismo en su gira, y así, pudimos escuchar los trallazos de “Bleed The Crown”, “Childhood’s End”, “Indoctrinate” o “We Stand Alone”. Sin embargo, en esta doble sesión, la banda prefirió ahondar mucho en toda su discografía, y así recordar lo que era un concierto en condiciones normales, y llenarnos de recuerdos con hitos como “One Of Us”, “Downfall Of The Nation”, “Sharpen The Guillotine”; algunas más atrás en el tiempo, como o “Serpents On Parade”, “You Are Next”, imprescindibles en su repertorio, e incluso las lejanas ya como “Give’Em War” (07) o “Versus The World” de aquel “Evil Unleashed” con el que debutaran formalmente, allá por 2006.
Como nos contaba Guille en la reciente entrevista que realizamos en Mondo Sonoro, Angelus Apatrida han seguido evolucionando en su sonido, y con este séptimo álbum, han decidido hacerlo más “fluido y orgánico”, “lo contrario a lo que vimos en ‘Hidden Evolution’ o ‘Cabaret de la Guillotine’”, donde la predominancia era trabajar más la producción.
Si uno tiene el oído lo suficientemente entrenado, puede claramente notar que un directo, sin el tumulto de la gente, sin el sudor y la concentración en un pit considerable, es algo realmente distinto. Hay algo en todo esto de ceremonial, de ritualesco, que, si se anula, el concierto se convierte en algo distinto; algo más artificioso, menos espectacular, más forzado e incluso impuesto. Pero lo que no decae es la necesidad de catarsis mediante ese live-show que es terapia mental. Da igual si el volumen no está todo lo fuerte que querías. El confinamiento nos recordó que no podemos vivir sin cultura (o llamadlo como queráis), y que, en su ausencia, se nos empieza a ir la olla muy rápido.
Angelus Apatrida fueron, por esta noche especial, nuestra terapia médica. Nuestro grito de libertad. Nuestro impulso más primitivo. Fue como pasar por “boxes”. Nos han hecho una “puesta a punto” emocional y nos permitirán aguantar una cuarta ola con más calma. Y todo lo que venga. Esto es solo una crónica musical, sí, pero igual pueden tomar nota algunos psicólogos sociales. O, por resumirlo en una de esas dicotomías ridículas con las que juegan los políticos últimamente… Música o barbarie.
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