Andrew Bird, el hombre-pájaro orquesta

Decía Godard en una sus boutades más contemporáneas que la diferencia entre él y Tarantino era que Tarantino vivía en el cine y que en su caso el cine vivía en él (en sí mismo, en Jean Luc, maestro de maestros). Si ayer sacamos una conclusión en el circo Price entre las 21 y las 23 horas es que la música vive en Andrew Bird. Que cada resquicio, cada vello, cada poro, cada respiración es un instrumento y una nota o las mil cosas a la vez. Cada movimiento, una armonía. Cada pausa, una canción. Y por eso celebramos que tuviera a bien presentarse enseñando todas sus armas de una vez, la profundidad y la ternura de todas sus garras y sus dientes, haciendo inventario de su inventiva y de sus capacidades para esto de dejarnos con la boca abierta. Así unió su violín empuñado como una guitarra o una escopeta y su silbido magnético (sacado de su apellido o de una reencarnación anterior) a “Why?” y a la nueva y espectacular “Hole in the Ocean Floor”. Ya allí salió la banda y nos premió con “Nyatti” esa aproximación irlandesa al universo “Graceland” de Paul Simon, que serviría de prólogo para que el de Illinois fuera desgranando su magnífico último disco "Break it yourself" donde sonaron nuevos clásicos como “Desperation Breeds…” “Eyeoneye” o la descarnada e imprescindible “Give It away”, que en directo se hace más mayor y más extraña. A veces Neil Hannon, otras Joel Gibb, siempre Andrew Bird, fue metiendo a la audiencia, respetuosa y ojiplática, en un bolsillo gigante donde cabía desde un homenaje a Los Teleñecos al country aguardentoso y a capella que rendía tributo por igual al matrimonio Sparks, Townes Van Zandt o al casi fundacional Charlie Patton. Todo en un éxtasis tranquilo pero constante que nos subió para quedarse con “Effigy” (monumental visita obligada al minusvalorado "Noble Beast") o esa maravilla cadenciosa y caliente que es y seguirá siendo “Tables and chairs”.