Regresaba Andrés Calamaro a Barcelona tras la ambiciosa visita que realizó el año pasado junto a Fito y los Fitipaldis, y lo hacía con orgullo y exhibiendo, una vez más, el cartel de entradas agotadas.
Un retorno que sirvió para constatar varias cosas. En primer lugar que el “loco” que presenció el Mundial del 78 tenía frente a él dos sendas a escoger a la hora de hacerse mayor y rockero. Una estaría encarnada por David Crosby (The Byrds, CS&N) y la otra por Bruce Springsteen. Y aunque estuvo a punto de caer en la primera, parece que finalmente optó con buen criterio y sentido común por la segunda.
Por ello cabe destacar que su aspecto físico, pese a seguir algo “sexy y barrigón”, daba el pego hasta sin sus sempiternas gafas ahumadas. O dicho de otra forma: Andrés Calamaro se mostró en muy buena forma -sobre todo vocal. Demuestra de paso que su voz no sólo ha ganado en una rotunda profundidad rockera a lo Bob Seeger, si no que está más llena de matices y que encima los sabe dominar con la sabiduría que dan tantos años de tablas. Un perro viejo que sabe tanto por perro como por experiencia acumulada y que no se cortó un pelo en enseñar sus afilados dientes con una mordiente más rock, dura y guitarrera.
Cuando él también se adueñaba de las seis cuerdas eran cuatro las guitarras que se superponían sobre el escenario. Cuando la dejaba a un lado, sus tres acompañantes condensaban las edades del rock: Del blues al rock’n’roll, hasta llegar al hard de punteos heavies. A semejante tormenta eléctrica se le acoplaba con precisión suiza una base rítmica a la que tan sólo cabía añadir un clásico teclado a lo Al Kooper para tener una formación de alta pureza sin cortar, al estilo de los Heartbreakers de Tom Petty.
Pero de formaciones clásicas y buenos instrumentistas está el mundo lleno y si no los vistes con grandes canciones, poco o nada tienes que ofrecer. Y esa es la clave de todo, porque si hay algo que le sobra al argentino son tonadas que llegan y convencen. Su último trabajo está repleto de ellas y como era de esperar no se cortó en lanzarlas con satisfacción chulesca: “Los Chicos”, “5 minutos más”, “Carnaval de Brasil” y “Mi Gin Tonic” se sucedieron, combinadas con clásicos como “Alta suciedad”, “Flaca”, “Loco” (a la que cambió la letra por completo) “Estadio Azteca”, “El día de la mujer mundial”, el momento tango con “Jugar con fuego” o la tasa Rodríguez con el clásico entre los clásicos “Sin documentos”.
Una colección de canciones que quitan el hipo y que mantuvieron al público entre expectante, emocionado y eufórico, pese a soportar un bochorno tan inhumano como insano. El infierno existe y Andrés Calamaro es su guardián.
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