En Andoain se respiró el ambiente de las grandes citas, aquellas que uno espera con la ilusión de un niño un año entero o dos, como ha sido el caso, tras la cancelación de la edición de 2020. Todas las expectativas se cumplieron de sobra en un festival con perfil bajo y, a priori, en una jornada para salir del paso sin la presencia de artistas internacionales por los rigores pandémicos. El formato diurno no invitaba al desparrame precisamente, con el público sentado en el patio cubierto del colegio Ondarreta y el centro cultural Bastero. Cuesta horrores elegir a un ganador en un pódium compartido por Rüdiger, Iñoren Ero Ni y Belako, tres propuestas tan dispares como complementarias con el rock como infranqueable nexo de unión.
Tal vez, la joya semiescondida fue la del asturiano Angel Kaplan, sospechoso habitual de la escena musical asturiana (Peralta, Doctor Explosión) y bajista en la última década de los incombustibles The Cynics. Kaplan publicó un disco hermosísimo hace casi diez años, “Pictures From The Past”, donde no escondía su predilección por grupos como The Beatles, The Kinks o los radiantes sonidos que alumbraron la Costa Oeste en los años 60. Acompañado por media docena de músicos, muy atentos a cada detalle, recuperó las canciones de aquel tesoro poco conocido del pop español con una fidelidad absoluta a las versiones del estudio y algún pequeño giro de guión, como una recreación muy digna del “I´ll Be your Mirror” de The Velvet Underground. El broche noise a un plácido pase vespertino lo puso el guitarrista con unos wah-wah que salieron disparados a todos los rincones de Bastero.
Con el sol saludando desde lo alto del cielo, pasadas las 15:30 horas de la tarde, Rüdiger reunió a su banda al completo por primera vez desde que dio a conocer su álbum de debut a finales del año pasado, el excelente “Before It´s Vanished”. El proyecto en solitario del conocido batería Felix Buff (Joseba Irazoki eta Lagunak, Willis Drumond) es otra pieza de orfebrería que viaja del indie a la psicodelia y del folk al rock atemporal. Tras una serie de conciertos íntimos acompañado de Irazoki, Rüdiger pedía a gritos una actuación con una banda competente, como es el caso. Su música, tan sugerente como pegadiza, gana músculo y sale fortalecida en este formato. Los temas nuevos no bajaron el listón y auguran una prometedora segunda parte. En la penúltima canción saltó la sorpresa: Juancar García, de la promotora Bloody Mary y alma mater del festival, subió al escenario para unirse a la banda y aporrear la guitarra en una explosión de rock psicodélico. Ojalá Rüdiger pueda explayarse las veces que haga falta con la banda al completo.
Esta edición fue también la de Juancar -el jefe, como le llamaban algunos con cariño- que ha hecho de Andoain un entrañable punto de encuentro entre músicos, amigos y musiqueros que no han tenido la oportunidad de verse en mucho tiempo. Desde la mañana, con Audience dando el pistoletazo de salida a una hora más propia del café que de un concierto de rock, a las 12:30, su nombre estuvo en boca de todos los grupos. Cada uno, a su manera, ensalzó su labor desde el escenario. La banda de Gernika-Lumo pasó por diferentes fases, con un inicio donde empezaron yendo al grano gracias a dos trallazos recientes (“Take Off” y “Mauka”), después se metieron en un pequeño jardín de americana, country y toques atmosféricos del que salieron airosos, para acabar terminando de manera rabiosa. Irregulares pero atractivos, a veces uno sigue muy bien sin saber cómo respira el grupo, lo que por otro lado es uno de sus encantos. Sonaron hasta tres voces distintas, en inglés y euskera, y su propuesta de rock inconformista de trazas experimentales siempre despierta interés.
El premio del público se lo llevaron, de largo, las dos actuaciones más contundentes. Si no viviésemos estos tiempos de contención y distancia interpersonal, se habría formado un pogo de armas tomar cuando el carismático líder de Inoren Ero Ni bajó del escenario y se mezcló entre el público. Da igual que se ponga a recitar un monólogo entre surrealista o irónico, que cante o que chille a través de un megáfono, Okene Abrego despliega sus alas mientras el ruido free-punk, post-hardcore o la etiqueta que se le quiera poner inunda el espacio. El ciclón Inoren llegó hasta la última fila del patio Ondarreta.
Belako lucieron orgullosos su reciente premio en los premios MIN a Mejor Grupo de rock. Tienen motivos de sobra para hacerlo. Su directo es apabullante de principio a fin, cuentan con un sonido atronador, y utilizan con inteligencia y efectividad la tecnología y los medios técnicos que tienen a su alcance. Los juegos de luces elevaron la épica y en la pantalla expulsaban tanto frases feministas como la enigmática portada de su último disco, “Plastic Drama”. Entre el público, que abarrotaba Bastero, hubo quien no se pudo contener y bailó de pie al son de la música sin concesiones del cuarteto de Mungia. La energía juvenil de Belako está hecha para triunfar en festivales y agitar a las masas.
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