Hay momentos en los que toca cambiar. Transformarse. Reinventarse o morir. Esto debieron pensar los responsables del AMFest, uno de los festivales de rock más personales, cuidados y queridos por sus seguidores que podemos encontrar en la capital catalana. No es de extrañar que para encarar su última edición se hayan aliado con Madness Live, artífices del también personal Be Prog! My Friend, que hace pocos días anunciaba su desaparición tras cinco ediciones memorables.
En su trayectoria ascendente, tan sembrada de dudas como de valentía y éxitos, el AMFest ha abierto su paleta musical sin traicionar sus señas de identidad, incorporando a la música estrictamente instrumental nuevos colores, matices y estilos: de la psicodelia y el stoner al post-metal o el pop de guitarras. Y, por supuesto, las voces. Todas ellas distintas pero unidas por un mismo idioma con muchos dialectos. No es que todo valga, sino que todo cabe en una programación donde prima la calidad y la coherencia y que consigue que Amenra y The Notwist, cabezas de cartel del primer y tercer día respectivamente, convivan en armonía bajo un mismo line-up.
Los primeros fueron probablemente el grupo más crudo que ha pisado el AMFest desde su nacimiento. También uno de los más esperados del viernes 12, a juzgar por el elevado número de camisetas de Amenra vistas en la sala. Con una puesta en escena cuidada al detalle, una sobria iluminación y esos místicos vídeos en blanco y negro, ya indisociables de su música, sobre la incontrolable fuerza de la naturaleza, los belgas son los amos a la hora de controlar los vaivenes de intensidad: tan pronto te rebajan las pulsaciones encadenando delicados arpegios, como te sacuden con una poderosa catarata de riffs en bucle. Sobre ellos, la contundente sección rítmica, atronadora, y los dolientes alaridos de Colin H. van Eeckhout, de espaldas al público durante buena parte del set, como de costumbre, y con su enorme cruz tatuada bien visible en el dorsal. Cuchillos envenenados y directos al corazón como “Plus près de toi” o “Razoreater” sonaron apabullantes. La belleza de lo ritual. El efecto resulta hipnótico y se disfruta especialmente en espacios medianos como la Fabra i Coats.
Tras ellos llegó la calma en el tercer escenario, el más pequeño, de la mano de la Dj holandesa Eevee, con un vestido blanco, luciendo tatuajes y moviéndose al son de sus delicados beats. Un epílogo ambient de lo más atmosférico y sugerente. La jornada inaugural incluyó también las destacables actuaciones de Soup, desde Noruega, con un post-rock con ecos a Steven Wilson y temas como “Jaga”, “Sleepers” o la final “Playground Memories”; el math rock bailable de Mutiny on the Bounty, que hizo mover los pies hasta al técnico de luces y el equipo de seguridad; o 65daysofstatic, quienes sorprendieron a muchos con su reinvención en clave electrónica y alejada de las guitarras de antaño. Los británicos conjugaron hábilmente sonido y visuales. El resultado: un show oxigenante, marciano y de corte experimental que pasó del ruidismo a las cadencias minimales con notable éxito. Cerraron la primera velada los ritmos tropicales de los locales Playback Maracas y un ambiente lúdico festivo de lo más contagiable. Eso sí, la fábrica, poco acostumbrada a reunir a tanto público, se convirtió el primer día en una calurosa olla a presión. Fue el único hándicap del festival, por poner alguna pega, que fue solventado con agilidad por la organización en la segunda jornada, en la que disfrutamos de una mejor ventilación de y la instalación de equipos de refrigeración.
La coincidencia del AMFest con otros eventos como el concierto de John Carpenter en el vecino Festival de Cine de Sitges hizo que un servidor no pudiera ver los primeros grupos de la segunda jornada. Una lástima, porque fuentes fiables confirman que la descarga de los australianos Caligula’s Horse en clave de metal progresivo fue de primera, así como la experimentación del siempre infalible Jaime L. Pantaleón; o el pesado y arrollador post-metal de A Storm of Light, del que pudimos disfrutar de unos últimos minutos suficientes para constatar su desbordante calidad en directo. También convencieron, y de qué manera, My Sleeping Karma y su rock instrumental impregnado de psicodelia. El cuarteto derrochó técnica, emotividad y contundencia arropado por unas proyecciones coloristas de corte místico y por temas tan rematadamente buenos como “Ephedra”. Hipnóticos.
Suyo fue el papelón de actuación bisagra entre Mono y Toundra, dos de los platos fuertes de la cita. Los primeros demostraron que lo suyo es algo muy serio, dejando a muchos escépticos con la boca abierta. Tras verles en algún que otro festival, uno ya sabía a lo que se enfrentaba, pero esta vez se superaron. Desde la inicial “After You Comes the Flood” y hasta el cierre con la épica “Ashes in the Snow”, con ese bello crescendo final capaz de erizar el vello a cualquiera, los de Tokyo se desenvolvieron con la soltura y el pulso de las grandes bandas, combinando delicadeza y potencia con transiciones apenas perceptibles, en un continuum de temas largos pero hilvanados con maestría que incluyó temas como “Death in Rebirth”, “Nowhere, Now Here” o “Dream Odyssey”.
La cosa parecía difícil para Toundra, aunque eso supondría subestimar al cuartero madrileño. Y eso resulta siempre un error. La banda presentaba su quinto y último disco hasta la fecha, “Vortex”, como se encargaron de anunciar las luces en forma de “uve” que presidían el escenario principal. Un trabajo del que rescataron hasta cinco canciones: “Cobra”, “Tuareg”, “Cruce Oeste”, “Kingston Falls” y “Mojave”, y que combinaron con otras piezas ya clásicas de nuestra banda sonora personal como “Kitsune”, “Magreb”, “Bizancio” o “Cielo negro”. Toundra se desenvolvió entre ellos con plena confianza y aplomo, haciendo fáciles sus transiciones instrumentales, repletas de giros, variaciones y desarrollos, envolviéndonos en su manto e irradiando una gran pasión por lo que hacen, como atestiguaron sus enormes y perennes sonrisas desde el minuto uno. De aplauso.
Tras dos jornadas intensas, tocaba relajarse y reivindicar las tardes de domingo con la mejor banda sonora. La principal atracción de la última jornada era la norteamericana Emma Ruth Rundle, cuyo folk melancólico y ensoñador de discos como “Some Heavy Ocean” (2014) e incluso “Marked for Death” (2016) se ha teñido de distorsión y texturas rugosas en su último “On Dark Horses”. Así se reflejó en su propuesta, acompañada de una banda elegante y solvente pero siempre a la sombra de la personal voz, cálida y desgarrada, de la autora. Se echó de menos la intimidad del formato acústico que un servidor pudo deleitar hace un par de años en Holanda, pero la cantante coronó su sólido set con una estremecedora “Some Heavy Ocean” en solitario.
Tras ella, The Notwist pusieron la nota nostálgica, a juzgar por la presencia entre el público de muchas caras conocidas de la escena y del público musical barcelonés de los noventa. Sobra decir que todas ellas sonrientes, nada de extrañar si suenan cortes del calibre de “One with the Freaks”. Deliciosa. El sexteto cogió a muchos por sorpresa con una propuesta personal, de rítmica contagiosa y rica en sonidos y arreglos tan cuidados como irresistiblemente extraños. La banda consigue una sonoridad vibrante mediante capas de sonido que sumaron sin aturdir, y donde las melodías pop y los falsetes convivieron en armonía con los xilófonos y las maneras krautrock.
Los responsables del AMFest afirmaban en su web que esta edición iba a suponer la materialización del festival que siempre habían tenido en la cabeza. Damos fe de ello. También aseguraban que sólo continuarían adelante si el público estaba con ellos. A juzgar por el lleno de la primera jornada, el cartel de sold out colgado en la segunda noche y el buen sabor de boca dejado por The Notwist en la clausura, nos la jugamos a que esta nueva etapa nos deparará no pocos momentos aún mejores.
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