En muy poco tiempo Alice Phoebe Lou ha visitado dos veces Euskadi, y en ambas con recintos llenos. El pasado 2 de diciembre abarrotó el Dabadaba donostiarra, en una gira que incluía también Madrid y Barcelona, y ahora un aforo mayor, como el atrio del Guggenheim bilbaíno. La principal diferencia está en que mientras la ocasión anterior venía acompañada de su banda más el grupo canadiense Loving, esta vez lo hizo en solitario. Y eso fue casi lo primero que dijo una vez iniciado el concierto, que se sentía algo sola y nerviosa sin sus músicos y en un marco tan impresionable como el Museo y sus focos. Puede que así fuera, pero en ningún momento pareció esto importarle a su delicada voz.
Bautizada como Alice Matthew, la cantautora sudafricana, hija de realizadores de documentales, tiene a sus escasos treinta años un background vital y artístico a prueba de bomba. Criada en una pequeña ciudad de la Península del Cabo, trabajó como fotógrafa de conciertos o bailarina de fuego, a la vez que aprendía a tocar guitarra y piano. Tras unas vacaciones en París a los 17 años comenzó a tocar en las calles de otras ciudades europeas como Amsterdam o Berlín, donde poco después estableció residencia. Es en esa experiencia donde desarrolla una personalidad musical muy marcada por la tradición de canción folk con raíz en los años 60, que casa con un pop frágil y tintes de nostalgia jazz y blues, también era Tin Pan Alley, que evoca incluso a voces legendarias como su admirada Nina Simone.
Eso sí, lo que sucede en los discos de Alice, suma ya cinco álbumes de estudio, difiere a este directo. La voz tratada, la instrumentación y los arreglos, sobre todo de teclado, que confieren un barniz moderadamente modernista, se quedan en la grabación, para ofrecernos un concierto de forma y fondo acústico donde sobre todo y ante todo brilla su dulce y preciosa voz, en medio de esa soledad desnuda y sacrificante de adornos. En un primer tiempo de cinco canciones, Alice se centra en su guitarra acústica, donde sobresale la melodiosa "Touch", además de una ajustada versión de Angel Olson, aunque sin el arrojo de ésta, que le sirve después para dar paso a un segundo tiempo con el piano eléctrico como protagonista y seis temas más. Es ahí, y a pesar de algún problema con el pedal del teclado, donde luce algunas de sus más celebradas canciones, como "Dusk", "Open the door" o la fina "Lately", aunque puedan echarse en falta los pequeños giros de los originales. Es quizá su tramo más lucido, casi comenzado con el estreno de un título nuevo y casi terminado con la versión de un tema tradicional irlandés.
De vuelta a la guitarra acústica, la sudafricana desemboca en una tercera y última parte, la más intimista y tradicional, con otras ocho canciones más. La añorante "Hammer" marca el final tras 73 minutos de sutiliza y pulcritud, acogidos en todo momento por un público educado (quizá decantado a una mayoría femenina), que probablemente en algunos casos no dominaría el repertorio de la artista, pero siguió su actuación con el máximo respeto y atención. Esto que parece de perogrullo, es algo que no siempre ocurre. Tampoco ella desatendió lo que ocurría entre el respetable: antes de comenzar el tema de despedida, preguntó por el estado de una espectadora que había sufrido un leve desvanecimiento. Paradójicamente todo el set de Alice pareció moverse en ese trance de ligero desmayo.
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