Todos recordamos la última visita de Alice Phoebe Lou como el retorno a aquel mundo que tuvimos que dejar un fatídico marzo del 2020. Eran las mismas fechas, pero en el 2021, hacía frío y las calles del Paral·lel de Barcelona nos acogieron como en los viejos tiempos, con sus bares decadentes y sus aires de pseudo-Broadway. Aquella resurrección en la 2 de Apolo fue una revelación y una celebración: por una parte, descubrimos que teníamos frente a nosotros a una de las mejores voces y artistas del momento, y por otro lado, fue el primer concierto sin distancia de seguridad, por lo que hubo bailes, abrazos y, pese al entorpecimiento de la mascarilla, algún que otro beso. Todos con nuestras vacunas o tests en mano, bien apretaditos, pudimos dar por superado aquel meme de “Tornarem a la Apolo i ens liarem amb tots els nostres amics. Sure grandma, now let 's get you to bed”, pero sin ser octogenarios, manteniendo aún nuestros cuerpos y nuestras ilusiones de personas más o menos jóvenes.
Anoche volvimos a congregarnos en el mismo lugar, esta vez con algunas diferencias como, por ejemplo, el paso de la 2 a la 1 de Apolo, es decir, la sala grande que no suena tan bien, pero que tiene esas lámparas rojas tan bonitas y ese escenario de madera que ha acogido a músicos increíbles. El espacio estaba prácticamente lleno una hora antes del concierto de Alice Phoebe Lou, ya que en esta ocasión la banda responsable de abrir la noche era Loving, grupo de Canadá al que pertenece David Perry, el productor de los últimos 3 discos de la artista sudafricana. La previa fue bonita, quizás tocaron con una sutileza algo desaliñada, pero adorable, eso seguro. Sonó la hermosa “Visions”, canción que nos dejó a todos empalagosamente satisfechos y en tono para el directo principal que arrancaría a las nueve.
Con unos minutos de retraso, aquellos que potencian las expectativas y la emoción, Alice Phoebe Lou salió al escenario con un té entre las manos y con esa sonrisa que te confunde y que te hace pensar que va dirigida a ti, que sois mejores amigas y que aquello es un reencuentro después de algunos meses sin veros. En otras palabras, una sonrisa carismática y cálida, omnipotente y omnipresente, incluso metafísica, que consigue hacerte sentir que formas parte de aquel instante. Para sorpresa de todos, Alice no arrancó con un tema sino con unas palabras; resulta que había estado muy cerca de cancelar el concierto, porque, tras pasar unos días con su hermana y su sobrina, había pillado uno de esos catarros que te dejan abatida. Finalmente, la artista comentó que no podía resistirse al amor de Barcelona y al hecho de tocar en una de las salas más grandes de la gira, por lo que el show seguiría adelante. El público aplaudió y agradeció desde lo más profundo su esfuerzo y su generosidad, y entonces sonó el primer tema del último disco, el existencialista “Angel”.
El inicio del concierto fue un juego de equilibrios: algunos temas sonaron mucho más lentos y arrastrados de lo habitual, y la voz de Alice estaba levemente contenida, algo comprensible sabiendo que los resfriados son los peores aliados de los cantantes. El amor por la música, o quizás el amor en todas sus formas y posibilidades, fue lo que hizo que el concierto creciera, poco a poco, hasta entrar en calor y sonar irresistiblemente bien. De ser una especie de intento medio forzoso, la noche se convirtió en una fiesta, hasta el punto de que en la mitad de una versión de The River de los Gizzards, Alice anunció por el micrófono que la pareja de Amber tenía que preguntarle algo muy importante: “Amber, ¿quieres casarte conmigo?” a lo que Amber respondió que sí y a partir de entonces todo fue euforia, luces y la explosión del romance más puro, que salpicó las paredes dejando un rastro de tonos rojos y rosados.
Uno de los elementos más llamativos de la velada fue el impecable directo de la banda que acompaña a Alice en sus conciertos y en sus discos. La cohesión entre la batería, la guitarra, el bajo y el teclado se pudo percibir desde el minuto uno, sorprendiéndonos con unos divertidos interludios de bossa nova entre canción y canción o versiones algo surrealistas e inesperadas como una instrumental “Mr Sandman”. Fueron un cocktail de caos y pulcritud que desprendía cierta hiperactividad musical, ampliando la gama cromática de los temas y desarrollando arreglos estimulantes bajo un groove persistente.
“Shelter” (2023), el último disco de la artista, tomó mucha importancia en el setlist, aunque realmente no pareció un concierto de presentación del álbum, fue más bien un repaso de las grandes canciones que forman la inquieta discografía de la artista que ha crecido a disco por año desde “Glow” (2021). Aun así, la energía de la noche era muy cercana al título del disco: entre Alice, la banda y el público se generó un refugio que se convirtió en un remedio, permitiendo a la artista aguantar más de una hora y media sobre el escenario.
Alice Phoebe Lou se despidió varias veces, con un “we’re going to play a few more songs for you”, lo que daba a entender que “Witches” estaba al caer. Antes de entrar en los temas más movidos, pudimos disfrutar, como es habitual en los directos de la artista, dos temas en acústico, es decir, solo voz y guitarra, entre los que sobresalió el poético “Halo”. En ese instante vimos a una Alice Phoebe Lou serena, sintiendo cada una de las palabras que emergían de su boca y que aleteaban por toda la sala Apolo. Gracias al accesible acento sudafricano de la cantante, pudimos seguir sus historias, lo que generó un ambiente casi terapéutico entre los asistentes. Por mucho que lo reneguemos, todos hemos “abierto nuestras puertas a casi todos” o “hemos sentido que el mundo deja de importar cuando nos miramos a los ojos”. ¿Empatía es la palabra? Alice Phoebe Lou es la portavoz del amor que existe, sufrimos y disfrutamos todos y cada uno de los presentes. ¿Y el remedio a esta fuerza incomprensible que nos brinda la vida de vez en cuando? La música, por supuesto, y si es en directo, mejor.
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