Albert Pla agotó las entradas para su concierto en la capital zamorana con semanas de antelación, en una fecha incluida dentro de su actual gira “A Pleno Pulmón”. Un tour en el que el catalán repasa en solitario algunas de las piezas más conocidas de esa extensa trayectoria iniciada a finales de los ochenta. El hecho de que el autor prescinda de banda y se acompañe únicamente de guitarra acústica marca definitivamente el talante de la actuación, que tiende sin disimulo hacia la perfomance teatral relegando la música a un segundo plano. Las composiciones son así la excusa para ejecutar un espectáculo tremendamente divertido, manejado a su antojo por un Pla que desarrolla su personaje artístico con estridencias contestatarias y una mezcla de humor tan aparentemente absurdo como en realidad inteligente, con el que resulta complicado no comulgar.
Tampoco faltaron elementos habituales para remarcar el efectismo del esperpento, como la inseparable túnica blanca vestida por el de Sabadell, las luces en la cabeza o el juego que propicia una sencilla máquina de humo. Una mezcla (tremendamente) desprejuiciada de rumba, flamenco, pop y folk, con la que llevar al escenario las historias escondidas tras clásicos hilarantes del repertorio como “La diferencia”, “El bar de la esquina”, “Carta al Rey Melchor”, “Corazón”, la libre adaptación del “Walk On The Wild Side” de Lou Reed transformada en “El lado más bestia de la vida”, “La colilla”, “Marcelino Arroyo del Charco” o “Están cayendo bombas en Madrid”.
Una velada de humor negro e ironía bastante más fina de lo que unas formas pretendidamente soeces y simplistas pueden sugerir en un primer momento. Y es que el talento no tiene por qué venir siempre depurado ni vestir trajes elegantes y, aunque el artista renuncie a la fidelidad interpretativa, compensa el espectáculo tirando de otras artes igual de meritorias. Entre ellas la nada sencilla capacidad de motivar ochenta minutos de despreocupada felicidad.
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