Sin medir las consecuencias
ConciertosAlba Molina

Sin medir las consecuencias

8 / 10
Toni Castarnado — 31-10-2018
Empresa — CurtCircuit
Fecha — 26 octubre, 2018
Sala — Músiques en Paral.lel (Antiga sala Barts), Barcelona
Fotografía — Clara Orozco

Alba Molina ha dicho en alguna ocasión, que nunca valoró la idea de ser cantaora. Es algo que ha afirmado,  sobre todo recientemente, para explicar las razones por las cuales ha gestionado sus últimos trabajos de una forma tan directa y tan visceral, sin medir las consecuencias (en este caso positivas). Quizás porque desde otro prisma, y como provocación, ahora hay muchos atrevidos sin talento que se dedican a cantar. No lo dice con la boca pequeña. Suena a queja, pero es una queja con fundamento. Sabe de lo que habla porque lo ha vivido en casa desde pequeña, identifica lo verdadero y obviamente, lo falso. Tiene argumentos en su mano y ojo clínico para saber quién va de cara y quien esconde unas cartas que no sirven. A ella a estas alturas, ya no le vale la etiqueta de kamikaze, pues reúne todas las condiciones para cantar, e incluso hincarle el diente al repertorio intocable de sus padres, uno de los más inmaculados y vibrantes en la historia musical de este país.

Como apertura del ciclo Club Circuit, una propuesta ideada para locales de pequeño formato, Alba ha pisado tres escenarios distintos de la ciudad. En un clima íntimo y cercano, con “Caminando con Manuel” como premisa (ya había un precedente con la familia como testigo), ella y el guitarrista Joselito Acedo, abordan ese material con respeto, entusiasmo, y una naturalidad pasmosa.

Empiezan con “Dime” como calentamiento, para testarse, para llegar rodados a “Todo es de color”, un momento en que la voz de Alba domina todo el espacio, una demostración de que sí, que efectivamente puede ser cantaora. Después, tras ese derroche físico, anuncia “Nuevo día”, la canción más bonita del mundo según la protagonista y que canta con una seguridad que impresiona. Cuando su guitarrista le propone hacer “Para mí”, ella le avisa que no es el momento adecuado, él asiente tras insistirle de nuevo: “el capitán es quien manda”. Esta pieza la dejan para más adelante porque antes se desmorona (literalmente) al cantarle a la muerte y a su padre. En ese instante ya no hay lugar para el temple y la mesura, se desbordan completamente las emociones. Finalmente, acaban con una tanda por bulerías como contraste para acabar la fiesta por todo lo alto.

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