A juzgar por su último disco, donde Green se ha desprendido de los arreglos
orquestales y los aires de Sinatra para volver a las canciones de guitarra y
poco más, me esperaba que su paso por la sala 2 de Razzmatazz fuera algo
tranquilo y bonito, pero lo cierto es que lo suyo fue un show de auténtica rock
star que hasta un sordo hubiera disfrutado. El motivo, un Adam Green
histriónico y embriagado, que parecía reunir en un solo cuerpo el
exhibicionismo de Iggy Pop, el desenfreno de Pete Doherty, el look mitad Elvis
mitad Lou Reed (pantalón tejano acampanado y chupa de piel sin nada más debajo)
y hasta los bailes de Bowie. Durante la hora y media y poco más que duró el
concierto, Green no paró de bailar, beber cervezas y saltar sobre el público
(empezó en la primera canción y luego ya no paró de hacerlo). Solamente en los
dos momentos en que la banda se retiró y cogió la guitarra consiguió calmarse
un poco, interpretando en acústico algunos de los mejores temas de “Minor
Love”, como “Give Them a Token” o “Boss Inside”. Aunque sin duda los temas más
coreados fueron sus ya clásicos “Bluebirds”, “Jessica”, “Friends of Mine” o
“The Prince’s Bed”. Lo mejor: la cara que se nos quedó a todos al final del
concierto, cuando Adam cogió una chica del público, se la subió al hombro y se
la llevó para el camerino. Todo un figura.
El momento rapto a lo troglodita fue muy bestia. Espero que la chica se encuentre a salvo