El escenario vacío, tan solo sus guitarras, los micrófonos y un teclado. James Vincent McMorrow llegaba para brindarnos una lección de honestidad artística, despojado de su banda habitual, de añadidos y de cualquier artificio que pudiera romper la trinidad escénica de las tablas, el público y el músico.
Parapetado bajo su sombrero, como si fuera un amish actualizado, McMorrow se deshacía en agradecimientos por visitar nuestro país de nuevo y tan pronto. Su repertorio se repartiría el protagonismo a partes iguales entre el folk de su primer trabajo “Early in the morning” y su “Post Tropical” que en su versión acústica nos mostró a un artista capaz de aunar la fuerza de Stevie Wonder, la delicadeza de James Blake y el desgarro de Sting. “We don't eat” fue un preludio de emoción contenida que culminaría con uno de los momentos álgidos de la noche, sin duda alguna, fue la increíble interpretación de “Red Dust” y sus falsetes maravillosamente medidos al piano, imposible contener las lágrimas, el auditorio entero callaba, ni siquiera respiraba, uno de esos temas tras los que se necesitan unos segundos de silencio para salir del trance y romperse en aplausos y gritos.
Acto seguido una espléndida versión del “Higher Love” de Steve Winwood, la cadencia perfecta de “Follow you down to the Red Oak Tree” y a mitad del show el turno para su conocidísima “Glacier” y con la que parlanchinamente y entre risas, explicaba que había conseguido dinero para poder producir su disco.
Otro momento sin respiración a cargo de “Look Out” y una recta final suprema con “Cavalier” y “If I had a boat”. Con el teatro roto de aplausos, el irlandés decidió desnudarse del todo y despedirse del último artificio cantando “And If my heart should somehow stop” sin micrófonos, arropado tan solo con la acústica y un público entregado y completamente hechizado.
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