Hubo tercera edición y esperemos que haya muchas más, vaya eso por delante. El sello madrileño con raíces bilbaínas Family Spree Recordings se montó su fiesta anual en el Botxo por tercer año consecutivo. Quien vino, sabe que hubo de todo, pero, sobre todo, hubo cancán del bueno, romería y distorsión, música en directo de la que te alegra las caderas y el paladar. Seis bandas distribuidas en dos días que repartieron, a partes iguales, goce (para el público) y avenencia (con su sello). Se vencía la cosa por el lado de la euforia, vamos. Todo fue en el Crazy Horse, con el Guggenheim olvidado en la orilla de enfrente, porque eran días para otro tipo de cultura, también de altura, que el Puente de La Salve hasta parecía pequeño y resultón cuando salíamos fuera a fumar.
Aunque nosotros lo hemos retenido como un todo que se nos ha hecho bola en la cabeza y, hoy lunes, no nos deja pensar con claridad, vamos a ir desgranándolo por orden y con paciencia. Tanto para la crónica de sucesos como para la de sociedad, busca en otros tinteros, aquí nos quedaremos con la música y con lo que la atavía.
Primer día. El viernes 6 de enero, aún haciendo la dulce digestión del roscón, nos presentamos puntuales para no perdernos ni un minuto. El guirigay se anuncia que comienza con producto local y de label. Enmascarados, como siempre, y elegantes, igualmente, Los Retumbes se suben al escenario al grito de “¡Vosotros sí que sabéis joder un día de Reyes!” A la pobre Ana, baterista de la banda, se ve que no le dio tiempo a abrir todos los regalos. Andrés, la otra mitad del dúo, calzándose la guitarra, más calmado y conciliador, nos cuenta que, aunque se propusieron cambiar, se disponen a regalarnos la misma mierda de siempre, lo cual nos colma y alegra. Se arrancan por instrumental. Cantan “Soy un animal” y poco después Ana baila aflamencada, usando las baquetas como banderillas. Nos aceleran con “Cansado de esperar” y para compensar, dulcemente, Andrés nos da las gracias: “muchas gracias, amado público”.
Antes y después sonarán otros éxitos de su repertorio, como “Surfing Fukushima” (ahí sigue, desde el primer día) o “Tatuaje de mierda” (alguno miró para abajo) o “Tú me das dolor” (ellos, no) o “Gasolineras” (que recuperan) o “Alienígenas ancestrales” (te quejarás, Tsoukalos) o, por supuesto, “Eres idiota”, que se goza y se berrea y, si no les conoces, esa canción te lo explica bien o te lo resumo yo ahora mismo: del surf al garaje pasando por el punk y el rock and roll, sonido Medway y gualdinegro, como si Billy Childish paseara de resaca por la dársena de Portu.
Hay tradiciones que no cambian: Ana grita a lo Tejero “¡retumben, coño!” para abrir “A retumba abierta” antes de lisiar el plato a maracazos. Sin embargo, hay ligeras variaciones en el espectáculo. Por ejemplo, al anunciar uno de sus últimos éxitos, “Las camisetas de los Ramones”, le toca sufrir la crítica cáustica a los fanáticos (o no) de Stranger Things. Y, en el prólogo de “La música moderna”, Andrés cambia de damnificada, se olvida de Rosalía (Ana se lo echa en cara: “¡Cobarde!”) y generaliza, hablando de punk y trap, de ayer y hoy.
Se despiden con alabanzas a los organizadores, “¡viva la Family que os parió!”, y anuncian que no hay bis que valga, pero ni falta que hace porque encadenan “Me creo tus mentiras” con “Retumbe rock” y un broche de oro que no encontrarás en su discografía a no ser que también tengas la pirata. “Montañas de Lindano” se alarga en el final porque, entre otras cosas, Ana vuela sobre nuestras cabezas y hasta que no regresa al escenario no se cierra el sarao.
Los Chill, educados, saludan en bilingüe y se excusan por haber venido sin equipaje. Como compensación, prometen un concierto más pendenciero de lo habitual: “os vais a cagar”. Dijo alguno que los había visto antes que así fue, por cierto.
Empiezan arriba con “Mash Up” y ya no abandonan los aledaños del rock bien agitado en sus diferentes vertientes. Destaca el glam pegadizo de “Burning” y el hard-rock con cadencia de “Worn Heels”, con un ritmo más sinuoso que, al final, se acelera tanto que parece que, al volante, va Johnny Thunders. En general, todo va rápido. Su concierto se hace corto. Casi no nos hemos enterado y ya están despidiéndose y anunciando a los Sinciders, a los que precedían. Eso sí, no les puede el vértigo. Acercándose al final, aún tienen ganas de más y más rápido. Antes de arrancarse con las últimas, el cantante, efusivo durante todo el concierto, grita bien alto: “¡Vamos! ¡A toda ostia, joder!” Para entonces, el batería ya se ha desabrochado la camisa, que han subido los calores del empeño y la pujanza. El final les queda refinado, hasta con una buena filigrana instrumental, casi cercana a la psicodelia. Tocan primero “Plastic” y después “Space Boys” y en primera fila se bailan las dos.
Llega el turno, para cerrar el día, dulce agonía, de los Sinciders. Ya están cuatro arriba y falta el vocalista, Sardi, acuclillado en una esquina, aprovechando para hacer estiramientos. Sube él y sube la adrenalina con la primera, “Synesthetic Sensibilities”, de su anterior disco. Del mismo álbum, seguida, “Greaseball putana”. Con la tercera, “Perverted”, Sardi ya le ha regalado el pie de micro al público.
Comienza con chaqueta y gafas de sol, pero no tarda en estar desnudo de cintura para arriba y con la mirada destapada. Hay que decir que sí, hace todo eso y más: se sube a la barandilla y golpea el tubo galvanizado del aire acondicionado y se pasea por el público y se deja llevar por el aire y canta sobre la barra y vuelve con camiseta seca y usa el forjado como en un balancín, como si fuera un rocín y le da la mano a este y le canta al hocico al otro y… Sí, hace todo eso y más; pero, de la misma, también aguanta todo lo que le hacen a él: que le soban el culo, le tocan la entrepierna, el rizo de la pechera, el capo del sello le intenta sisar la vaquera, sus compañeros le meten una botella por la cintura del pantalón… Y más. Y todo lo aguanta sin protestar. A veces, hasta con una sonrisa.
Por supuesto, todo esto no deja de ser adorno, adorno que adorna bien, pero adorno, y no Theodor. Lo que importa es que hay patata porque hay mata, hay banda y canciones. Molan las líneas de bajo y las guitarras que espolean. El batería se luce en el cierre de “Holidays in Cuba”. En “Lies” se te va la vista a las cuerdas. En “Braindead”, te puede otra vez el bajo. El bolo termina con el micro paseándose por el público, recogiendo gallos de todos los tamaños y tonalidades y hasta una voz femenina que no desafina.
Segundo día. Sábado 7 de enero. El viento sopla más frío y la lluvia no permite el paseo sin choto. Pero la música, y la fiesta que la acoge, no paran. Aparentemente, que no me puse a contar ni a preguntar, volvió a haber buena entrada, y tantas ganas o más de bailar y tararear.
Los encargados de abrir son nuevamente de casa, por usar una expresión manida. Patxi, de la otra orilla del Nervión, sentado ya en su taburete, espera mientras juega con el charles. Como son así, porque son Los Paniks, hacen un corro junto al bombo y parece que se ponen a discutir el repertorio justo ahora, cuando hay que empezar. David, al bajo, tiene ganas de atacar. Levanta la cabeza por encima del hombro de Rioja, guitarrista y vocalista, para buscar a Zala, el otro guitarrista, al que pregunta: “¿vamos?”
Y van, que él mismo, David, se encarga de abrir con su instrumento una “Jony” a la que sigue “Shot Gun Blast”. Ya no se puede parar: luego “Avispa” y luego “Maribel”, donde Patxi aprieta los dientes mientras sacude las cajas. Quienes no les conocían, acaban de descubrirles. Ya saben de qué va esto: un paseo peligroso por las cornisas del punk, sin miedo al vacío de la oscuridad. Rioja se acuerda de Edurne, “que echa fuego”, dice, antes de abismarse para cantar “She’s My Witch”. Les preocupa que la bruma sea delicada, liviana, y Patxi para el ride con las manos mientras a David parece que su bajo le da calambres, o al revés. Más tiniebla bien repleta en “Blue Moon” y aleluyas telúricos en “We Were 7”, sacudiendo el mástil del bajo como si fuera un contrabajo. “Camposanto” y el cuello de Rioja se escora hacia el techo. Bien cosida viene después “Hurt Me”, donde también se zurcen las voces de David y Rioja.
Momento álgido cuando anuncian “una de Dead Moon” y tocan “Sobre mi tumba”. Tres o cuatro más tarde, ya están en la cima del clímax con la favorita de la peña, por lo menos, en el rincón que yo ocupaba, donde se baila y canta su versión del “Drowning” de Reigning Sound, cerrada con Patxi pisando bien el pedal del bombo. Llega “Coge ese tren”, la versión que hacen del “Ride that Train” de Oblivians. Rioja agarra el micro como si fuera el saliente de un precipicio. Lo golpea con su cabeza. Al final, la apoya sobre la rejilla. El acople que se crea parece la resonancia de su cerebro. No puedo evitar pensar, cuando le veo dar alaridos, qué pasará ahí dentro. Qué tipo de combustiones se darán en ese interior cuando, por ejemplo, degluta y esputa el nombre del ganadero mexicano en “Alvarez Kelly”, la elegida para cerrar el bolo de unos Paniks que, a base de intensidad, ritmo y nervio, pusieron, si esto fuera el baile del limbo, el bastón al ras, exigiendo contorsión a las dos bandas que faltaban.
Shima Bunny apoya la cintura sobre la barandilla. Parece el mascarón de proa de un velero. Sujeta cuatro maracas, a falta de una, y luce exquisito con camisa pulpera y condecoración en la solapa izquierda de su chaqueta, que se quitará pronto, entre otras cosas, porque entra rápido en calor. Y es que no para. Te mira a los ojos. Va de un costado al otro. Azuza y anima al baile y al desmadre. Baja del escenario y se reúne con nosotros. Nos hace agachar. Nos hace saltar. Coge el micro y nos lo ofrece en un gesto que recuerda al Dibu Martínez recibiendo un premio. También acaba en la barra. Además, busca la interacción. Que yo recuerde: en japonés dijo arigato, en euskera, kaixo polita, y cantó en inglés y castellano. Dice que tenían ganas de tocar en Bilbao y yo tengo ganas de decírtelo ya: son Thee Braindrops (foto encabezado), acaban de cantar “Try It Out” y ya han sembrado el baile.
De Las Sombras, se hacen el “No time, No Money, No Brain”. El dinero hace de nexo simbólico en este concierto. Aquí hay referencia a la pasta y también la habrá en un bis que parece que improvisan, pero les queda bien encajado. Eligen el “Money (That’s What I Want)” que, bien traído a su estilo, no parece ni de Barrett Strong ni de Flying Lizards porque suena puramente a Thee Braindrops. Entre ambas, el dinero también aparece en su versión del “Sometimes I Wantcha (For Your Money)” de Thee Milkshakes, donde el cantante luce talento con la pandereta.
Por cierto, dos veces más, me parece, aparece por allí Billy Childish. Nuevamente vía Thee Milkshakes con “I’m Out of Control”, que dedicarán a Los Retumbes acertadamente, aunque sea por equivocación. La otra vía Thee Headcotees, que se hacen una “Tú me quieres matar” que viene del original “All My Feelings Denied”.
Se acercan a la locura bien medida con “I Wanna Kill You Baby” y a la algarabía con “Bakasawagi”. Igual de alocada que “Do the Oragutan”, que es la que realmente querían dedicarle a Los Retumbes, porque ellos la grabaron, con Juanito Wau a las voces, para el Bigger Fuckin’ Family Party. Cierran con “My Girlfriend Is a Vamp” y Shima Bunny recupera las maracas y vuelve a mezclarse con la gente. Luego, el bis, del que ya hemos hablado. Buen bolo de powerpop, garaje y punk rock en vena, recorriéndose sus tres trabajos publicados.
Nos acercamos al final. Para cerrar, desde Sevilla, que está lejos, y su batería casi no llega, Los Fusiles. Andaban por allí desde el día antes, combinando terraza e interior. De hecho, en la terraza me pareció que andaban eligiendo el setlist poco antes del concierto, que a uno de ellos le vi con unos folios en blanco, buscando algo con lo que escribir en ellos.
El día era lluvioso y gris pero no les afectó al espíritu y eligieron una buena colección de canciones para poner el colofón. Principalmente, escogieron de entre sus dos discos publicados, pero también se retrotrajeron más lejos y viajaron al futuro para compartir algún tema nuevo. Les presentó con efusividad Pepe Kubrick. Y consiguió confundirnos. La inocencia ya nos la había robado Ana Retumbes el día anterior, al gritar a pleno pulmón que los Reyes eran, en realidad, la Family. Ahora, Pepe Kubrick grita que los Reyes son los camellos. ¿Quién dice la verdad? Qué más da. En esta ocasión, y perdónenme el juego de palabras si es que son republicanos como yo, los reyes fueron Los Fusiles, que llegaron bien cargados de regalos en forma de plomo y hasta que no dispararon todas sus balas no pararon a descansar.
Se meten en faena con “Pasen”. Vaya el rock and roll por delante, que la segunda, ellos mismos lo anuncian, va por el mismo derrotero. Pasan de Victoriosa a Quién escribe al coronel y eligen “Sadie” para seguir. En “Bala errante” cuentan que una madre le decía a su hija que ya “no salen artistas como los de antes”, pero sí que salen, y como muestra, “Bala errante”, puro diamante, que rima aquí y en la canción. Aunque sin saxofón, “Galones y esplendor” suena con los mismos sustantivos que en el título. Llaman a Ricky, batería de Bonzos (y más), quien estaba preparado por si tenía que socorrerlos. Con él, hacen primero “El parque”. Terminará de pie y haciendo malabares con las baquetas antes de repartir besos y despedirse después de tocar “La llamada” donde, no podemos evitarlo, la línea de bajo nos recuerda a aquel hit comercial de los australianos Jet, pero mucho mejor, dónde va a parar.
Le ponen una reclamación “al sistema cabrón” con “La reclamación” y encienden aún más el ambiente con la vernácula bien usada en “El Olvidao”. “Victoriosa”, por supuesto, es un monumento que nos acerca al descenso, donde sobresalen, seguidas, “Pasacalles en la ciudad” y “¿Quién le escribe al coronel?” Hasta nosotros intentamos vociferar los estribillos, pero no podemos porque vuelan y escupen fuego. Tanto que el final llega de golpe y entristece que se despidan, aunque lo hacen álgidos y con buenos coros y “Díselo” nos quita la amargura del adiós. Rock and roll de veta clásica con matices alborotados que empacan en canciones firmes, que vuelan y empapan porque, además de estar bien escritas, están bien ejecutadas. Con el pensamiento, no te miento, pero yo llegué a pecar.
Y así, que cantábamos en el gaztetxe, llegó el final de la función por esta noche. De Retumbes a Fusiles, la música aturdió con ganas y cera. Y ya se espera, con apetito, una cuarta edición. O, al menos, eso se pudo pulsar, que dicen en la televisión, al preguntar la opinión de la gente. Porque, sí, no nos fuimos. Nos quedamos dentro, al calor del zapateo y la zambra, que había desfile de pinchas y hasta que no desalojaron al último ahí seguimos, incapaces de parar las piernas con la carga de electricidad acumulada. Niki Lauda, parecía alguno.
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