-¡Isabel!, ¡Isabel! – grita la gente entrando en la sala.
La noche del sábado la fiesta está programada en el Kafé Antzokia y es que el emblemático local Ambigú, organiza una fiesta por su vigésimo aniversario. Las que acabábamos de llegar estábamos descolocadas por lo surreal de la situación. La sala empezó a llenarse y un frenesí de alucinaciones comenzó a invadir el espacio cuando por la puerta apareció una gallina gigante – (¿Me habrán metido algo en la bebida?)-. Toda esta performance que podía haber dirigido Terry Gillian arrastró al público a un espontáneo scketch gestado entre el costumbrismo y el absurdo que finalizó con la gallina en el escenario cantando a ritmo de soul con un flow muy contagioso.
Isabel no apareció (aparentemente) pero la fiesta esa noche se bailó a ritmo de post rock, una ola de rock alternativo y power pop punk con las formaciones Los Manises, Yellow Big Machine y los murcianos Perro. Es realmente raro que en 2023 en una ciudad como Bilbao con una oferta cultural y musical tan extensa todavía sigan existiendo conciertos y/o eventos sin mujeres encima del escenario.
Dejando atrás las plumas, Los Manises no se subieron a ningún escenario porque su set estaba abajo, entre el público. Un equipo de sintes, pedales, guitarra y bajo es lo único que necesitaron. O casi. Su sonido se crece en una fusión ruidosa, alternativa, con atmósferas étnicas, tropicales y exóticas. Una mezcla que hizo que el público de las primeras filas comenzara a romper cadera cuando el cuerpo del lead voice se retorció con la maraca que se sacó de la mesa.
Magnetismo y solemnidad, ni demasiado noise ni demasiado exótico. O todo lo contrario. Los Manises tocaron temas de su último disco "Todas son correctas". A veces me recordaban a esos discos malditos de Jonh Frusciante, a veces no me recordaron a nada. Sonido genuino. El público medio cantó sus canciones pero esta banda no es de esas, su música traspasa el concepto de “cantar”. Terminaron con covers, improvisaciones y ruptura del paradigma de actitud moderada. Salieron de su zona de confort con la sintonía de la sitcom Punky Brewster. No hubo lugar para el bis.
El primer concierto terminó a las 11. En taquilla, la gente seguía comprando entradas y el motivo era comprensible. La banda bilbaina Yellow Big Machine se reunió la noche del sábado desde que se despidieran oficialmente, en el mismo lugar, en 2018. Las expectativas eran altas. La sala empezó a llenarse y el ambiente empezó a jadear de calor. Abrieron con el tema “Fugazi” haciendo de prólogo melódico. Instintivamente, la banda se ubicó sutilmente en los sonidos ligados al post rock, el garaje y las melodías pegadizas. Por otro lado, el sonido de la mesa al principio enfangó las voces y las guitarras que se escucharon más bien bajas.
Tocaron los temas de su discografía y en el momento de “Fucking lie” el público estaba desbordado. La primera fila fue fiel al sonido amarillo y corearon todas las canciones con destellos en los ojos. Esta banda deja fluir la distorsión en los solos de guitarra como si fuera su único objetivo. El papel de Roberto Villar en la batería era decisivo en la percepción de un sonido estructurado y salvaje al mismo tiempo. Los Yellow Big Machine siguen en plena forma. La audiencia se estremeció con todos los temas pero “Jenny is on the line” se escuchó muy pulcra entre la multitud. La banda se sentía cómoda en el escenario con varios contoneos de cadera, rasgueos intrépidos y ganas de tocar el cielo. Repentinamente, desde bambalinas sale una balsa hinchable con uno de los anfitriones de la fiesta sujetándola. El intento pudo quedar mejor pero la imagen hizo que el surrealismo fuera la tónica sutil y constante de esta fiesta de aniversario. Culminaron el bolo tocando “Give me fire” y la sala adquirió un aspecto dorado e intenso que asentó la evolución de una banda que ha creado un sonido autónomo y personal durante muchos años. La batería se vio invadida por uno de los componentes de Perro y no fue una, sino dos las baterías que sonaron al mismo tiempo con una ejecución complementaria entre ellas. Esto hizo estallar a la audiencia. “Conquer the world” y se acabó el bolo. No bis.
Los murcianos Perro entraron a escena muy conectados con el público que súbitamente había medrado. La masa jadeante de calor ahora era una audiencia libre para moverse, saltar y bailar. Abrieron el bolo con “Atrévete” y el temazo “Paco fiestas” con un sonido mejor que el comienzo del bolo anterior. Las guitarras sonaban agudas y afiladas mimetizándose con la voz principal. Recordar el estilo de Biznaga al escucharles no es nada descabellado. El hecho es que el formato `dos bateristas´ siguió funcionando para el show de los murcianos y la complementariedad entre ellos capturó imágenes visuales muy potentes. Sin embargo el público, aunque aún presente, se quedó muy estático.
El sinte que presidía el escenario aportó el sonido sintético con un toque cósmico. Si algo hace bien Perro es romper su mod acaramelado en frágil distorsión de una manera muy sutil. Casi imperceptible. El hype de la canción te atrapa sin que puedas darte cuenta. Escuchamos una tras otra “Popera”, “Pickel Rick” y en “Reptiliano” vimos cantar a la audiencia. Todo lo que sucedió en adelante fue otra evidencia de lo surreal que pudo ser y fue la fiesta del vigésimo aniversario del Ambigú. Uno de los bateristas (recordemos que había dos) se colgó la guitarra y se puso a hacer riffs sin compasión; el guitarrista se pone al sinte; en la canción siguiente el sinte se cambia por el bajo; el bajo a la guitarra y el anterior guitarra vuelve a la batería. Esta formación se cambia los instrumentos entre ellos como si fueran cromos de las Spice Girls. ¡Viva Murcia! Gritaban desde la pista de baile.
Todos los instrumentos se manejaron de manera brutal pero quiero mencionar las aperturas de bajo y toda su sonorización. De cualquiera que fuera su ejecutor. La banda ha creado una atmósfera sintética, distorsionada y muy punki que mueve la sala con aforo a medio gas. Cierran el bolo con la eclosión del sonido y lo visual. Tocaron como último tema “Martillo” y el mencionado Villar, baterista de Yellow Big Machine entra en escena con un cubo de lata cerrado. Lo abre y saca un martillo. Imaginaos. La elegante distorsión de la traca final fue asesinada por el sonido y la imagen de Roberto aporreando una lata enorme. Poesía visual. Comunión sonora. Maravilloso espectáculo.
Eran las 2:00 de la madrugada cuando se cortó súbitamente el sonido en vivo y el hilo musical atacó nuestro cerebro con un tema de Junco. Ningún bis en ninguno de los conciertos. Estos no han sido bolos convencionales, ya lo anunció la gallina. La noche prosiguió en el Kafe Antzokia con tres Dj hasta altas horas de la madrugada: Twist eta Shout, JKBX y On&On.
Tras una noche llena de imágenes surreales, me pregunto: ¿Consiguieron encontrar a Isabel?
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